Qu hace el arte ante la masacre que tiene lugar ante nuestros ojos cada da en la Franja de Gaza? Esto es lo que se pregunta Manuela Gandini, crtica de arte del diario turins y profesora de la NABA de Miln, en un artculo publicado anteayer en La Stampa, en el que no encuentra dnde ha ido a parar la voz del arte “mientras la sangre riega la tierra”. La tesis de Gandini se puede resumir en no ms de doce palabras: los artistas de hoy son apticos, mientras que en el pasado la situacin era diferente. Para fundamentar sus afirmaciones, el crtico de Stampa compara el silencio de los artistas sobre Gaza con las grandes manifestaciones de los estadounidenses en la poca de la guerra de Vietnam, con los 3.102 actos culturales que animaron el Sarajevo devastado por la guerra de Bosnia, con la performance de John Lennon y Yoko Ono que, tambin durante la guerra de Vietnam, incit a los jvenes estadounidenses a la desercin, con la performance barroca balcnica de Marina Abramović presentada en la Bienal de Venecia de 1997. Y concluye diciendo que, a pesar de todo, parece haber una mnima reaccin, y pone el ejemplo de las banderas transparentes de Gian Maria Tosatti expuestas en el Lia Rumma de Miln.
El artculo de Gandini se titula “Hace falta una llamada contra las armas, artistas e intelectuales hagan ms”. Su idea es que el arte tiene que hacer ms y mejor, que no basta con las sbanas pegadas a los balcones, que en la poca de la guerra de Bosnia el mundo “escriba, denunciaba, actuaba, filmaba y realizaba acciones concretas”, y hoy no. Llamamientos contra las armas. Intelectuales inertes. Arte que debe hacer ms. Ahora bien, el lector que se sienta movido por un cierto idealismo espontneo, natural, ingenuo, vagamente pacifista en su marca, podra incluso sentirse tentado a dar la razn a Manuela Gandini, siempre que, sin embargo, su candor sea tan deslumbrante e infantil que le lleve a pensar que, frente a toda guerra, el arte puede actuar de la misma manera, y que puede hacer ms.arte puede actuar de la misma manera, y que, para espolear a un artista en la escucha y la visin hacia alguna forma de accin, puede ser inteligente aceptar comparaciones burdas, toscas, cortadas a hachazos, con las que la historia y el arte se convierten en una especie de macedonia donde todo puede mezclarse sin dudar en contravenir las ms elementales reglas de emparejamiento. Sin embargo, el lector que quiera observar la realidad debe partir de otra premisa, a saber, preguntarse qu puede hacer el arte no ante una guerra en general, sino ante esta guerra en particular, una guerra con caractersticas totalmente nuevas y para la que no pueden invocarse respuestas comparables a las que los artistas gritaron contra las guerras del pasado.
La era de la guerra de Vietnam fue la era de las grandes narrativas colectivas. La era de las contraculturas. La era de Woodstock, de Allen Ginsberg, de los nios de las flores, de la Generacin Beat, de los Veteranos contra la Guerra, del movimiento por los derechos civiles, del feminismo de segunda ola, de los intelectuales. Y adems, la guerra de Vietnam toc personalmente a los jvenes estadounidenses: un veinteaero de Milwaukee o San Diego o Miami poda ser llamado por su patria para luchar en un pas lejano, un pas del que muchos ni siquiera haban odo hablar, o un hijo, un hermano, un novio, un amigo, por lo que la transversalidad de la protesta poda estar alimentada por un sentido arraigo personal. La poca de la guerra de Bosnia, por otra parte, era la poca del final de la Guerra Fra, la poca en que el Este de Europa se abra a un Occidente que, sin embargo, pareca ya bastante cansado y no tan implicado como en la poca de Vietnam: incluso en aquella poca, recordar Gandini, no hubo esta gran respuesta de los artistas en Occidente. La respuesta, si acaso, vino de los artistas locales, que siguieron haciendo teatro, escribiendo poesa, pintando, celebrando conciertos clandestinos incluso bajo las bombas. Como ocurre hoy en Ucrania: el ejemplo de Pavlo Makov, que hace tres aos, en un Kharkiv bombardeado por los rusos, trabajaba para terminar la obra que, dos meses despus del comienzo de la guerra, llevara a la Bienal de Venecia, al Pabelln de Ucrania. Y si tuviera que sealar la obra que ms me ha conmovido en las ltimas bienales, sealara la suya. El arte, para los ucranianos, es una forma de resistencia, y si nuestros artistas, en este caso, tuvieran que hacer algo concreto, entonces tendran que movilizarse para pedir a nuestros gobiernos que hagan ms para ayudar a Ucrania, para permitirle ganar la guerra.Ucrania, para permitirle ganar una guerra del siglo XX librada por un tirano que quiso burlarse del derecho internacional, para ponerla en condiciones de resistir al invasor hasta el amargo final y, con suerte, hacerlo retroceder ms all de sus fronteras legalmente reconocidas.
