Un arte frágil y olvidado, suspendido entre la escultura y la ciencia, vuelve a la vida tras siglos de silencio. Del 16 de diciembre de 2025 al 12 de abril de 2026, la Galería de los Uffizi de Florencia presenta la exposición Cera una volta. Esculturas de las Colecciones Médicis, un recorrido que redescubre la extraordinaria tradición de la escultura florentina en cera entre los siglos XVI y XVII. Comisariada por Valentina Conticelli y Andrea Daninos, la muestra inaugura los nuevos espacios expositivos de la planta baja de la Galería y representa la primera exposición dedicada a este tema en la ciudad que fue su principal centro de producción.
Ya desde su título, Wax Once declara su intención: revivir un campo artístico perdido, que durante siglos entrelazó arte, religión y ciencia, pero que el tiempo ha borrado casi por completo debido a lo perecedero del material. La cera, material vivo y frágil, dúctil y orgánico, es de hecho el medio que más ha sabido reproducir la carne humana y sus transformaciones. A través de unas noventa obras, entre esculturas, relieves, pinturas, camafeos y trabajos en piedra dura, la exposición relata la fortuna y el redescubrimiento de un lenguaje que antaño fascinó a príncipes, científicos y artistas.
El uso artístico de la cera se remonta a la Antigüedad. Ya en el siglo I d.C., Plinio el Viejo describe en su Historia Natural la costumbre de modelar imágenes en cera, una tradición que a su vez hundía sus raíces en costumbres etruscas y romanas vinculadas al culto de los antepasados. De las máscaras mortuorias, creadas para preservar la semejanza de los difuntos, se pasó poco a poco a verdaderos retratos fisonómicos, simulacros que perpetuaban el recuerdo de rostros familiares. El arte de la cera se mantuvo vivo a lo largo del tiempo, perviviendo en las prácticas populares y religiosas -desde los exvotos a los simulacros devocionales- hasta que conoció un momento de extraordinario esplendor en la Florencia medicea entre los siglos XV y XVII.
En un contexto marcado por la curiosidad científica y la atención al cuerpo, la cera se convirtió en un material de elección para artistas y eruditos. Suave y neutra, moldeable con una precisión excepcional y capaz de acoger el color, permitía representar la vida misma, restituyendo el aspecto de la piel y los tejidos con una verosimilitud sin precedentes. Los escultores del Renacimiento y del Barroco explotaron su potencial para crear obras policromadas de intensa expresividad, que combinaban la observación naturalista con el virtuosismo técnico.
Con el Barroco, época dominada por la reflexión sobre la fugacidad y el tiempo, la cera encontró una nueva y poderosa dimensión simbólica. Su origen orgánico -vinculado al trabajo de las abejas y, por tanto, a la naturaleza- la convirtió en el material preferido para representar el cuerpo vivo y su corrupción, temas centrales de la cultura figurativa del siglo XVII. Cera una volta reconstruye esta época a través de un itinerario que alterna escultura y pintura, sagrado y profano, asombro y meditación sobre la muerte.
El objetivo de los comisarios es recontextualizar un arte hoy casi olvidado, devolviéndolo a la época de su apogeo, cuando la cera se consideraba un género preciado, buscado no sólo para los santuarios sino también para las colecciones principescas. Aristócratas y mecenas, fascinados por el realismo de estas esculturas, las encargaban para enriquecer sus galerías privadas, junto a obras en mármol o bronce.
Muchas de estas creaciones, antaño conservadas en los Uffizi o en el Palazzo Pitti, fueron desechadas a finales del siglo XVIII, cuando el gusto neoclásico y el cambio de sensibilidad artística relegaron la cera a la categoría de curiosidad artesanal. Ahora, después de siglos, algunas de esas obras regresan a Florencia y se exponen por primera vez en su emplazamiento original.
Entre las obras maestras expuestas se encuentran elAnima urlante all’Inferno (Alma que grita en el Infierno), atribuida a Giulio de’ Grazia, un ejemplo de extraordinaria tensión dramática y expresividad, y la máscara funeraria de yeso de Lorenzo el Magnífico, modelada por el escultor Orsino Benintendi, un raro testimonio de la tradición de las efigies post mortem. Estas obras dialogan con una selección de obras procedentes de otros museos italianos e internacionales, en un entrelazamiento que restituye la amplitud de un fenómeno artístico a la vez estético, religioso y antropológico.
Una sección entera de la exposición está dedicada a Gaetano Giulio Zumbo, considerado el mayor intérprete de la ceroplástica barroca y figura clave en la historia de la escultura florentina de finales del siglo XVII. Se le reserva una sala monográfica, en la que destaca la reciente adquisición de las Galerías: La corrupción de los cuerpos, obra emblemática de su estilo y poética. La pequeña obra maestra de Zumbo revela su interés por el tema de la descomposición y la transformación de la materia, en la que la cera se convierte en metáfora de la fragilidad de la vida y del paso del cuerpo al polvo.
La exposición ofrece, por tanto, no sólo una revisión de obras, sino también una reflexión sobre la identidad de la escultura y su relación con la realidad sensible. En el taller renacentista y barroco, la cera se utilizaba a menudo como paso intermedio en la creación de modelos para el bronce o el mármol, pero su uso autónomo como material expresivo revelaba un interés más profundo: el de reproducir el cuerpo en su imperfección, en su verdad cambiante. El arte ceroplástico, que también encontraría aplicación en los museos anatómicos y científicos, nacía así como una forma de representación artística, capaz de combinar la sensibilidad religiosa, la investigación naturalista y la emoción de lo real.
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| La exposición "Wax Once" en los Uffizi: el arte perdido de la escultura en cera |
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