By Federico Giannini, Ilaria Baratta | 05/06/2025 18:43
Cesare Brandi, en 1933, compilando el catálogo de la colección conservada en la Pinacoteca Nazionale di Siena, los llamó "reliquias": un término que tal vez hoy resulte inadecuado para definir, con una sola palabra, los cartones que Domenico Beccafumi (Domenico di Jacopo di Pace; Sovicille, c. 1484 - Siena, 1551) ejecutó para el suelo de la catedral de Siena, ya que hoy en día estamos acostumbrados a utilizar el término "reliquia" para referirnos a cualquier fetiche perteneciente a alguna personalidad un poco más conocida que la media. En aquella época, sin embargo, por "reliquia" se entendía un objeto antiguo y precioso, digno del máximo cuidado: y en este sentido, Brandi había captado bien el valor de los cartones de Domenico Beccafumi, una sorpresa que la Pinacoteca Nacional de Siena reserva al visitante hacia el final del itinerario, en una sala que reúne estas piezas que pertenecieron a la colección Spannocchi de Siena y que ahora son patrimonio de todos. Tanto más preciosas cuanto que son los únicos cartones que se conservan de toda la empresa de ese suntuoso cuento de mármol que es el suelo de la catedral de Siena.
Beccafumi es el mayor intérprete sienés del manierismo: también se acude a la Pinacoteca Nazionale di Siena para apreciar los jugosos y revolucionarios frutos de su mente y su mano, para observar sus obras más famosas, sobre todo la Trinidad, una obra de extraordinaria modernidad que precede en unos diez años a las obras maestras que hoy asociamos más comúnmente con el manierismo, las de Pontormo o Rosso Fiorentino. Beccafumi es también el autor de la parte más innovadora y singular del suelo de la catedral de Siena: realizó sus cartones entre 1524 y 1531, trazando en tinta y carboncillo, sobre estas grandes hojas, la concepción gráfica para la parte de la empresa secular del suelo de la catedral que le correspondía. Y hoy estas hojas siguen siendo testimonio de ese vínculo directo entre la idea del artista, su elaboración y la traducción material de la obra acabada: un puente frágil pero vivo, un puente entre el pensamiento y la piedra. No se trata, sin embargo, de bocetos dibujados en las primeras fases: los cartones son dibujos a tamaño natural, instrumentos técnicos pero de gran valor artístico, destinados a los maestros canteros que, entrando en el papel de pacientes traductores, darían forma y luz al mármol commesso. Este extraordinario sistema decorativo, que cubre el suelo de la catedral de Siena como una inmensa alfombra de símbolos y narraciones, constituye una de las empresas más originales del Renacimiento italiano, y los cartones de Beccafumi son un testimonio directo, precioso y hoy rarísimo.
En el Renacimiento, el uso de cartones preparatorios era una práctica habitual en los grandes talleres de arte. Pero en el caso de Beccafumi, podría decirse que los cartones no eran meras herramientas de trabajo: estas hojas revelan la íntima fragua creativa de un artista que no se limitaba a planificar, sino que controlaba finamente cada paso, desde la invención iconográfica hasta la representación luminista. Los trazos de carboncillo, los trazos de tinta y los detalles precisos de rostros y expresiones ofrecen una imagen auténtica de su mano.
Tras recibir un pago inicial en 1524, Beccafumi comenzó a trabajar en la obra con toda probabilidad al año siguiente. Las cinco obras expuestas en la Pinacoteca Nazionale di Siena documentan el gran panel con los episodios de Moisés en el monte Sinaí, situado más allá del hexágono central del suelo en dirección al altar mayor. A ellos se añade el cartón, no expuesto, del friso inferior, con un episodio de la misma historia(Moisés haciendo brotar agua de la roca). Un tema tomado del Antiguo Testamento, con el que el artista representó momentos cruciales de la historia del pueblo judío: los judíos esperando el regreso de Moisés del Sinaí (el único de los cartones expuesto en una sala aparte), Moisés recibiendo las tablas de la ley, de nuevo el profeta rompiendo las tablas de la ley, Aarón fabricando el becerro de oro, la matanza de los judíos adoradores del becerro de oro por los levitas. Todo el ciclo se erige como una arquitectura narrativa densa de significados religiosos y morales, pero también como un ensayo magistral de experimentación formal y técnica.
