No es la primera vez que en estas páginas nos ocupamos de las jornadas FAI. Se trata sin duda de una iniciativa encomiable, ya que el Fondo Ambiente Italiano ofrece la posibilidad de visitar lugares de toda Italia que de otro modo estarían cerrados o serían de difícil acceso. Además, cada año el FAI invierte considerables recursos en la recuperación y protección de muchos bienes, gracias a las sumas donadas por los ciudadanos, hasta el punto de que las propias jornadas FAI son al mismo tiempo una especie de gran evento de recaudación. La valía de la iniciativa, unida a una masiva presencia mediática de la FAI y subrayada por la retórica enfática y triunfalista con la que suele acompañarse en reportajes televisivos o presentaciones en medios generalistas, puede haber generado, sin embargo, la idea de que las jornadas son un acontecimiento apreciable en todos los sentidos, y que cualquier aspecto crítico puede pasar a un segundo plano ante la posibilidad de ver lo que normalmente no se deja ver. Llegados a este punto, tras años en los que el modelo de las Jornadas de Primavera y Otoño ha permanecido sustancialmente inalterado, cabe preguntarse si el modelo FAI sigue siendo tan encomiable, tan actual, tan excepcional.
La última edición se celebró el sábado 11 y el domingo 12 de octubre y, según las propias cifras de la FAI, participaron más de 400.000 personas que, según su página web, pudieron disfrutar de “visitas gratuitas a 700 lugares inaccesibles o poco valorados de 350 ciudades de toda Italia”. El esquema de las Jornadas, ya en su decimocuarta edición, es siempre el mismo: Las delegaciones de la FAI y los grupos activos en la zona llegan a un acuerdo con los propietarios de los inmuebles (en su mayoría privados, pero también hay casos de propiedad pública) para permitir las visitas, que se confían a “jóvenes voluntarios” que se encargan tanto de la gestión logística de las visitas como de las visitas guiadas, que a menudo se confían a participantes en la iniciativa “Aprendices de Guías Turísticos”, un proyecto de formación lanzado en 1996 que se lleva a cabo desde principios de año., un proyecto de formación lanzado en 1996 en el que participan cada año 50.000 estudiantes de secundaria, a los que se encomienda la tarea, según se lee en la página web de la FAI, de “acompañar al público a descubrir el patrimonio histórico, artístico y natural de su localidad y a sentirse directamente implicados en la vida social, cultural y económica de la comunidad, convirtiéndose en ejemplo para otros jóvenes en un intercambio educativo entre iguales”. Esto, por supuesto, cuando no se planifican visitas con guías profesionales o expertos. En la mayoría de los casos, para participar en las visitas no hay que reservar: las jornadas de la FAI se gestionan en casi todas partes según la lógica del “orden de llegada”, con la pega de que, en caso de gran afluencia, la admisión no está garantizada (es la propia Caja la que lo especifica en las preguntas frecuentes de su página web).
La FAI, por alguna razón, nunca ha cambiado un ápice este modelo, aunque en los últimos años han surgido iniciativas similares en toda Italia (donde “similares” significa “apertura de lugares que normalmente no son accesibles”: estoy pensando en los Rolli Days de Génova o Pontremoli Barocca) que, sin embargo, a diferencia de los días de la FAI, han tenido el mérito de experimentar, modificar sobre la marcha y mejorar la situación inicial. Y, sobre todo, han tenido el mérito, en el umbral del primer cuarto del tercer milenio, de demostrar que el modelo FAI ya no es el único, ni el más eficaz, ni el más actual. Mientras tanto, podemos empezar por el capítulo de los voluntarios, que es quizás el aspecto más crítico del modelo FAI, ya que, a pesar de que hablamos de unainiciativa que lleva catorce ediciones, hasta ahora las profesiones de la cultura no parecen haber sido valoradas adecuadamente, ya que el Fondo siempre ha preferido confiar las visitas a voluntarios formados para la ocasión, con todos los problemas que ello conlleva: explicaciones aproximadas o precipitadas, cuando no erróneas, con el consiguiente riesgo de desinformación (y si va bien, de calidad discontinua, que varía de un chico a otro: uno puede toparse con el verdadero entusiasta que tal vez haya estudiado el tema en profundidad, o viceversa en el que no supo sacar créditos por alternancia escolar), simplificaciones excesivas, inseguridad y falta de capacidad para adaptar el lenguaje en función del auditorio, preguntas del público, incluso sencillas, ante las que los jóvenes