Ahora que nos hemos desahogado con Venus, ¿estamos preparados para recibir a los turistas?


Se acabó el recreo: ahora llegan de verdad los turistas a Italia y empiezan los primeros problemas. Alcaldes que invocan leyes especiales, guías incapaces de trabajar entre la multitud, degradaciones varias. Nos hemos desahogado durante 10 días con la Venus: ¿no es hora de pensar en problemas más serios?

Y mientras todo el mundo hablaba de la Venus de Botticelli y de lo equivocada, inapropiada, vergonzosa, deleznable e inoportuna que era la campaña firmada por el estudio Armando Testa para el Ministerio de Turismo, comenzó la temporada turística. Quizá no todo el mundo se haya dado cuenta, pero acaba de terminar abril, el primer mes completo de la primavera, el mes en el que el grueso de los turistas que llegan a Italia cada año empieza a moverse por nuestras ciudades y pueblos. Y echando un vistazo a las crónicas locales de algunas de las ciudades y destinos turísticos más importantes de nuestro país, parece que esta temporada no dejará de caracterizarse por los mismos problemas de siempre: en particular, por la tríada de la masificación, la degradación y los daños al patrimonio.

Si quisiéramos encontrar una fecha a partir de la cual comenzar la secuencia de episodios poco edificantes que han caracterizado este mes tan intenso que acaba de terminar, podríamos empezar por el 8 de abril, cuando nos enteramos del cierre al público de la escalinata de Monesteroli, cerca de las Cinque Terre, debido a un hundimiento que afectó a algunos de los 1.200 escalones de piedra que la convierten en un camino empinado y espectacular que conduce directamente al mar. Probablemente los turistas tengan poco o nada que ver con este caso, pero lo cierto es que el hundimiento de esos peldaños nos recuerda lo frágil que es nuestro patrimonio. Independientemente de los grandes flujos de visitantes. Pero si al flujo de siglos le añadimos unos cuantos miles de turistas, puede apostar a que la tortilla está asegurada.



Desde hace unos años, de hecho, resuena el mismo motivo: el turismo es un recurso, pero si no se gestiona, se convierte en un problema. Y ya están aquí los primeros síntomas de lo que será otra temporada turística marcada por los argumentos de siempre: turismo sí turismo no, turismo de calidad sí, turismo de atropello no, etcétera. Pero mientras tanto, el tiempo pasa y los turistas llegan. De hecho, llegan muchos, porque les gusta nuestro país, y cuando el calendario se acerca a los primeros días festivos, empiezan los primeros problemas. Que, según la tradición, siempre empiezan por el mar. O mejor dicho: de los pueblos costeros, empezando por los de Cinque Terre. Allí han llegado tantos turistas que los alcaldes de esos pueblos han pedido al gobierno una ley especial para regular el flujo de visitantes. Riomaggiore, Manarola, Corniglia, Vernazza y Monterosso tomados por asalto, caos en los andenes y un +12% más de turistas que en 2019. En la vecina Portofino, la música sigue siendo la misma: calles abarrotadas hasta la bandera, hasta el punto de que el alcalde ha aprobado una ordenanza que prohíbe a los turistas detenerse en la piazzetta junto al mar y en el muelle Umberto I. Habrá, pues, el tiempo justo para hacerse un selfie, y luego la policía podrá aplicar multas que van de 68 a 275 euros: es imposible, pues, detenerse a contemplar el paisaje y reconciliarse con la naturaleza. Quienes quieran visitar Portofino sólo podrán hacerlo en modo procesión. Bueno pero no genial: la operación fue un éxito, pero el paciente murió.

La mujer desnuda en el balcón de Venecia
La mujer desnuda en el balcón de Venecia
Turista en la Fontana de Trevi para hacerse un selfie
Turista en la fuente de Trevi para tomarse un selfie
Italia abierta a las maravillas
Italia abierta a las maravillas

Y en medio de semejante multitud, ¿cómo te las arreglas para tomarte un selfie decente? Eso es probablemente lo que pensó ese visitante que el miércoles 25 de abril decidió subirse a la fuente de Trevi, en Roma, para encontrar el ángulo adecuado para hacerse unas bonitas fotos de recuerdo. No sabemos, sin embargo, si fue identificado y multado como le ocurrió a aquel turista inglés que, tras quitarse la armadura de centurión (así iba sobriamente vestido), se zambulló en la misma fuente unos días antes. Para él 450 euros de multa y para nosotros la recurrente sensación de impotencia.

Los guías turísticos, que en medio de tanta gente no pueden organizar visitas guiadas para sus grupos, también se están cabreando. Incluso los guías, como los alcaldes de las Cinque Terre, piden que se regule la afluencia porque es imposible moverse entre los más de 100.000 visitantes que abarrotaron los Uffizi durante el fin de semana del 25 de abril, con algunas obras inabordables por la multitud de selfie-takers. Una moda inofensiva que se vuelve inmanejable, sin embargo, si algunos días festivos que ya serían días de entrada roja para los principales museos llegan a coincidir con días de entrada gratuita.

Para Florencia, pues, el problema no se limita a unos días o periodos concretos, sino que dura todo el año, con un turismo de masas que está transformando el centro histórico de manera profunda: las viviendas se convierten en B&B, los comercios en bocadillerías, las tiendas en bazares de souvenirs, y al alcalde no le queda más remedio que pedir una ley especial para regular los alquileres breves. Con declaraciones que llegan puntualmente después del 25 de abril. De la serie: ahora vamos a deshacernos de los autocares, porque no queremos acabar como Venecia.

Y es precisamente de Venecia de donde nos llega la última noticia digna de mención: fue el 27 de abril cuando una modelo se hizo fotografiar completamente desnuda, eligiendo como decorado un hermoso balcón que daba al patio del Palazzo Reale. Para ella y el fotógrafo una multa de 750 euros, para nosotros la percepción habitual de que en Italia todo el mundo puede venir y hacer lo que le plazca. Como debieron pensar aquellos turistas filmados en marzo zambulléndose en los canales directamente desde los tejados de los palacios, o los pillados en agosto del año pasado haciendo esquí acuático en el Gran Canal.

Y la lista sería larga, muy larga. Nos detendremos aquí, y nos limitaremos a preguntar: ahora que se ha acabado la recreación (la referencia es obviamente a la polémica sobre la Venus de Armando Testa), ¿podemos volver atrás o empezar a abordar cuestiones un poco más serias? Una Venus en bicicleta impresa en un cartel que durará un año no debería ser el primero de nuestros problemas. La temporada ha comenzado y los turistas llegan, seguirán llegando en masa. ¿Qué encontrarán? ¿Encontrarán un país acogedor, con una infraestructura que resiste, con sistemas receptivos que funcionan, con ciudades organizadas y eficaces, donde se hace todo lo posible para evitar las aglomeraciones, la degradación, la incivilidad? Y sobre todo, ¿qué nos dejarán? En pocas palabras: ¿podremos con ellos o nos veremos desbordados como siempre? ¿Necesitamos más turistas o no?


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