El artista, al servicio de la Ópera del Duomo durante más de treinta años para llevar a cabo esta empresa, fue capaz de reformar la estética del suelo con una sensibilidad completamente nueva. Explotando los diferentes colores de los mármoles (blanco, gris, amarillo), el artista pudo conseguir efectos de luces y sombras muy sugestivos, anticipando, en cierto modo, las futuras investigaciones sobre los efectos luminísticos en el arte del siglo XVII. En este contexto, los cartones atestiguan cómo el efecto visual ya estaba pensado de antemano, con un cuidado diseño gráfico de la relación entre la luz y la oscuridad. Esto es especialmente notable en el cartón con Moisés recibiendo las tablas de la ley en el Sinaí, donde la representación de la luz, aunque apenas insinuada por algunos medios, ya está efectivamente establecida.
El friso imponía entonces un desafío técnico y práctico: el de "representar el milagro del agua brotando de la roca", ha escrito la estudiosa Francesca Scialla, ya que Beccafumi habría tenido que trabajar "en torno a la naturaleza de la superficie disponible, una larga franja rectangular encerrada entre los pilares que conectan el espacio de la cúpula con la zona del presbiterio". El artista encontró una solución particular, disponiendo las figuras en filas como si fueran en procesión, colocando a Moisés en el centro y, sobre todo, sin renunciar a la caracterización individual de los personajes, aunque, en la traducción a incrustaciones de mármol, se perdiera necesariamente parte de la expresividad que Beccafumi consiguió infundir a los personajes de los cartones. Los mármoles, sin embargo, conservan esa sorprendente alternancia de luces y sombras que es quizá el elemento más cautivador de la traducción en piedra de los dibujos animados. Los efectos cautivaron incluso al propio Giorgio Vasari, que en sus Vidas reservó fuertes palabras de elogio para el friso de Domenico Beccafumi: "este friso es tan bello, que para algo de este género no puede hacerse con más artificio, pues las sombras y el revoloteo de estas figuras son más maravillosos que bellos. Et ancora che tutta questa opera, per la stravaganza del lavoro, sia bellissima, questa parte è tenuta la migliore e più bella'.
Fue precisamente el friso, según la reconstrucción de Francesca Scialla, lo que ocupó a Beccafumi en las primeras fases. Los años siguientes, hasta 1531, se dedicaron al panel, que comenzó a plasmarse en mármol hacia 1529: los canteros que obtuvieron el encargo tuvieron que organizar los cinco episodios diseñados por Beccafumi en un único panel, sobre una única superficie, situando el monte Sinaí en el centro y, a su alrededor, como si toda la historia tuviera que girar en torno a esa montaña central del relato bíblico, todas las escenas. Y, en efecto, el punto de apoyo de toda la narración es el torbellino que aparece sobre Moisés, simbolizando la intervención divina, la llegada del Padre Eterno que entrega las tablas de la ley al profeta. "También aquí", escribe Scialla, "se aplica el imperativo de comparar dibujos y commesso en piedra para apreciar plenamente la invención nacida de la imaginación de Domenico Beccafumi, en beneficio de los primeros, donde el paso de los siglos y la fragilidad del soporte han minado su legibilidad".