En Gaza, se dijo, la situacin no tiene precedentes. No quiero entrar en complejos y espinosos análisis históricos y polticos, pues no tengo los conocimientos necesarios, as que me limitaré a apuntar algunos datos: A da de hoy, la poblacin de Gaza, un infierno en la tierra, es rehn, por un lado, de un grupo de terroristas responsables de una masacre atroz y cobarde, la del 7 de octubre, y que, como terroristas, no tienen escrpulos en escudarse, metafrica y literalmente, en los civiles que mueren por miles bajo las bombas israeles, y por otro, de un lder autoritario, buscador de la verdad, que es un hombre de pazy por otro de un lder autoritario, buscado por crmenes contra la humanidad, al frente de un gobierno extremista que se est mostrando absolutamente incapaz de iniciar ningn proceso que pueda conducir a una resolucin creble del conflicto, que por el contrario se est exacerbando y se ha convertido ya en una matanza indiscriminada y por tanto inhumana y salvaje. No se puede esperar nada de Gaza por el simple hecho de que Gaza no es Ucrania, Gaza no es Sarajevo, la relacin de fuerzas entre los contendientes est totalmente desequilibrada a favor delejrcito israel, no se puede entrar en Gaza ni salir de Gaza, y una accin comparable a la de Susan Sontag que fue a Sarajevo en 1993 para dirigir Esperando a Godot bajo las bombas es simplemente impensable. En un plano ideal, la nica manera en que el arte podra detener directamente la guerra es creando un movimiento de opinin (o ponindose a la cabeza de l, para dirigirlo), tan vasto como para hacer insostenible la presin del gobierno israel, que podra entonces detener la masacre temiendo por su propio consentimiento. Y se podra decir en este caso que el arte ha salvado vidas directamente. Aunque slo fuera una vida, sera un esfuerzo que merecera la pena. Posible (aunque han pasado ms de veinte aos desde la ltima vez que se tuvo noticia de un movimiento de masas para detener una guerra en nuestra parte del mundo: era 1999 y se pidi al gobierno de D’Alema que no pusiera bases italianas a disposicin de los aviones de la OTAN que bombardeaban Kosovo, pero de poco sirvi, a pesar del compromiso de los artistas). Pero, siendo realistas, es poco probable.
El hecho es que la sociedad del siglo XXI ya no es la del siglo XX. Atrs quedaron las grandes narrativas, atrs los grandes acontecimientos colectivos, los movimientos de masas estructurados prcticamente ya no existen, vivimos en la sociedad de la fragmentacin, de la polarizacin, del individualismo. Los contenidos se dispersan en las redes sociales, las obras, incluso las ms poderosas, desaparecen entre una tendencia y otra, quemadas por ciclos de atencin cada vez ms comprimidos. Miren lo que pas con el llamamiento, firmado en Cannes la semana pasada, por 350 actores recordando que el cine “tiene el deber de transmitir mensajes, de reflejar nuestras sociedades”, firmado no por ilustres desconocidos, sino por muchos de los ms famosos del cine actual: Pedro Almodvar, Javier Bardem, David Cronenberg, Adèle Exharchopoulos, Isabella Ferrari, Ralph Fiennes, Richard Gere, Alma Jodorowsky, Gabriele Muccino, Ferzan Ozpetek, Mark Ruffalo, Ludivine Sagnier, Susan Sarandon, Paolo Sorrentino, Giovanni Veronesi. Sin efecto, sin relevancia. Una carta entre muchas. Un ejercicio de retrica. Probablemente un fin en s mismo, ya que la carta no iba dirigida a nadie y no peda nada, salvo una postura genrica contra el supuesto silencio sobre Gaza.
