Usodimare": la poesía del mar de Giovanni Frangi


Reseña de la exposición 'Usodimare' de Giovanni Frangi, en La Spezia, CAMeC, hasta el 19 de febrero de 2017.

Cantar la poesía del mar. Tarea nada fácil, para la que es indispensable un amor visceral por el mar, que además puede sustanciarse en una relación intensa, apasionada, continua, estrecha. Hombre libre, siempre amarás el mar, escribió Baudelaire: porque no es necesariamente cierto que la proximidad al mar necesaria para captar su lirismo deba ser necesariamente geográfica. Ciertamente: quien vive a orillas del mar todo el año lo tiene fácil, también en virtud de que, como recita una frase de Egisto Malfatti que ha entrado en el imaginario común de la gente de la costa hasta el punto de convertirse en una especie de dicho popular, los hijos de los marineros, vayan donde vayan, siempre sabrán a sal. Pero un milanés como Giovanni Frangi (1959), pintor claramente culto y sensible, también está muy familiarizado con la poesía del mar (no hay más que ver sus cuadros para entenderlo): señal de que, al fin y al cabo, la proximidad al mar es independiente del lugar de nacimiento.

La alta frecuencia de la palabra"proximidad" en las primeras líneas de esta contribución se debe a que puede ser una excelente clave para quienes se acerquen a Usodimare, la exposición de obras de Frangi sobre el tema marino que acoge hasta el 19 de febrero de 2017 las salas del CaMEC de La Spezia. El mar está a sólo unas decenas de metros de la sede de la exposición. El aire que se respira al entrar en el museo es, por tanto, el cargado de sal que envuelve a toda ciudad que se asoma al mar. Que se siente sobre todo al atardecer, cuando embriaga con su olor a yodo y en los días húmedos se pega a uno, dejándole la piel húmeda. Entrar en el CaMEC tras un paseo por el golfo es la mejor manera de dejarse transportar por las evocadoras pinturas de Giovanni Frangi, que llevan al visitante en un viaje por el Mediterráneo (pero no sólo) que inevitablemente acaba devolviéndole a casa, a las orillas de esa ensenada que los amoríos de Lawrence, la muerte de Shelley y la intemperancia de Byron le valieron el nombre de “golfo de los poetas”. Usodimare por Antoniotto Usodimare, el mercader genovés del siglo XV que recorrió el mundo en barco para explorar y aprender. Los viajes de Frangi son menos aventureros pero no dejan de explorar, a través de una pincelada fluida, líquida, casi transparente, lo que hay por encima y por debajo de la superficie del agua.



Giovanni Frangi, Arcipelago
La última sala de la exposición Usodimare con el ciclo Arcipelago creado por Giovanni Frangi para la exposición


Mappa della mostra
Mapa de la exposición


Las Islas son vistas visionarias de panoramas marítimos de todo el mundo, que con sus colores violentos y antinaturales (Gauguin, al fin y al cabo, nos enseñó que el artista, si ve el mar rojo, debe pintarlo rojo) envuelven al observador, guiado en su viaje por los marcos negros que encuadran el panorama: ¿ventanas abiertas sobre vistas maravillosas? proas de pequeñas embarcaciones surcando las aguas, llevándonos con alguien a nuestro destino? Porque el desembarco en la isla, para Giovanni Frangi, siempre se comparte con una persona: llegamos a Samos, Grecia, con Mara, contemplando con ella la luz rojiza del sol que inunda las aguas del Egeo, transformándolo en una especie de colorido mar tropical. Las aguas de Cuba, por su parte, inspiran una reminiscencia lúdica en compañía de Michi, que adopta la forma de grandes letras cubofuturistas rusas pulcramente dispuestas a lo largo del borde inferior del cuadro. La resaca, por su parte, resuena en Essaouira: una playa marroquí en la que rompen las olas, veladas en un rojo bermellón que separa el mar de nuestros pensamientos pero al mismo tiempo lo acerca a nuestras almas, porque el rojo se convierte en la pantalla a través de la cual el pintor contempla (y nos permite contemplar) las olas que rompen en la orilla, haciéndonos partícipes de su reflejo. En efecto, hay que subrayar que, para Frangi, el mar no es ni el exclusivo mar de Pérez-Reverte, del que sólo pueden hablar quienes merecen y están a la altura, ni el ruidoso y concurrido mar de las comedias veraniegas. El de Frangi es un mar lírico, meditativo, hecho para ser visto, respirado y escuchado en silencio, quizá en compañía de alguien a quien se quiere, a las notas de artistas igualmente meditativos: un blues de Buddy Guy, o el jazz de Chet Baker, por ejemplo.