suelen quedar desconcertados. El argumento esgrimido por los delegados de la FAI suele ser la preciosidad de la experiencia formativa para los jóvenes que tienen la oportunidad de iniciarse en el aprendizaje de un oficio sobre el terreno y, sobre todo, familiarizarse con los monumentos de su zona: una observación más que acertada, pero no creo que haya un solo ámbito de trabajo en el que un becario o, peor aún, un estudiante de bachillerato formado se quede solo con los que pretenden utilizar el servicio. El voluntariado está muy bien, es maravilloso que jóvenes de 16, 17, 18 años puedan entrar en contacto con el patrimonio cultural, pero entre el voluntariado “formativo”, llamémoslo así, y una forma de voluntariado en la que al joven de 18 años se le encomienda la tarea de dirigir a un grupo de personas en su mayoría inexpertas, hay un abismo: sería como si la revista que dirijo publicara los artículos de un joven de 18 años al que se le han ofrecido apenas unos pocos conocimientos sobre el tema del que pretende hablar. Por ofrecer al lector un ejemplo quizá más cercano: nadie que necesite una defensa en un litigio o un taco de inversiones evitaría recurrir a los servicios de un abogado o un asesor financiero para recibir el mismo servicio de un joven de dieciocho años que ha recibido algunas nociones de un voluntario. Por supuesto: en la vida real cualquiera podría recibir asesoramiento gratuito de un adolescente, un entusiasta, y luego podría decidir pagar al profesional por su servicio. Las Jornadas FAI, sin embargo, no ofrecen esa posibilidad, salvo en casos limitados, también porque la mayoría de los inmuebles sólo abren durante las jornadas y, por tanto, no hay oportunidad de visitarlos durante el resto del año.
Es una cuestión de objetivos: si el objetivo de las Jornadas FAI es sensibilizar al público e informarle de que existe un patrimonio en nuestro país que a menudo es inaccesible, creo que podemos prescindir de guías con voluntarios y, como mucho, ofrecer al público audioguías o folletos elaborados por expertos o profesionales con información sobre los lugares abiertos. Por otra parte, si el objetivo es también, como leemos, “promover el conocimiento del patrimonio entre el público más amplio posible [...] para favorecer su protección y valorización con la contribución de todos”, entonces no se entiende por qué hay que mantener al margen a los profesionales de la cultura: Si esto es así, o bien hay que admitir que las profesiones culturales son profesiones de segunda, que creemos que puede desempeñar sin problemas un chaval de dieciocho años que haya recibido una pizca de conocimientos, o bien hay que reconocer que tal vez el modelo de la FAI no sea el más adecuado para valorizar adecuadamente la profesionalidad de quienes se ocupan de la cultura de oficio. No se niega que también haya profesionales de pacotilla, pero todo sector que implique responsabilidad pública y conocimientos técnicos debe confiarse a quienes tengan formación, capacidad y reconocimiento profesional.
Es cierto que la Caja ha declarado varias veces que no quiere sustituir a los profesionales de la cultura, pero hay que señalar que existen casos de iniciativas similares que, al contrario que las Jornadas de Primavera y Otoño, han demostrado concretamente, con hechos, este supuesto. Durante las jornadas de Pontremoli Barocca, por ejemplo, las visitas son realizadas por guías turísticos e historiadores del arte: para que la iniciativa sea sostenible, se pide a los visitantes que paguen una entrada (desde luego, no estamos hablando de cantidades desorbitadas). Es cierto que la FAI permite visitar gratuitamente los lugares abiertos, aunque los voluntarios, como es justo, piden al público que done una pequeña suma para contribuir a la causa: Si, entonces, se pretende seguir el camino de la gratuidad, la referencia podría ser la de las Jornadas Rolli de Génova, donde existe una entidad que apoya a los expertos que intervienen en las visitas a contracorriente para que el público no tenga que pagar entrada (aunque, todo hay que decirlo, sigue habiendo sitios donde sólo se puede entrar previo pago), y donde la FAI permite visitar los lugares abiertos de forma gratuita, aunque los voluntarios, como es justo, piden al público una pequeña cantidad para contribuir a la causa. entrar sólo previo pago), y donde, además, se da al público la opción de realizar las visitas con los divulgadores (normalmente estudiantes de postgrado o doctorado en humanidades, a los que el Ayuntamiento de Génova paga por su trabajo) o con guías profesionales.