Se ha dicho que los dibujos animados eran ante todo instrumentos técnicos, por lo que su destino no era sobrevivir. Por su propia naturaleza de herramientas temporales, funcionales para la transposición de la obra en mármol, estaban destinadas a ser desechadas o reutilizadas. Sin embargo, el azar quiso que estas planchas se conservaran, no sabemos por qué. Probablemente fueron vistas bajo el mostrador (la Ópera del Duomo de Siena habría querido, de hecho, conservar los cartones para sí) por Giovanni Battista Sozzini, estrecho colaborador de Beccafumi, y en 1565 ya formaban parte de la colección Spannocchi, una de las más prestigiosas de Siena. La compra, atribuida a Tiburzio Spannocchi, aseguró su conservación en un entorno privado, protegidos de la dispersión y el deterioro. Durante los siglos siguientes, los cartones se transmitieron de generación en generación, pasando del palacio Spannocchi, en Via della Sapienza, a la colección Piccolomini Spannocchi, nacida en 1774 gracias al matrimonio entre Caterina Piccolomini di Modanella y Giuseppe Spannocchi. En un determinado momento de su historia, también hubo interés por parte de los comisionados enviados por el rey de Inglaterra, Carlos I, para buscar obras de arte en Italia con las que reponer las colecciones británicas: así al menos lo cuenta un fraile dominico, Isidoro Ugurgieri Azzolini, en 1649. Los comisionados, según el relato, ofrecieron a Pandolfo Spannocchi, sobrino de Tiburzio, una suma astronómica para hacerse con aquellas láminas: Pandolfo se negó, alegando que se consideraba más rico y pudiente conservando en casa los cartones de Beccafumi que añadiendo a sus posesiones los cinco mil escudos que le ofrecían los comisionados ingleses.
Fueron trasladados en 1825 a la iglesia de San Domenico, donde probablemente se alojaron para rescatarlos del mal estado de conservación en que se encontraban, y más tarde al Instituto de Bellas Artes, y entraron oficialmente en el patrimonio cívico de la ciudad de Siena en 1835. En la actualidad, los cartones se exponen en una sala concebida específicamente para su conservación y puesta en valor, después de que en el pasado tal vez existiera el riesgo de perder este patrimonio. La fragilidad del papel sobre el que había trabajado Beccafumi, compuesto por varias hojas yuxtapuestas para conseguir los grandes formatos requeridos, impuso a lo largo del tiempo varias restauraciones, necesarias para conservarlos: la primera data de 1939, pero las más sustanciales fueron realizadas entre los años setenta y ochenta por el Instituto Central de Restauración y el Instituto de Patología del Libro de Roma. Otras restauraciones datan de 1990. Sin embargo, esta misma delicadeza contribuye al encanto de la obra: cada marca, cada huella del artista, aparece nítida, humana, cercana.
Las caricaturas expuestas hoy permiten una comparación directa con las demás obras de Beccafumi conservadas en la Pinacoteca. Es evidente cómo el artista, aunque inmerso en el clima del Manierismo, sigue una trayectoria original. Su trazo es nervioso, teatral, dinámico, virtuoso, conmovido. Sugerencias extraídas del arte antiguo y de los grandes maestros florentinos se funden con una búsqueda personal centrada en el dinamismo, la luz y la expresividad. En este sentido, el dibujo animado no es sólo un boceto o una herramienta, sino un espacio de invención y libertad. En la sala que alberga los cartones, el visitante podrá captar en las láminas de Domenico Beccafumi lo que no se ve en el mármol: un detalle del rostro de Moisés, un pliegue dramático del manto, la intensidad de una mirada. Donde el suelo cuenta con la piedra, el cartón cuenta con el signo. Este es quizás el rasgo más interesante del diálogo a distancia entre las dos obras, entre el cartón y el mármol, entre la concepción y la ejecución.
Hay que añadir que la supervivencia de los cartones de Beccafumi no es un simple hecho histórico. Más bien podemos considerarlo como una memoria viva de la creación artística, una ventana abierta a la complejidad y la grandeza de una empresa colectiva que marcó la historia del arte sienés y de la que los cartones de Beccafumi son preciosos testigos, el único documento de una fase de elaboración de aquel increíble suelo de taracea de mármol. Hoy, en la silenciosa penumbra de la sala, una de las más evocadoras de la Pinacoteca Nazionale di Siena, ese gesto antiguo, la mano que desliza el carboncillo sobre el papel, invita a todos a captar la belleza en el diseño, a descubrir la inteligencia de una de las manos más originales y afortunadas del siglo XVI, a descubrir el poder del dibujo como idea que toma forma.