La extraordinaria historia de la realización del Tuttomondo de Keith Haring en Pisa


En 1989, el artista estadounidense de fama mundial se encontró, casi por casualidad, pintando su testamento pictórico en el centro histórico de Pisa; murió al año siguiente.

Un señor mayor de otra época, con chaqueta, pajarita, sombrero de fieltro y bastón, levanta la vista para observar en el andamio a un joven artista que, al ritmo de música hip hop, dibuja convulsivamente con su pincel extrañas figuras en una pared. Contempla atónito durante unos minutos, luego deja atrás aquel extraño encuentro y se aleja. Antes de abandonar la escena, alguien le pregunta si lo aprecia, y con el dedo índice le indica que no. Así se cierra el breve documental del director Andrea Soldani, que, concebido como un clip musical (de esos que devoraban los jóvenes de hace unas décadas, hasta el punto de que a menudo se les recuerda como la "generación Mtv"), da testimonio de la extraordinaria génesis de la obra Tuttomondo, quizá el mural más famoso de Italia, que Keith Haring (Reading, 1958 - Nueva York, 1990) realizó en Pisa en 1989. Parece casi una metáfora del pasado que deja paso al futuro, y de hecho toda la operación parece asumir estos valores comparativos: un exponente del arte pop, deudor en su estilo del arte del graffiti, uno de los primeros artistas callejeros de la historia, se encuentra realizando un gigantesco mural en uno de los centros históricos y monumentales más cargados de historia de Italia, y además en un muro exterior de un convento.

Es uno de esos acontecimientos del arte que tienen algo de increíble, a lo que hay que añadir que, además de ser la única obra mural concebida por el artista que perdura en el tiempo, fue también una de las últimas y más sentidas de Keith Haring, leída como una especie de testamento pictórico. De hecho, el artista moriría poco después, con menos de 32 años, arrebatado de la vida por el sida, que segó la vida de muchos jóvenes de su generación. Hoy, la obra es una de las atracciones más visitadas de Pisa, algunos dicen que sólo después de la Torre Inclinada. Aparece en numerosos libros y manuales de historia del arte, se le han dedicado documentales, estudios en profundidad y exposiciones, pero su realización no era desde luego algo previsible, más aún si se piensa en un mundo, el italiano y más aún el de provincias, que poco o nada sabía del arte callejero. Pero la forma en que se logró su loca y a la vez clarividente realización es algo realmente extraordinario.



En 1987, Piergiorgio Castellani, un estudiante de Pontedera, está en Nueva York siguiendo a su padre, también universitario, que viaja para terminar su tesis sobre el movimiento espiritual Hare Krishna. Los dos están en una acera de Manhattan observando a un grupo que canta un mantra desde una furgoneta, cuando el joven se da cuenta de que también está allí la inconfundible figura larguirucha de Keith Haring, el artista del momento, que se está haciendo un nombre en todo el mundo desde Estados Unidos. Piergiorgio lo reconoce inmediatamente porque, casualidades de la vida, es suscriptor de Interview, revista producida por Andy Warhol, íntimo amigo de Haring, que a menudo había acogido colaboraciones sobre el artista. Ayudado por su padre, Piergiorgio se armó de valor y se acercó a Haring, mostrando un profundo conocimiento de su producción: la obra de São Paulo, la pintura de 300 metros en el Muro de Berlín, pero también señaló que en Italia, a excepción de algunas de sus intervenciones espontáneas en Roma, que no perduraron, y las de la tienda Fiorucci pintadas entre 1983 y 1984, no existe ninguna obra suya realmente pública y accesible a todos.

Keith Haring, Tuttomondo (1989; pintura sobre pared, 1000 x 1800 cm; Pisa, Piazza Sant'Antonio). Foto: Guglielmo Giambartolomei
Keith Haring, Tuttomondo (1989; pintura sobre pared, 1000 x 1800 cm; Pisa, Piazza Sant’Antonio). Foto: Guglielmo Giambartolomei
El mural y el Convento de San Antonio. Foto: Francesco Bini
El mural y el convento de Sant’Antonio. Foto: Francesco Bini
Keith Haring, Tuttomondo. Foto: Ayuntamiento de Pisa
Keith Haring, Tuttomondo. Foto: Ayuntamiento de Pisa
Keith Haring, Tuttomondo
Keith Haring, Tuttomondo
Keith Haring, Tuttomondo
Keith Haring, Tuttomondo

La humildad del artista, nacido en Reading, Pennsylvania, y probablemente su asombro ante un chico que vive en la otra punta del mundo y lo sabe todo sobre él, le convencieron para escucharle, así que Keith Haring concertó una cita con él en su estudio, hoy sede de la fundación que lleva su nombre.

