¿Para qué sirven estos monumentos? En el parque de Garfagnana donde hay (¡todavía!) una estatua de Putin.


En Garfagnana, en Vagli di Sotto, se ha discutido mucho sobre un parque público, el Parque del Honor y el Deshonor, donde todavía hay una estatua de Putin, a pesar de que los habitantes la odian y quieren derribarla. La obra es una buena ocasión para hablar del papel de los monumentos.

"¡Camina entre el honor y el deshonor!", invita la página web del Parque Vagli, en el municipio de Vagli di Sotto, en la provincia de Lucca: dentro del parque hay varias rutas de senderismo, un sendero de aventura, una tirolina, un puente colgante, pero sobre todo el llamado “Parque del Honor y el Deshonor”. Se trata de un sendero a lo largo del cual se pueden encontrar unas veinte esculturas de mármol local que representan acontecimientos de actualidad. Concebido por el antiguo alcalde de Vagli, Mario Puglia, el parque se puso en marcha en 2015 con la inauguración de las esculturas dedicadas al comandante Francesco Schettino y al capitán Gregorio De Falco: sobre el honor y el deshonor queda claro su ejemplo, tanto más cuanto que en el plinto de De Falco está grabada la famosa frase (“sube a bordo, joder”, aunque erróneamente aparece en la estatua como “sube a bordo, joder”) y que Schettino, muy reconocible pero identificado por la inscripción como “Francesco” (después de todo, es difícil que haya dado su consentimiento para esta escultura) está retratado con orejas de conejo. A estos dos progenitores se unen pronto otras esculturas y las categorías de honor y deshonor se vuelven decididamente más fluidas: están Trump, Putin, el perro policía Diesel (muerto en un tiroteo en Francia), el guardia de seguridad Fabrizio Quattrocchi, una estatua antifemicidio con una mujer embarazada y otra tumbada, un banco en el que se lee “la libertad de las mujeres es la libertad de todos, una escultura dedicada a la Vigilanza Aeronáutica Militar, otra al Batallón ADRA... ”En democracia, hay que dar protagonismo a todas las expresiones", declaró recientemente Mario Puglia, que también había subrayado anteriormente, con una especie de trabalenguas, lo que él considera el valor del parque: “las estatuas serán un ejemplo y una advertencia para los jóvenes sobre el valor del honor y el deshonor del deshonor”.

Sin embargo, el estallido de la guerra en Ucrania pronto puso a prueba la validez de este sistema de valores. Tras el 24 de febrero de 2022, Enzo Coltelli (secretario del Partido Democrático local) pidió, también en nombre de muchos ciudadanos indignados, que se retirara la estatua del líder del Kremlin, afirmando que “el honor de nuestro país y de todos los ciudadanos de Vagli depende de ello”. A lo que Puglia, dejando a un lado las categorías de honor y deshonor, respondió afirmando que la estatua de Putin traería turismo a la ciudad y además valdría 150.000 euros. La obra, declaró Puglia al Corriere Fiorentino, “como todas las estatuas, fue donada para la valorización del mármol y la publicidad del material”. Y de hecho para el parque, en terreno público, el ayuntamiento no habría gastado ni un euro, “gracias a la entusiasta participación de particulares”, es decir, de las industrias locales del mármol, que harían publicidad de sus materiales a través de las estatuas. Incluso este aspecto, sin embargo, sigue sin estar claro: una determinación de 2017 (la 222 del 5 de diciembre) del municipio de Vagli muestra de hecho la asignación de 10. 999 euros más IVA como compensación al autor de la estatua (la cifra incluía, dice la determinación, “la creación y el suministro de una estatua de mármol que representa al Presidente de la Federación Rusa”), y los propios “donantes” han permanecido hasta ahora incongruentemente anónimos, en el sentido de que, por lo que sabemos, no se han revelado los nombres de las empresas involucradas en la creación de la obra.



De hecho, la ciudadanía se ha mostrado poco dispuesta a aceptar la estatua, que ha sido embadurnada varias veces: en abril de 2022 el líder del Kremlin fue cubierto de pintura roja; en marzo de este año su rostro fue pintado de amarillo y azul. “Es una barbaridad”, comenta Puglia, que persiste en no querer cuestionar la presencia de Putin en el parque, de acuerdo además con el actual alcalde, quien, tras las justificaciones de Puglia en términos económicos y turísticos, ha vuelto a probar también la carta moral, proponiendo mantener a Putin como ejemplo de deshonra.

La estatua de Putin
La estatua de Putin
La estatua de Putin con i colori dell'Ucraina. Foto: Lucca in diretta
La estatua de Putin con los colores de Ucrania. Foto: Lucca Live

Lástima, sin embargo, que una estatua “deshonrosa” sea una contradicción en sí misma. Por otra parte, todo el montaje moralizante del parque no sólo es ridículo, sino evidentemente engañoso: dejando de lado a Putin y Trump, ¿qué tienen que ver el honor y el deshonor con el feminicidio, relatado además de la forma más estereotipada posible? ¿El perro Diesel está ahí porque Puglia es antiespecista o para rendir homenaje al conocido sentido del honor de los perros? ¿Y la presencia del banco con la inscripción sería honorable o deshonrosa? Por cierto, cabe mencionar también a los recién llegados, recientemente anunciados para 2024: Berlusconi, Don Milani y Piero Angela, todos juntos por 300.000 euros (la comparación con Putin, que cuesta por sí solo la mitad que todo el trío, es inevitable). Y eso no es todo: Puglia también declaró que “se solicitará explícitamente el consentimiento para una estatua de Travaglio, Scanzi y Santoro”, para homenajear a los periodistas que han sido una espina en el costado de Berlusconi, pero “quizás con estatuas mucho más pequeñas”.

