Cinco superestrellas del arte que ya no convencen: Koons, Hirst, Murakami, KAWS, JR


Koons, Hirst, Murakami, KAWS, JR: cinco artistas superestrellas que han redefinido los límites del arte. Pero, ¿siguen convenciendo hoy? ¿Hablan realmente al presente? ¿O estamos ante un arte que ha dejado de cuestionarse y se limita a replicarse a sí mismo? ¿Han perdido empuje vital? La opinión de Federica Schneck.

Durante décadas han figurado entre los nombres más destacados delarte contemporáneo mundial. Iconos del mercado, protagonistas de subastas récord, celebrados en museos y bienales, perseguidos por coleccionistas y comisarios. Cada uno con un universo reconocible: Jeff Koons y la hiperlucidez del deseo, Damien Hirst y la muerte como espectáculo, Takashi Murakami y la superficie reluciente del pop japonés, KAWS y la estética del juguete elevada a arte, JR y arte callejero con rostro humanista. Pero hoy, en una época cada vez más atenta a la complejidad, laurgencia social y la profundidad del pensamiento artístico, algo se resquebraja. ¿Siguen convenciendo estos artistas? ¿Hablan realmente al presente? ¿O estamos ante un arte que ha dejado de cuestionarse y se limita a replicarse a sí mismo? ¿Es posible que, sin dejar de ser “relevantes” para el mercado, hayan perdido el impulso vital que hace que una obra sea realmente necesaria?

Jeff Koons es el caso ejemplar de un artista que ha fusionado definitivamente arte y mercado. Sus obras, famosas por sus superficies espejadas, sus colores hipersaturados y sus proporciones de juguete, han invadido museos, fundaciones, hoteles y aeropuertos, convirtiéndose en símbolos de estatus de una estética posmoderna basada en el exceso y la espectacularidad. Pero hoy, esa misma estética empieza a mostrar sus límites. Sus perros globo, sus corazones gigantes, sus Gazing Balls parecen más cercanos al lenguaje del diseño decorativo que a una verdadera operación crítica. La ostentación de una “belleza vacía”, que en los años 80 podía sonar a provocación, aparece ahora como una fórmula repetida. La exposición de París en Versalles (2008) causó revuelo; la reciente de Doha (2021), en cambio, pasó casi desapercibida. Quizá Koons haya superado su reto: ha demostrado que el arte puede ser puramente un objeto de consumo. Pero precisamente por eso, su obra corre hoy el riesgo de ser cualquier cosa menos arte vivo.

Jeff Koons, Tulipanes (1995-2004; acero inoxidable; Bilbao, Guggenheim)
Jeff Koons, Tulipanes (1995-2004; acero inoxidable; Bilbao, Guggenheim). Foto: Jean-Pierre Dalbéra
Jeff Koons. Foto: Ela Bialkowska/OKNO Studio
Jeff Koons. Foto: Ela Bialkowska/OKNO Studio

Si Koons es el campeón del deseo brillante, Damien Hirst es el maestro del memento mori convertido en espectáculo. Desde el tiburón en formol(The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living) hasta la calavera tachonada de diamantes(For the Love of God), su arte siempre ha jugado con la obsesión por la muerte, la descomposición, el valor. Pero, ¿cuántas veces se puede repetir el mismo concepto? En los últimos años, Hirst ha multiplicado sus producciones: mariposas, gabinetes, puntillismo à la Spot Paintings y, sobre todo, la colosal puesta en escena de Treasures from the Wreck of the Unbelievable (2017), un falso hallazgo arqueológico recreado con medios hollywoodienses, criticado por su autoengrandecimiento carente de contenido real. Incluso el proyecto NFT The Currency, con el que quemó miles de dibujos para “reflexionar sobre el valor”, parecía más unaoperación de marketing que un gesto auténtico. Lo que hoy queda de Hirst es más la firma que laobra. El sistema le adora, pero el público más observador empieza a preguntarse: ¿sigue siendo arte o es un ejercicio de poder?

Damien Hirst, La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo (1991; vidrio, acero pintado, silicona, tiburón y solución de formaldehído; 217 x 542 x 180 cm)
Damien Hirst, The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (1991; vidrio, acero pintado, silicona, tiburón y solución de formol; 217 x 542 x 180 cm)
Damien Hirst. Foto: Perfil de Instagram del artista
Damien Hirst. Foto: Perfil de Instagram del artista

Murakami ha contribuido decisivamente a llevarla estética japonesa al corazón del arte mundial. Su estilo Superflat, en el que fusiona manga, espiritualidad budista, anime y tradición japonesa, ha redefinido la frontera entre alta cultura y cultura pop. Pero, ¿cuántos años llevamos viendo las mismas sonrisas estilizadas, las mismas flores de colores, las mismas figuras bidimensionales? La impresión es que Murakami ha pasado de ser un artista radical a un productor de mercancías. De las colaboraciones con Louis Vuitton a las de Billie Eilish, pasando por las zapatillas deportivas y NFT, su universo se ha ampliado a pasos agigantados. Pero la proliferación de la imagen ha restado complejidad al contenido. El mensaje se ha disuelto en decoración. Claro, el lenguaje es reconocible, potente, comercial. Pero, ¿dónde ha quedado la carga crítica? ¿La reflexión sobre el trauma atómico, sobre la historia cultural japonesa, sobre el consumo visual? Hoy en día, Murakami parece más interesado en producir mascotas globales que obras que interroguen la realidad.