A Haring parece fascinarle la idea de hacer algo en Italia, quizá por su amor al arte, del que desborda el Belpaese, quizá porque ese mismo año descubrió que había contraído “Sida”.Un sida para el que, en aquel momento, no parecía haber otra salida que la muerte, y estaba dispuesto a reconsiderar sus prioridades, entre ellas alejarse del star-system neoyorquino y de su opresivo mercado.

Un joven de 20 años y su padre emprenden una cruzada para llevar a buen puerto el proyecto: al principio se inclinan por Florencia, pero parece que, aparte de un muro en los lejanos suburbios, la administración no está dispuesta a conceder nada más. Pero entonces ocurre que, casi por una conjunción fortuita de los astros, consiguen encontrar el beneplácito de un previsor concejal de Pisa, Lorenzo Bani, que acepta apoyar la operación aunque no haya boceto, ya que Haring nunca hace ninguno para sus obras, y a partir de ahí un dominó de coincidencias favorables: se encuentra un muro, 180 metros cuadrados de superficie ininterrumpida, sin puertas ni ventanas, en el centro de la ciudad a pocos metros de la estación de tren y menos aún de la de autobuses, circunstancia que intriga al artista que tuvo sus inicios en el metro de Nueva York. Además, esa pared es el exterior de la iglesia del convento de San Antonio y eso entusiasma a Haring, que se siente próximo a la experiencia de Henri Matisse, que entre sus últimas obras firmó la decoración de una iglesia.

El padre Luciano, párroco de San Antonio y rector del convento, dice estar dispuesto a acoger esa obra, incluso sin conocer su resultado, porque le intriga un artista que habla de temas sociales. El camino parecía cuesta abajo, si no fuera porque el muro elegido estaba derruido y, desde luego, no estaba preparado para acoger el cuadro, y el ayuntamiento ya había pasado por el aro de encontrar diez millones de liras para tal intervención, destinados al viaje y la hospitalidad del artista (que no requería caché) y a otros gastos. Una vez más, intervinieron la fortuna y la visión del gerente local de Caparol, fabricante de pinturas, que, dándose cuenta de la oportunidad del asunto, consiguió convencer a la sede central en Alemania para que invirtiera varios millones de liras en la construcción de la mejor superficie para el cuadro de Haring utilizando técnicas de vanguardia, y se pusiera a su disposición para suministrar todo el material técnico necesario.

Keith Haring, Tuttomondo, detalle
Keith Haring, Tuttomondo, detalle
Keith Haring, Tuttomondo, detalle
Keith Haring, Tuttomondo, detalle
Keith Haring, Tuttomondo, detalle
Keith Haring, Tuttomondo, detalle
Keith Haring, Tuttomondo, detalle
Keith Haring, Tuttomondo, detalle

Aunque la superintendencia, los críticos y la ciudad en general se mostraron bastante escépticos ante una acción artística descaradamente contemporánea que iba a insertarse en un contexto histórico, todo salió bien y en junio de 1989 Keith Haring llegó al aeropuerto Galilei de Pisa. Nada más desembarcar, Haring es llevado a ver el muro, y la emoción le asalta: un muro transformado en lienzo, tanto que incluso recuerda su veta, y un contexto de primera importancia le hacen sentir un sentimiento de responsabilidad. Pide un par de días para poder abordar la obra. En la sede de Caparol, en Uliveto Terme, elige los colores y los pinceles que más le convienen, y dedica unos momentos a pasear por la ciudad, donde experimenta los monumentos, las calles y las plazas, llevando consigo su Polaroid con la que roba instantáneas, que serán la preparación de su obra. Después empieza a trabajar en el andamio, a varios metros del suelo, a mano alzada, empezando por la esquina superior izquierda y, como se puede ver en las imágenes del documental, de su mano segura salen pictogramas, figuras que se entrecruzan como piezas de un rompecabezas.