En general, llama la atención la discreción con la que el ex alcalde ha sabido crear su pequeño y ambiguo mundo de valores. En este sentido, el del honor y el deshonor parece claramente una estratagema para alimentar una ambigüedad pseudodemocrática en torno a la presencia de figuras que reflejan realmente una visión política. Entonces, ¿qué sentido tienen estas obras? ¿Hay que interpretar el parque como una simple empresa publicitaria? ¿O como una empresa turística? Si lo comparamos con otras obras del panorama italiano, es bastante fácil encuadrarlo según fenómenos recurrentes, el más macroscópico de los cuales es la apropiación del espacio público por particulares. En efecto, como hemos demostrado con unainvestigación y un libro de reciente publicación,(Comunque nude. La rappresentazione femminile nei monumenti pubblici italiani, Mimesis 2023), de las 187 estatuas en suelo público inauguradas el año pasado, unas 122 son donaciones de particulares. Particulares cuyo principal objetivo es obtener publicidad, con el aval de las administraciones públicas, que suelen justificar estas operaciones con la retórica de la “reurbanización” y el desarrollo del turismo en la zona. Uno de los primeros ejemplos de esto es la estatua dedicada a Manuela Arcuri, colocada en 2002 en Porto Cesareo, nunca aceptada por la ciudadanía (casualmente, como en Vagli), retirada en 2010 y recolocada después de 2 años con 6 sospechosos. Codacons también se había interesado por el asunto, alegando que la retirada había perjudicado al turismo. La más reciente Spigolatrice di Sapri sigue en realidad la misma retórica: la fundación que financió la obra la presentó como una atracción turística. En efecto, la estatua ha sido tendencia en las redes sociales, donde han circulado muchas fotos de visitantes inmortalizados tocándole el trasero (la misma práctica se ha ritualizado también con la estatua de Arcuri: al parecer trae buena suerte), pero está por ver si los turistas acuden a Sapri, o a Porto Cesareo. En el caso del parque Vagli, la intención publicitaria, que entre otras cosas se refiere a una industria muy problemática desde el punto de vista medioambiental y paisajístico, se declara abiertamente, pero esto no basta para explicar toda la operación: el mercado del honor y el deshonor hace posible una operación ideológica muy particular.

En efecto, aunque está claro que las estatuas de Vagli son fetiches a la altura de las de Manuela Arcuri y de la Spigolatrice, y que la implantación moralizante del parque es en realidad vacía, se puede ver que la elección de los temas a representar no es ni aleatoria ni neutra. En veinte años, mi administración ha hecho de Vagli una perla turística", declaró Puglia, defendiendo la estatua de Putin. Pero, ¿qué tipo de turismo pretende el parque del honor y el deshonor? Parece poco probable que el parque de Vagli se haya convertido realmente en un destino para el turismo de derechas gracias a estas estatuas, sobre todo porque, como se mencionaba al principio, está situado en una zona de gran interés naturalístico y deportivo, donde la tirolina, el parque de aventuras y el puente tibetano (que lleva el nombre del Marò) son las principales atracciones. Un destino, por tanto, idóneo para excursiones familiares o con amigos, que realmente no hubieran necesitado estatuas que parecen haber sido colocadas al azar sobre las rocas. Estatuas que, por cierto, ni siquiera tienen el “mérito” de ser Instagrammables: Putin, uno de los pocos fácilmente accesibles, está en un pedestal muy alto y desde luego no se presta a selfies como, por ejemplo, los Lucio Dalla de Bolonia, Troina o Milo, que están sentados en un banco, bien dispuestos a hacerse fotos con los fans sentados a su lado. Además, las reseñas del Parque Vagli en TripAdvisor que mencionan las estatuas son muy críticas.

El “Parque del Honor y del Deshonor” no es realmente un escaparate para las empresas del mármol, ni un destino turístico creíble; más bien parece un ambicioso proyecto llevado a cabo sin conciencia y sin un propósito claro, aparte de afirmar en el espacio los cuestionables valores de su promotor, que luego, ante los ciudadanos que subrayan el aspecto problemático de algunas de sus estatuas, tiene que pronunciarse sobre el aspecto de las mismas.aspecto problemático de algunas de sus estatuas, parece eludir la plena asunción de responsabilidades, deseando en cambio turismo y publicidad para los empresarios. Veinte estatuas sin autor que serían deleznables, como suele decirse, en un espacio privado y son, independientemente de quién las haya pagado, extremadamente cuestionables en el espacio público.


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