En los últimos años, el arte contemporáneo ha sido testigo deuna explosión de obras y prácticas artísticas que se inscriben en el contexto de la denominada cultura woke. Temas como la justicia social, la equidad de género, la descolonización y los derechos civiles han pasado a ocupar un lugar central en las producciones artísticas, los proyectos curatoriales y las estrategias de marketing del sector. Pero, ¿es esta renovada atención a las cuestiones políticas y sociales un sincero acto de concienciación o el reflejo de un conformismo impuesto por la dinámica del mercado cultural?
El arte ha tenido tradicionalmente una relación ambivalente con la política. Mientras que, por un lado, se ha convertido a menudo en un instrumento de contestación y ruptura, por otro ha tenido que contar con las necesidades de quienes lo financian y promueven. Hoy en día, en el paisaje globalizado de las grandes instituciones culturales, las ferias de arte y las bienales, el mensaje político parece haber adoptado una forma cada vez más predecible y estandarizada. Pero en este proceso corremos el riesgo de perder algo esencial: la libertad del propio arte. Desde luego,el arte políticamente comprometido no es nada nuevo: de Goya a Picasso, de Ai Weiwei a Kara Walker, la historia del arte está llena de ejemplos de artistas que han utilizado su obra para denunciar la injusticia y cuestionar los poderes constituidos.
Sin embargo, en la era del “arte woke”, la línea entre activismo y marketing parece cada vez más difusa. Las instituciones culturales y las grandes galerías parecen haberse dado cuenta de queel compromiso social vende: las exposiciones sobre temas de inclusión y diversidad atraen público y financiación, los museos actualizan sus colecciones para satisfacer las demandas de representación y las casas de subastas registran ventas récord por artistas que abordan cuestiones de identidad. Pero, ¿es esta atención a los temas sociales un verdadero acto de transformación o sólo una operación estratégica para seguir siendo relevantes?
En un contexto en el que el mercado dicta cada vez más las reglas de la producción artística, el mayor riesgo es el de la performatividad: un arte que se limita a reproducir mensajes políticamente correctos sin ninguna tensión crítica real y sin dejar espacio para un pensamiento verdaderamente divergente. Algunos artistas y críticos plantean la duda de si el arte “woke” puede ser en realidad un nuevo conformismo, en el que el impulso de cambio se traduce en una serie de fórmulas fácilmente digeribles y compartibles. Las obras, en lugar de molestar o interpelar al público, acaban tranquilizándolo, proporcionándole una especie de catarsis colectiva que no tiene ningún impacto real sobre las estructuras de poder.
Una de las grandes contradicciones del “arte woke” es su naturaleza de voz crítica del sistema que, sin embargo, opera plenamente dentro de él. El arte subversivo encuentra espacio en las instituciones más prestigiosas y en los mercados más establecidos, pasando a formar parte de un mecanismo en el que incluso la disidencia se incorpora como una de las muchas variables del mercado. La creciente atención prestada a las cuestiones sociales ha abierto importantes espacios a artistas antes marginados, pero al mismo tiempo ha dado lugar a un mecanismo que puede generar nuevas exclusiones. Algunas voces se amplifican, otras se quedan fuera, mientras surge un canon despertado que establece lo que es aceptable y lo que no. Quizá el verdadero reto del arte contemporáneo no sea sólo representar cuestiones sociales acuciantes, sino hacerlo con autenticidad, desafiando al mismo tiempo el riesgo de volverse previsible. El arte siempre ha tenido la capacidad de anticiparse, romper esquemas y plantear preguntas incómodas. Pero ¿puede seguir haciéndolo en una época en la que todo se asimila rápidamente y se convierte en un producto?
Quizá la respuesta no sea rechazar de plano el “arte woke”, sino reconocer sus límites y contradicciones, dejando espacio para un debate más complejo. El arte puede ser ético e impredecible, político y ambiguo. La verdadera pregunta, entonces, es: ¿seguimos siendo capaces de aceptar un arte que no nos consuela, que nos pone en crisis, que escapa a las lógicas binarias del bien y el mal? ¿O preferimos un arte que, en su intento de tener razón, acaba siendo sólo tranquilizador?
Advertencia: la traducción al español del artículo original en italiano se ha realizado mediante herramientas automáticas. Nos comprometemos a revisar todos los artículos, pero no garantizamos la ausencia total de imprecisiones en la traducción debidas al programa. Puede encontrar el original haciendo clic en el botón ITA. Si encuentra algún error, por favor contáctenos.