Por primera vez en su historia, el jardín histórico de Villa La Quiete abre sus puertas al público. Lugar secreto, precioso cofre del tesoro del siglo XVIII escondido en el verdor del barrio de Castello, en Florencia, el jardín representa uno de los testimonios más auténticos del paisaje de los Médicis, que ha permanecido intacto a lo largo de los siglos. Gracias a un complejo proyecto de recuperación y valorización, promovido por el Sistema de Museos de la Universidad de Florencia y financiado por el Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia (PNRR), los visitantes podrán admirar, a partir del próximo 16 de mayo, a partir de las 18.00 horas con entrada gratuita, el trazado original, querido por Anna Maria Luisa de’ Medici, conocida como la Electa Palatina.
En efecto, el jardín fue diseñado y creado entre 1724 y 1727 a instancias de la última descendiente de la dinastía Médicis, que había regresado a Florencia tras una larga estancia en Alemania. Viuda y sin hijos, Anna Maria Luisa había elegido Villa La Quiete como residencia de verano, continuando la tradición iniciada por la Gran Duquesa Cristina de Lorena, que ya había frecuentado la residencia en el siglo XVII. El jardín representa la última de las residencias de verano de los Médicis, una síntesis perfecta entre el rigor geométrico del jardín formal y la riqueza naturalista del parque.
Directamente desde el piso de la Electora, con vistas a las habitaciones decoradas con frescos, se accede a la terraza superior: un triunfo de jarrones de terracota Impruneta y urnas de esponja que albergaba el “jardín de flores”. Aquí Anna Maria Luisa cultivaba sus especies favoritas: rosas, jazmines y, sobre todo, bulbosas raras como tulipanes, narcisos, jacintos y fritillarias. El aroma de estas flores impregnaba las estancias de la villa, acompañando la vida cotidiana de la noble y su séquito.
Desde la terraza se observa el jardín inferior, perfectamente simétrico, con diez parterres geométricos dispuestos alrededor de un estanque central, intersecado por dos avenidas principales. A los lados se encuentran los principales elementos arquitectónicos: las fuentes “Samaritana” y “Noli Me Tangere”, una pequeña gruta decorada y el portal de la Limonaia, hoy parcialmente oculto por las encinas de la ragnaia. La pendiente del terreno se aprovechaba para fuentes en cascada y juegos de agua, gracias a un ingenioso sistema hidráulico desviado desde el Monte Morello por orden de la Electa.
Aún hoy, en los campos situados al norte de la villa, se pueden ver señales de la canalización: pozos, cisternas e incluso un puente para el paso de las tuberías de agua. No es casualidad que la zona de Castello deba su nombre a “castellum acquae”, término latino que designa las cisternas del acueducto romano. Esta abundancia de agua y la posición soleada hicieron que la zona fuera ideal para la construcción de villas como Careggi, Castello, Petraia, Topaia y, por supuesto, La Quiete.
Un elemento distintivo del jardín es la ragnaia, una estructura vegetal dedicada a la captura de aves, una costumbre común en los jardines italianos de la época. Formada por muros verdes de encinas y plantas de matorral mediterráneo como la phillyrea, el alaterno y el boj, la ragnaia discurre paralela al jardín formal. En sus avenidas se tendían “ragne”, finas redes tendidas en el suelo para atrapar pájaros atraídos por la sombra y las bayas. La poda de las encinas impedía que los animales se posaran en los árboles, obligándoles a bajar y dejarse atrapar. Pero no era sólo un espacio para la caza: las salas verdes, como la “sala octogonal” y la “sala de la reina”, eran también lugares de refresco, enriquecidos con taburetes de piedra y dedicados a la contemplación de la naturaleza.
A diferencia de otros jardines que han sufrido modificaciones a lo largo de los siglos, el de La Quiete se ha mantenido prácticamente intacto gracias a la gestión constante del Montalve, la institución religiosa femenina propietaria de la villa hasta finales del siglo XX. La coherencia botánica queda confirmada por la supervivencia de las especies originales: boj, encina, cítricos y bulbos de flor.
El jardín de la Electora era también un lugar de producción agrícola y medicinal. Además de flores ornamentales, allí se cultivaban plantas medicinales para la botica de la villa del siglo XVII, que aún existe, e incluso hortalizas y frutas. Los parterres albergaban cultivos como col negra, calabazas, cebollas, alcachofas, cardos y guisantes. En los prados próximos a la casa de los limoneros había huertos y pomari, mientras que a lo largo del muro perimetral crecían árboles frutales en espaldera, como manzanos, perales y vides. Esta dimensión productiva se recupera ahora gracias a un huerto experimental encargado por la Universidad de Florencia, que repropone los antiguos cultivos documentados en los archivos.
Elaparato decorativo es notable, totalmente centrado en temas religiosos femeninos vinculados a la naturaleza. La fuente de la “Samaritana”, con su grupo escultórico de Gioacchino Fortini, celebra el episodio evangélico del agua de la vida eterna. El “Noli Me Tangere”, fresco perdido de Sigismondo Betti, evoca el encuentro entre Cristo resucitado y Magdalena. Por último, el fresco de “Santa Dorotea” en la Limonaia, hoy desaparecido, recordaba a la patrona de los jardineros.
La gruta situada bajo la terraza, aunque carece de su decoración original, conserva suelos de guijarros de colores y paredes cubiertas de conchas. Se han perdido los sonidos de los pájaros mecánicos, que antaño se activaban con juegos de agua, pero el encanto de este rincón inspirado en la “Gruta de los Animales” de la cercana Villa di Castello permanece intacto. Las grandes salas de los jarrones, ahora espacios expositivos, albergan antiguas herramientas utilizadas para el cuidado de la vegetación, como el “ammazzacavallo”, un cabrestante utilizado para elevar las pilas de cítricos, y el “carromatto”, un carro sin costados para el transporte estacional.
La restauración del jardín, que forma parte del proyecto “Parques y Jardines Históricos” del PNRR, corrió a cargo del grupo AICOM con el asesoramiento de los arquitectos paisajistas Gianfranco Franchi y Giorgio Galletti. Las obras afectaron a la gruta, los stanzoni, el jardín superior con la reconstitución de las plantas bulbosas según los diseños originales y la Ragnaia, que fue objeto de un mantenimiento extraordinario basado en estudios agronómicos. Se podaron, complementaron o sustituyeron setos de boj y especies esclerófilas para garantizar la supervivencia del jardín y aumentar la biodiversidad.
El Sistema de Museos Universitarios, en colaboración con el Área de Programación y Desarrollo de Obras Mayores de la Universidad de Florencia, siguió todas las fases de la obra. Gracias a los documentos de archivo, ha sido posible reincorporar especies desaparecidas, aumentar las colecciones de cítricos y frutos antiguos y potenciar la entomodiversidad del lugar. El resultado es una obra maestra renacida, que por primera vez se revela al gran público en su auténtica belleza, tal como la había soñado y deseado la última gran dama de la casa de Médicis.
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Florencia, reabre el jardín de Villa La Quiete, obra maestra de los Médicis y tesoro de la botánica del siglo XVIII |
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