Takashi Murakami, A Homage to Monogold D (firmado y fechado en 2012; acrílico y hoja de platino sobre lienzo, 78,1 x 55,9 cm; colección privada)
Takashi Murakami, A Homage to Monogold D (firmado y fechado en 2012; acrílico y hoja de platino sobre lienzo, 78,1 x 55,9 cm; Colección Privada)
Takashi Murakami. Foto: Perfil de Instagram del artista
Takashi Murakami. Foto: Perfil de Instagram del artista

KAWS (Brian Donnelly) es el caso más emblemático de la transición delarte a la marca. Nacido como artista callejero, se dio a conocer por sus reinterpretaciones de personajes pop, Mickey Mouse, Bob Esponja, Los Simpson, con ojos en X y posturas melancólicas. A partir de ahí, un ascenso imparable: exposiciones en museos, esculturas gigantes, colaboraciones con Dior, Nike, Uniqlo, Samsung. ¿El problema?La obra es siempre la misma. Cambian las dimensiones, los materiales, los colores, pero la figura, el Compañero, permanece idéntica, como un logotipo. No hay desarrollos, ni transformaciones, ni conceptuales ni formales. Sólo multiplicación. En un mundo en el que el arte debería cuestionar la singularidad y la identidad, KAWS produce objetos replicables, deseables, pero totalmente libres de riesgo. ¿Es un artista o un diseñador de lujo? Sus obras atraen a los coleccionistas porque parecen tranquilizadoras, familiares, vendibles. Pero es precisamente esta previsibilidad la que socava su valor crítico.

KAWS, Take (2021; bronce y pintura, 189,2 x 91,9 x 72,4 cm, ed. 1/1). Foto: Galerie Max Hetzler
KAWS, Take (2021; bronce y pintura, 189,2 x 91,9 x 72,4 cm, ed. 1/1). Foto: Galerie Max Hetzler
KAWS (Brian Donnelly). Foto: Perfil de Instagram del artista
KAWS (Brian Donnelly). Foto: Perfil de Instagram del artista

JR es quizá el caso más paradójico: un artista que se presenta como socialmente comprometido, pero que a menudo realiza proyectos inofensivos. Sus grandes fotografías pegadas en barrios obreros, en campos de refugiados, en muros de ciudades tienen la ambición de “dar voz” a quienes no la tienen. Pero el lenguaje es siempre el mismo: rostros en blanco y negro, explosiones emocionales, mensajes universales. ¿El resultado? Obras visualmente potentes, pero carentes de análisis. Nunca hay un verdadero conflicto o denuncia. La humanidad que narra JR es genérica, pacificada, “bella” en el sentido más retórico del término. Incluso sus proyectos más ambiciosos, como Inside Out o la imagen de la fachada del Louvre, aparecen como gestos simbólicos sin impacto real. En una época de desigualdades estructurales, tensiones geopolíticas y crisis medioambiental, es de esperar que el arte vaya más allá de la emoción fácil. Y JR, aunque declara su intención de hacer arte “para todos”, parece construir narraciones simplificadas, aptas para Instagram y para un público que busca confirmación, no preguntas.

JR, El nacimiento (2024)
JR, El nacimiento (2024). Foto: Equipo JR
JR. Foto: Equipo JR
JR. Foto: Equipo JR

Koons, Hirst, Murakami, KAWS, JR: artistas queridos, célebres, superventas. Pero hoy más que nunca parecen vivir en el reflejo de sus iconos. Han creado una estética reconocible, eficaz, pero en muchos casos cristalizada. La fuerza inicial se ha convertido en rutina. La innovación en repetición. La ruptura en estilo.

No se trata de negar su papel histórico, ni de renegar de su talento. Pero es legítimo preguntarse: ¿siguen superando los límitesdel arte? ¿O se limitan a gestionar su capital simbólico? En un panorama en el que las nuevas generaciones de artistas ponen en primer plano prácticas arraigadas en territorios, conflictos, cuerpos e historias personales, el modelo de la superestrella mundial parece cada vez más agotado. El arte necesita vitalidad, no ingresos. De riesgo, no de marketing. Y quizá sea hora de que el sistema también se dé cuenta de ello.


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