El arte del palo apoyado en la pared (y cuidado con tropezar)


En el gran circo del arte contemporáneo, donde todo es instalación, un palo apoyado en la pared basta a menudo para conquistar a coleccionistas y museos. Entre interpretaciones filosóficas y cifras alucinantes, así es como algo que usted puede tener en su casa se vuelve precioso y el público... cada vez más confuso. El artículo de Giuseppe Veneziano.

En el complejo circuito de ferias y exposiciones de arte contemporáneo que se suceden impertérritas en la escena nacional e internacional, siempre se encuentran llamativas obras de arte hiperconceptual que enfrentan al espectador con su atávico malestar por tener que medirse culturalmente con el artista demiurgo del pensamiento inútil. Pero el pensamiento inútil, dirán algunos, es también un pensamiento. ¿Quién se encarga de refutar a la intelectualidad del sistema artístico tan bien asentada a lo largo del tiempo y gritar que el rey es tonto? En definitiva, mucho arte contemporáneo en lugar de ser un instrumento de enriquecimiento estético-cultural y de belleza, se ha convertido en un termómetro para medir la ignorancia del público que curiosamente se empeña en el noble gesto de profundizar en el tema del “arte contemporáneo”. ¿Será realmente así? Asumiendo toda la responsabilidad de lo que voy a decir, después de años de estudio apasionado de la historia del arte pasado, moderno y contemporáneo, y de haber viajado y frecuentado el sistema del arte a lo largo y ancho como artista, quiero demostrar cómo estos años de estudio, tiempo y dinero se han gastado en vano.

En el mar magnum de la producción artística hiperconceptual, una obra me llamó especialmente la atención: el palo apoyado en la pared. No era fácil de ver. Las primeras veces que lo vi, pasé de largo sin prestarle atención. Sólo cuando vi una placa al lado me di cuenta de que era una obra de arte. El riesgo que corre uno con este arte es que no es fácil individualizarlo. De hecho, cuanto más invisible es, más conceptual resulta. Hace unos años visité el Guggenheim de Nueva York, donde se celebraba la exposición de un tal Tino Sehgal. Las paredes estaban vacías y mucha gente se agolpaba en la rampa en espiral del edificio de Wright. Sospechaba que algo me acechaba, pero no sabía qué. Hasta que no salí del museo no me enteré de que los niños presentes intentaban hablar con los espectadores y una pareja no paraba de besarse. Si un artista con este truco (¿performance situacionista?) expone en uno de los lugares más sagrados del arte contemporáneo, significa realmente que no tengo ninguna esperanza de poder apreciar ese tipo de arte.

Jim Lambie, Psychedelic Soul Stick 70 (2008; bambú, cuerda, hilo de algodón, collar de perlas, paquete de Marlboro Light, correa de bolsa, 102 x 9 x 7 cm)
Jim Lambie, Psychedelic Soul Stick 70 (2008; bambú, cuerda, hilo de algodón, collar de perlas, paquete de Marlboro Light, correa para bolso, 102 x 9 x 7 cm). Foto: Giuseppe Veneziano
Leonardo Meoni, El paso de los tiempos (2022; vidrio y antorchas, dimensiones variables)
Leonardo Meoni, El paso de los tiempos (2022; vidrio y antorchas, dimensiones variables). Foto: Giuseppe Veneziano
Nina Zeljković, Barriere 3 (2022; técnica mixta, 120 x 6 cm)
Nina Zeljković, Barriere 3 (2022; técnica mixta, 120 x 6 cm). Foto: Giuseppe Veneziano

De vuelta a nuestro palo. Al margen de cualquier interpretación futurista articulada a la que muchos adeptos inmolen sus aprobaciones, siempre sigue siendo un palo apoyado contra la pared. Ante una obra así, uno se plantea como si se tratara de un enigma que hay que resolver aferrándose a las habituales respuestas de solución duchampiana. ¿Qué mensaje enigmático puede ocultar un palo apoyado contra la pared? Sin embargo, no hay que ser superficial, no todos los palos son iguales: algunos son de madera coloreada, otros permanecen en su aspecto natural (en pos de un primitivismo caro a las vanguardias históricas) o geométricamente lineales, perfectamente recortados; pueden ser de bronce o de vidrio (este último funcional para representar la fragilidad de laexistencia tras una aparente solidez); los de color pueden tener una decoración geométrica abstracta o “abstracta expresiva” (si se da una interpretación existencial es de inspiración americana o si es salvaje es de inspiración alemana). A partir de esta pequeña lista de variantes, podemos ver que el palo da al artista la oportunidad de expresarse en su máxima libertad expresiva.

Otra pregunta que nos hacemos: ¿cuánto costará un palo apoyado en la pared? Nunca he entrado en la dinámica económica que determina el valor (¡quizá precio sea más correcto!) de una obra conceptual. Cada vez que lo he intentado, he obtenido respuestas risibles. Cuando preguntas al galerista (o a quien sea) por el precio, casi nunca responde: empieza a compadecerte contándote la dramática vida del artista, que huyó de la ciudad para refugiarse en el Tíbet y ha vivido siete años aislado, alimentándose sólo de agujas de pino; te enumera todas las exposiciones importantes en las que ha participado; todos los premios que ha ganado; el hecho de que Asclepio compró una de sus obras... después de media hora de escuchar apasionadamente te dicen que la obra ya se ha vendido a un precio muy alto, pero si los zapatos que llevas son caros, te piden que dejes tu número de teléfono. De hecho, al cabo de unos meses se ponen en contacto contigo para decirte que el artista ha producido un nuevo bastón y que te lo venden a un precio especial.

La obra de Shilpa Gupta
Obra de Shilpa Gupta. Foto: Giuseppe Veneziano
La obra de Vittorio Marella
Obra de Vittorio Marella. Foto: Giuseppe Veneziano
Balancín para transportar cubos (Montecchio Emilia, Museo Histórico del Queso Parmesano y de la Vida Rural en el Valle del Enza)
Balancín para transportar cubos (Montecchio Emilia, Museo Histórico del Queso Parmesano y de la Vida Rural en el Valle del Enza)

Es concebible que un coleccionista que se lleve a casa la obra del “palo apoyado en la pared” por una suma considerable de dinero se arriesgue a que alguien tropiece con ella y se le caiga. Si es de madera, hierro o bronce, se libra con una buena restauración, pero si es de vidrio o cerámica, por milagrosa que sea la restauración, dejará de estar intacta, momento en el que tendrá que llamar a un experto en arte conceptual que cite el destino del “Gran vidrio” de Duchamp y problema resuelto.

La cuestión que más me preocupa no es su fragilidad, sino su precio (el valor es bien conocido). Mientras un coleccionista privado se gaste su dané (como dicen en Milán) en un palo que luego colgará en la pared cuando llegue a casa, el disfrute será todo suyo, con su dinero cada uno hace lo que quiere. Sin embargo, el aspecto que más me toca la fibra sensible y más me pica el oído es cuando ese palo lo compra un museo público por una suma considerable. Sabemos muy bien que esos recursos proceden de nuestros bolsillos y el tan célebre bastón vendría a posarse directamente en nuestro “muro”.


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