Tambin es curioso constatar que, en el mismo nmero de La Stampa, mientras Manuela Gandini se preguntaba por qu los artistas no hacen nada por Gaza, unas pginas antes Luca Ricolfi entonaba el canto fnebre de la opinin pblica (“hoy todo el mundo hace su discursito en la indiferencia general, ignorado por cualquiera que no sea de la misma parroquia. El triunfo de las redes sociales es tambin consecuencia del cierre autorreferencial de los medios tradicionales”). Es como si el debate ya no existiera. Y probablemente sea as. As pues, si hemos de pensar en el arte como una fuerza capaz de sensibilizar a la opinin pblica, tenemos que imaginarlo atrapado en una sociedad que lo reduce todo a chatarra y que, sin embargo, paradjicamente, es quiz la sociedad ms sensibilizada que jams haya existido, ya que siendo constantemente alcanzada por imgenes de masacres, con una frecuencia e intensidad que antes de hoy, antes de internet, antes de las redes sociales, antes de la difusin de los smartphones capaces de grabar vdeo de alta calidad y edicin semiprofesional, era completamente impensable. El barroco balcnico tena sentido en los aos noventa, cuando el pblico de la Bienal de Venecia de 1997 tena una vaga idea de lo que haba sucedido poco antes en las montaas de Bosnia: Hoy, puede una operacin de estetizacin de la violencia de un conflicto tener la misma fuerza que, por ejemplo, un documental brutal como el de Lirica Ucraina, adems producido y emitido mientras se desarrollaba el acontecimiento, o los reportajes de Lorenzo Tugnoli, o los vdeos de los bomberos de Gaza sacando los cuerpos de nios quemados de entre los escombros de sus casas? Hoy en da, un arte que obliga al pblico a “mirar y respirar el olor impuro de la muerte masiva” corre el riesgo grave, concreto y palpable de volverse anticuado y contraproducente, por el simple hecho de que la muerte masiva se difunde en la televisin y las redes sociales en un ciclo continuo, tanto que casi desencadena mecanismos de rechazo, cuando no de anestesia. Del mismo modo, es difcil pensar en un arte que presione a nuestros gobiernos, en parte porque no creo que los gobiernos occidentales sean conscientes de lo que est ocurriendo en Gaza (el propio gobierno italiano se ha posicionado hoy, por boca del ministro Tajani: la poblacin que est pagando un precio muy alto, el gobierno israel que ha convertido una reaccin a un ataque terrorista en algo dramtico e inaceptable, los bombardeos que deben terminar, la ayuda humanitaria que debe reanudarse, el derecho internacional que deberestablecerse), y en parte porque la sociedad civil se est adelantando al arte para presionar a nuestros gobiernos (el 1 de junio habr una manifestacin para pedir al gobierno que imponga sanciones a Israel: se trata de una cuestin que la Unin Europea est debatiendo, y un poderoso movimiento de movilizacin colectiva podra espolear a nuestros gobiernos).