El evento, que había comenzado en silencio, atrae cada vez a más curiosos a esta divertida figura que, sin un plan preciso y acompañada de música, trabaja todo el día en el andamio. Ni siquiera la enfermedad le detiene, reside en el Hotel D’Azeglio, que en aquella época, como recuerda Haring en su diario, estaba "justo enfrente del muro, así que lo veo antes de dormirme y cuando me despierto. Siempre hay alguien mirándolo (la otra noche incluso a las 4 de la mañana), es realmente interesante ver las reacciones de la gente’. La gente sigue llegando, la intervención se convierte en un auténtico acontecimiento, una fiesta, y tras los dos primeros días en los que compuso aquel gigantesco mosaico en solitario, los trabajadores y estudiantes de Caparol se implican para ayudarle a pintar. Mientras tanto, Haring es asediado, y con gran generosidad no se niega a regalar pins y camisetas, a dar autógrafos e incluso a dibujar en cualquier superficie que se le ofrezca, sábanas, ropa y hasta una furgoneta, acepta la propuesta de la iglesia y se queda con los chicos a dibujar.

La ciudad empieza a responderle y a animarle, y él le corresponde, escribiendo todavía en su diario: “La gente es muy amable, a veces un poco agresiva, pero básicamente dulce [...] el tiempo era precioso y la comida aún mejor” y “Pisa es increíble, [...] la otra noche cené con los frailes y visité la capilla”. El padre Luciano también recordó cómo Keith Haring, que no era religioso ni mucho menos católico, había querido quedarse solo en la iglesia.

Así se completó la obra, todo en pocos días: una preciosa tela que combina algunos de los símbolos más conocidos del artista, como el niño radiante que simboliza la energía primordial, una matrioska de tres figuras de distintos colores, emblema de las diversidades que coexisten, elhombre de la tele, espejo de aquellos tiempos medievales, la figura que lleva un delfín a hombros, referencia a la naturaleza; pero también homenajes a Pisa, como los cuatro hombrecillos que fusionados forman con sus cabezas y brazos la cruz con pomata, símbolo histórico de la ciudad.

El artista confiesa entonces ante las cámaras: “Quería hacer algo que los hermanos aceptaran como propio, muchos símbolos místicos”. Y, en efecto, se puede ver a una madre con un bebé en brazos y a un hombre con tijeras cortando a la serpiente, personificación del mal. Todo está representado con efectos de color sacados de Polaroids que recuerdan la ciudad, los azules del cielo, los amarillos ocres y los rojos claros de los edificios. Estas instancias se amalgaman en un contexto de gran equilibrio, sin ningún orden jerárquico y con una lectura libre, en una obra que muestra un gran virtuosismo caligráfico y en el dominio del espacio.

Keith Haring en Pisa
Keith Haring en Pisa
El Hotel D'Azeglio, ahora un edificio de apartamentos
El Hotel D’Azeglio, ahora un edificio de apartamentos
Keith Haring y Piergiorgio Castellani
Keith Haring y Piergiorgio Castellani
Keith Haring, Pisa 89 (1989; cuatricromía en offset sobre papel negro satinado, 100 x 79,8 cm; Hokuto, Colección Nakamura Keith Haring)
Keith Haring, Pisa 89 (1989; cuatricromía en offset sobre papel negro satinado, 100 x 79,8 cm; Hokuto, Colección Nakamura Keith Haring)

Que Haring se empleó a fondo en esta obra lo confirman también sus declaraciones: “Es quizá el muro más importante que he hecho hasta ahora [...] hasta ahora sólo había pintado cosas temporales, pero éste debería permanecer aquí durante siglos”. El propio título de la obra Tuttomondo fue sugerido por el artista, a pesar de que no suele dar nombre a sus obras.

El valor que ha adquirido la obra de Haring lo resumió perfectamente Piergiorgio Castelli al afirmar que el artista americano vio en la obra pisana la gran oportunidad de “encerrar en una obra pública, en un lugar tan especial, su testamento espiritual y artístico, donde reúne toda su iconografía, la reúne en una gran danza de la vida [....] para intentar liberar su mente, su espíritu de este miedo inminente, pero al mismo tiempo para liberar a una ciudad como Pisa de su historia milenaria”. Ni siquiera ocho meses más tarde, de hecho, en febrero de 1990, Keith Haring murió, y nos gusta creer que quizás más pacíficamente, gracias a la realización de Tuttomondo. Quizás, Keith Haring no escribió al azar: “Estoy sentado en el balcón mirando la cima de la Torre Inclinada. Es realmente muy hermoso aquí. Si existe un paraíso, espero que se parezca a éste”.

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