Giovanni Frangi, Mara a Samos
Giovanni Frangi, Mara en Samos (2004; óleo sobre lienzo)


Giovanni Frangi, Michi a Cuba
Giovanni Frangi, Michi en Cuba (2005; óleo sobre lienzo)


Giovanni Frangi, Essaouira
Giovanni Frangi, Essaouira (2002; Primal y pigmentos sobre papel)

Evidentemente, la poesía de Frangi no se detiene en las ondulaciones de la superficie, sino que llega hasta investigar las profundidades. Las impresiones de las islas, esas vistas que recuerdan las acuarelas de Degas (quizás las producciones menos conocidas de su carrera, pero probablemente también las más intensas emocionalmente) y los remolinos de Turner, artista que nos viene a la mente cuando nuestra mirada se pierde más allá del horizonte de los cuadros de Frangi, dejan espacio a la epifanía sumergida e infantil de View-Master, una instalación concebida como el juguete del mismo nombre de los años 30, una especie de prismáticos a través de los cuales perderse en visiones fantásticas. Se trata de una enorme caja de madera contrachapada, sobre la que el artista ha practicado unos minúsculos agujeros paralelos que permiten asomarse al interior. Nos parece un mundo de arrecifes, algas, medusas, criaturas que nadan en el fondo oscuro e impenetrable de un fondo marino del que no podemos formar parte, sino que sólo podemos investigar como observadores externos. Radicalmente opuesto, sin embargo, es el enfoque al que nos llama el acuario de Wabi-Sabi: la caja, esta vez, está abierta, y entramos en su interior, comenzamos a nadar en este mar cristalino junto a miríadas de pececillos que se reúnen en bancos festivos para acompañarnos, marcando con su presencia y su movimiento los puntos cardinales del conjunto. Las reflexiones aquí pueden quedarse un rato fuera de la caja, porque Wabi-Sabi es un canto a la ligereza, a la implicación emocional total: nosotros mismos nos convertimos en parte de la obra. Un canto a la ligereza que, en realidad, es profundo y está lleno de significado, como nos induce a pensar el título de la obra: “wabi-sabi” es una Weltanschauung japonesa fundada en la suposición de que todo es transitorio y, en consecuencia, no hay nada que esté destinado a permanecer. Formamos parte de una naturaleza que existe en un momento dado pero que luego ya no será: somos los observadores-espectadores-nadadores, por tanto, la metáfora en el centro de la obra, desde el instante en que entramos en este maravilloso acuario hasta el momento en que dejamos atrás los destellos envolventes del mundo submarino que Frangi ha pintado con su elegancia habitual. Una reflexión sobre la relación entre el hombre y la naturaleza, una constante en el arte de Giovanni Frangi (como nos hacen saber las puntuales leyendas que acompañan a las salas de la exposición), sobre la que se nos invita así a intervenir en primera persona.

Giovanni Frangi, Mara a Samos
Giovanni Frangi, View-Master, el fondo del mar (2006-2016; gomaespuma, pigmentos, primal, spray, papel)


Particolare di View-Master
Detalle de View-Master


Giovanni Frangi, Essaouira
Giovanni Frangi, Wabi-Sabi (2010; óleo sobre lienzo)


Particolare di Wabi-Sabi
Detalle de Wabi-Sabi


I pesci di Wabi-Sabi
El pez de Wabi-Sabi

De la meditación envuelta en ligereza, volvemos a la contemplación en la sección Río: seguimos en el agua, pero dejamos por un momento el mar para sumergirnos en los ríos. Nos sorprenden especialmente los paneles delAdigio: vistas de un impresionista de la década de 1910 que tiene presente la lección de Monet y nos ofrece lo que parecen ser dos intensos nocturnos en los que las aguas del río que fluye entre el Véneto y el Trentino se tiñen de un azul sombrío surcado por reflejos blanquecinos. La pincelada es más acuosa y expansiva que nunca. Pequeños toques de blanco en la lejanía nos hacen pensar que navegamos por el río, y a lo lejos vemos las luces de una ciudad. Más cerca de nosotros, formas oblongas, sombras que se extienden sobre el agua, parpadeos que casi parecen figuras humanas: ¿no estamos solos, entonces, en esta nuestra navegación por el Adigio?