Por lo tanto, hay varias razones para creer que el arte tiene poco margen como herramienta suficientemente incisiva y hoy suficientemente poderosa para activar la movilizacin de masas. Del mismo modo, el arte es un instrumento dbil si pretende ser un comentario sobre la actualidad, porque se sigue corriendo el riesgo de que la obra acabe dispersndose, o alimente los mecanismos de polarizacin del debate, o se limite a un mero ejercicio retrico o, peor an, a marcar territorio. As que si se quiere encontrar una contrapartida contemporánea a una Yoko Ono o a un Abramović, hay que aceptar la realidad: el mundo ha cambiado con respecto a hace treinta y sesenta años. Tampoco es interesante saber lo que piensa un artista sobre lo que ocurre en Gaza si su voz sólo sirve para alimentar una cacofona de miles de voces que se persiguen cada da en los periódicos, en Internet, en la televisión. Por supuesto, esto no significa que el arte sea completamente impotente. La cuestin no es qu hace el arte ante lo que ocurre en Gaza: si acaso, la cuestin es qu puede hacer por Gaza. Se me ocurren tres caminos. El primero: acciones concretas. Hace unos das, el 8 de mayo, Spazio Lock de Miln organiz una subasta benfica para recaudar fondos destinados a proyectos humanitarios de apoyo a la poblacin de Gaza. Importantes nombres del arte contemporneo italiano donaron sus obras: Yuri Ancarani, Roberto Cuoghi, Liliana Moro, Chiara Camoni, Luca Bertolo, Jacopo Benassi, entre muchos otros. Queda, por supuesto, la cuestin de cmo se gestionan los fondos para ayudar a los habitantes de Gaza. Pero mientras tanto al menos se hace algo: bueno, quiz sera ms til que los artistas, en lugar de comentar lo que ocurre en Gaza, porque sus comentarios nos interesan lo justo, se implicaran ms a menudo en actividades de este tipo. La segunda: Un arte que no tenga que escandalizar como lo hizo el barroco balcnico, sino que sea capaz de ejercer su poder transformador de formas ms ntimas, ms profundas, ms meditadas, sin gritar sino susurrando, lejos de la dimensin del shock y cerca en cambio de una dimensin de apertura, porque ya estamos demasiado escandalizados por las imgenes que vemos cada da y no queremos que otras imgenes escandalosas contribuyan a anestesiarnos an ms. Un arte que no sirva para echar sal en las heridas, un arte que sirva para abrir. Es difcil porque significa renunciar a la retrica y recorrer caminos complicadsimos, porque significa encontrar la manera de que el horror llegue al cerebro del pblico y no a sus tripas, pero hay buenos ejemplos: me viene a la cabeza la obra Repeat after me que el colectivo ucraniano Open Group llev al Pabelln de Polonia en la Bienal de Venecia del ao pasado. Entonces, por supuesto, no se puede esperar que una obra como esa adquiera una dimensin de producto de masas, pero hoy en da un producto de arte visual que quiera llegar al mayor nmero de personas posible en un momento de la historia en el que las artes visuales ya no son el arte dominante, probablemente necesite imaginarse a s mismo ms como un lenguaje intermedio que pueda inspirar otras formas de arte ms cercanas al sentir comn. En tercer lugar, como sugiere Luca Rossi, un arte que acte indirectamente, protegiendo esas reglas que en Gaza y Ucrania estn completamente rotas. Por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, nos encontramos en un contexto geopoltico desquiciado por dos guerras que han hecho picadillo el derecho internacional, sin que, sin embargo, al menos en un caso, el de Ucrania, se haya obligado al agresor a respetar aquellas normas que l mismo estara obligado a no violar. En esos dos casos, por supuesto, poco se puede hacer. Pero la tica no slo est en peligro en esas latitudes. Hasta hace pocos aos, por ejemplo, era impensable que la primera democracia del mundo acabara siendo gobernada por un vende ollas que maltrata en la televisin mundial al presidente de un pas agredido. Hasta hace pocos aos, era impensable que en el corazn de Europa surgieran fuerzas capaces de propugnar deportaciones masivas de inmigrantes e incluso de descendientes de inmigrantes, y que esas fuerzas ganaran incluso agilidad poltica. Hasta hace pocos aos, esto era impensable. Hasta hace unos aos, era impensable que un pas de la Unin Europea aprobara una legislacin que permitiera imponer multas a los participantes en el Orgullo. Y la lista podra seguir. Aqu, lo que el arte podra hacer es protegernos de la normalizacin del extremismo, del fin de la vergenza poltica. El problema, sin embargo, observa Luca Rossi, es que tambin debemos preguntarnos quin es el que podra ser capaz de guiar alguna forma de arte que acte en este sentido. Porque cada vez hay menos adhesin a este arte.
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