Del mismo modo, la forma en que se gestionan actualmente las visitas parece completamente obsoleta. Escenas como las ocurridas en la Villa Pallavicino de Busseto (patrimonio municipal, por otra parte) durante las últimas Jornadas de Otoño de la FAI, con colas de más de cuarenta minutos para entrar y el público que deseaba visitar la villa rechazado cuando faltaba más de una hora para el cierre oficial de la jornada oficial de clausura de la FAI. una hora antes del cierre oficial debido a la masificación, ya no son aceptables para un evento de tanto atractivo y que cuenta con una experiencia de catorce ediciones. Son los efectos de la ausencia de reservas, que ahora parece inexplicable en la era de los smartphones, las apps y la inteligencia artificial. Las reservas se han introducido ahora en todos los eventos similares, de los Rolli Days para abajo: Es un método que, sobre todo cuando hay que limitar las entradas por la estrechez o las limitaciones fisiológicas de los espacios, permite una gestión más exigente del público, que puede acudir cuando le toca sin crear aglomeraciones. El público puede presentarse cuando es su turno sin crear desorden, sin crear aglomeraciones y, sobre todo, sin ser rebotado por los voluntarios de la FAI, una eventualidad quizás más frustrante, sobre todo si se acude a un lugar a propósito, que los dos o tres minutos necesarios para completar una reserva en una página web.
Por supuesto: la FAI es una entidad privada y no un organismo público ni una organización benéfica, y como entidad privada persigue sus propios intereses y lo hace de la forma que considera más conveniente. Y tal vez, como dijo Isabella Ruggiero en estas páginas hace unos años, “pedir a la FAI que utilice guías de pago en lugar de voluntarios es como pedir a un pingüino que viva en el desierto”. Tanto más cuanto que la FAI alega una satisfacción generalizada por parte de su público, que ciertamente nadie quiere poner en duda: uno puede alegrarse fácilmente de haber pasado media hora en la cola para visitar una prefectura provincial que le ha explicado un alumno de último curso de bachillerato, y ése es su problema. La cuestión, sin embargo, no es la naturaleza jurídica de la entidad organizadora de las Jornadas: La cuestión es, entretanto, que la entidad en cuestión persigue declaradamente una misión de interés colectivo, lo que resulta más evidente cuando no se dirige a una base de usuarios o clientes, sino genéricamente a los “ciudadanos”.quienes, además, están llamados, en palabras del presidente del FAI, Marco Magnifico, a ofrecer “con su participación esa fuerza indispensable” para seguir haciendo realidad la oportunidad “de conocimiento y, por tanto, de crecimiento” que ofrece el Fondo. En segundo lugar, el modelo de la FAI es constantemente elogiado por nuestras instituciones: sólo el pasado mes de marzo, en la presentación de las Jornadas de Primavera, el Ministro de Cultura Alessandro Giuli no dudó en afirmar que “los hombres y mujeres de la FAI son parte integrante de esa República a la que se confía la tutela y la promoción del patrimonio cultural italiano” y en establecer un paralelismo entre la FAI y el propio Ministerio de Cultura, nacidos ambos en el mismo año. En tercer lugar, como ya se ha mencionado, la FAI también gestiona las aperturas de bienes públicos: durante los últimos días, por ejemplo, fue la FAI la que garantizó las aperturas de lugares como el Palazzo Comunale y el Palazzo dell’Agenzia delle Entrate de La Spezia, la Villa Pallavicino de Busseto, el Palazzo Massari de Ferrara, el Palazzo Comunale de Budrio, etc., todos ellos lugares en los que las visitas fueron ofrecidas por voluntarios o aprendices de ciceroni de la FAI. Si, pues, la FAI debe considerarse una especie de guarnición, aunque privada, de la institución pública, y si es cierto que la propia República de la que forman parte integrante los hombres y mujeres de la FAI está se basa en el trabajo, quizás, después de catorce ediciones, haya llegado el momento de cuestionar el modelo en el que siempre se ha basado el evento más célebre del Fondo Ambiente Italiano y de garantizar, sobre todo en los bienes de titularidad pública, un alto nivel de exigencia.
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