Giovanni Frangi, Adige 1
Giovanni Frangi, Adige 1 (2014; óleo sobre lienzo)


Giovanni Frangi, Adige 2
Giovanni Frangi, Adige 2 (2014; óleo sobre lienzo)

Un rápido vistazo a la Cascada colocada estratégicamente alrededor de las escaleras que conducen a la planta inferior (se trata de una instalación que recrea, precisamente, una cascada: un cuadro con agua fluyendo verticalmente, único caso en toda la exposición, rompiendo sobre las piedras de gomaespuma colocadas a los pies del cuadro) nos guía hacia la inevitable conclusión de nuestro viaje. Arcipelago es una vuelta a casa: después de haber recorrido el mundo y sumergido en las profundidades, Giovanni Frangi nos devuelve a las orillas del Golfo de los Poetas (no sin antes habernos hecho pasar un momento por Grecia), presentándonos un ciclo, especialmente concebido para Usodimare, con algunas vistas de Portovenere, las Cinque Terre y Palmaria. Aquí, un signo negro inédito, sencillo pero potente, a veces inclinado hacia tonos también líquidos, traza las líneas de un paisaje familiar investido de colores ácidos que a primera vista recuerdan las vistas del Vesubio de Andy Warhol. Sólo que allí destacaban una explosión, un drama, una agitación convulsiva de la materia. Aquí, en cambio, describen paisajes interiores antes incluso que vistas del golfo. El observador, de nuevo, se sitúa sobre el agua, y dirige su mirada hacia la tierra, hacia esas “rocas oscuras y lustrosas de gráciles promontorios, entre uno y otro de los cuales aparecía, cercano y atrayente, un corto entrante de arena o grava fina”, con sus “frondosos bosques que trepaban ininterrumpidamente por las escarpadas colinas y cerraban poco a poco la vista sin alcanzar nunca el cielo ni la más pequeña morada”, como escribió en una de sus memorias otro de los grandes poetas que frecuentaron el golfo, Mario Soldati. Hablaba de la costa de Lerici, pero su descripción se adapta bien a las vistas de Frangi que miran en cambio hacia Portovenere y Palmaria. Las “rocas oscuras y lustrosas” con sus playitas cercanas son nuestra guía, nuestro asidero al que aferrarnos, como sugiere Marco Meneguzzo, comisario de la exposición, para no ahogarnos en las coladas rosas. Y para seguir perdiéndonos en la maravilla de una naturaleza de la que Frangi, para la ocasión, parece haber borrado toda huella humana (como había hecho Soldati en sus memorias), retrotrayéndonos a un golfo de poetas todavía alejado del turismo ruidoso y que aún no se ha convertido en el moderno “golfo de los contenedores”, según el apodo inventado por Marco Ferrari, escritor de La Spezia con un profundo conocimiento y refinado narrador de estos lugares que, a pesar de todo, siguen llenos de poesía. Sólo hay que saber encontrarla y captarla, y la invitación de Frangi es evidente.

Giovanni Frangi, Cascata
Giovanni Frangi, Cascada (2005; óleo sobre lienzo, gomaespuma)


Giovanni Frangi, Arcipelago, Palmaria vista sud ovest
Giovanni Frangi, Archipiélago, Palmaria vista suroeste (2016; óleo sobre lienzo)


Giovanni Frangi, Arcipelago, Alba chiara
Giovanni Frangi, Archipiélago, Amanecer claro (2016; óleo sobre lienzo)


Giovanni Frangi, Arcipelago, Settembre
Giovanni Frangi, Archipiélago, septiembre (2016; óleo sobre lienzo)


El agua de Frangi, uno de los pintores más interesantes del panorama italiano contemporáneo, fluye en un espacio que se sitúa entre el dato natural y la introspección, pero que no se presta a ser encerrado en rígidas convenciones. Líquido no son sólo los cuadros de Giovanni Frangi, sino la propia exposición, que permite al visitante, como ya se ha dicho, “nadar” entre las obras del artista milanés, elegir su propio hilo conductor, volver al principio y recomenzar a mirar como transportado por una corriente que fluye por las salas del CAMeC, un instituto entre los más actuales y, al mismo tiempo, una de las instituciones de arte contemporáneo más actuales y menos asum idas de Italia, que merece el mérito de haber realizado una densa retrospectiva que reinterpreta las obras de Frangi de los últimos quince años sobre el temadel agua desde un punto de vista unitario, presentándolas al público (incluso al no necesariamente habituado a la pintura contemporánea) con coherencia y sorprendente capacidad comunicativa. Una exposición de alto nivel cualitativo, indisolublemente ligada al territorio que la acoge (por lo tanto, aún más inteligente), y de la que transpiran no sólo la cultura y las reflexiones filosóficas del artista, sino también, quizá más banalmente, todo su amor por el mar, para compartirlo con otros amantes del mar, y no sólo.


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