Una retratista singular: así podría definirse a la fotógrafa Lia Pasqualino (Palermo, 1970), cuya obra está impregnada de un profundo sentido de la humanidad y el silencio. Nieta de la pintora Lia Pasqualino Noto (Palermo, 1909 - 1998), se formó en su Palermo natal, tierra fértil que vio nacer y crecer a maestros como Ferdinando Scianna y Letizia Battaglia, de quien fue discípula, acercándose inicialmente también al reportaje. Sin embargo, con el paso del tiempo, y comenzando como fotógrafa muy joven, Pasqualino ha construido una variada galería de rostros, desde personajes famosos del mundo de la cultura (entre ellos Jeanne Moreau, Michel Piccoli, Emmanuel Carrère, Leonardo Sciascia y Mimmo Paladino) hasta figuras anónimas, como niños de los barrios populares de Palermo o “parejas” inmortalizadas tras un cristal.
El rasgo distintivo de su obra reside en su capacidad para transformar el retrato en la captura de un momento especial, que ella misma define como “el tiempo de la espera”. Un instante, en definitiva, que se convierte en infinito, como el título de la exposición(L’instant infini. Lia Pasqualino. Portraits) que el Instituto Italiano de Cultura de París le ha dedicado del 12 de noviembre de 2025 al 30 de enero de 2026, comisariada por Antonio Caldbi. A Pasqualino no le interesan los retratos que pretenden convertirse en la imagen canónica y definitiva del sujeto, como los realizados por fotógrafos históricos como Irving Penn o Richard Avedon, que también permanecen grabados en la memoria colectiva a pesar de no pretender una verdad absoluta. La ambición de Pasqualino es diferente: aunque es indudablemente una retratista, la paradoja de su obra, como ha señalado Ferdinando Scianna, es que los sujetos que retrata rara vez parecen ser plenamente conscientes de su presencia.
Scianna señaló que sus retratos están profundamente “impregnados de silencio” y reconoció el hecho de que, aunque los sujetos rara vez muestran conciencia de la presencia de la fotógrafa, las instantáneas son inequívocamente retratos, capaces de expresar la esencia de la persona. Esto se debe, según Scianna, a que Lia Pasqualino es una persona “muy silenciosa”, pero cuya presencia es inevitable, y los sujetos retratados son conscientes de ello. El retrato, por tanto, se configura como la capacidad de reconocer y fijar un momento de suspensión en el flujo de la existencia, un instante de silencio que, gracias al misterio de la fotografía, puede llegar a revelar la esencia de la persona.
Lia Pasqualino, gracias a su postura no intrusiva, invita implícitamente a sus sujetos a comportarse como si ella no estuviera allí. Esta estrategia operativa le permite evitar la premeditación de la pose, dejando espacio para tomas que parecen improvisadas e instintivas, que se desarrollan en el silencio y el recogimiento. La fotógrafa, movida por una profunda “idea de humanidad”, establece con el sujeto una relación de complicidad y empatía, casi de amistad o compañerismo. Su objetivo es hacer un retrato no sólo veraz, sino lo más fiel posible a la persona, captando su identidad y su propia luz. Muchas de sus obras emanan calma y revelan esa dulzura que reside en cada individuo, incluso cuando ésta se ve oscurecida por la dimensión pública que convierte a las personas en personajes. Antonio Calbi resume la ambición de su obra como un intento de captar “el brillo del alma a través de la malicia de la mirada”.
La mirada de su fotógrafa es capaz de actuar anticipándose, en un enfoque que contrasta con el ojo masculino, a menudo “rapaz” e imponente según Calbi. Las mujeres, en su opinión, están en cambio acostumbradas a la plenitud de la expectativa, y esto se refleja en la habilidad de Pasqualino para mantener el tiempo de sus retratos como un tiempo suspendido, un no-tiempo, pero preciso.
Lia Pasqualino, que ha frecuentado tanto los platós de teatro como los de cine (estando casada con el director Roberto Andò), ha constituido una vasta galería de retratos de gran finura y variada expresividad. Rostros famosos, como Jeanne Moreau, Michel Piccoli, Emmanuel Carrère, Mimmo Paladino, Leonardo Sciascia, Eugenio Scalfari o Dacia Maraini, se alternan con figuras anónimas, como los “niños de Palermo” o las “parejas tras el cristal”. El fotógrafo ha sabido así declinar el género del retrato en diversas experimentaciones. Una de sus innovaciones es la introducción del formato tríptico, es decir, tres tomas secuenciales de una misma persona, que surgió durante el rodaje de Habemus Papam con Nanni Moretti. Este formato surge de la dificultad de conformarse con una sola imagen y de la necesidad de dilatar el tiempo, ofreciendo al espectador una visión más completa y tridimensional del sujeto y de su perfil psicológico.
Otro ciclo relevante es Just as If Nothing Had Happened (2009), en el que las personas son retratadas a través de la superficie de un cristal. En estas imágenes, el cristal actúa como filtro, estableciendo, ha escrito Roberto Andò, un “vínculo especial e irrepetible entre la persona, la emoción, el recuerdo y el silencio coagulados en el tiempo de la toma”. El sujeto, observado a través de esta barrera, parece aparecer y desaparecer como desligado del tiempo, casi desvinculado de la realidad. Roberto Andò señaló cómo en esta serie Pasqualino actúa casi como un codirector, apropiándose de sujetos identificados en el flujo de una representación para construir instantes alucinados que van más allá del tiempo escénico.
El análisis de los retratos individuales confirma que Pasqualino se centra en la revelación interior. Por ejemplo, el retrato de Mimmo Paladino (2002) está realizado con una rica paleta de grises y muestra a un hombre absorto en sus pensamientos, que expresa calma e introspección. En el retrato de Leonardo Sciascia (1985), el hombre está ensimismado, su oscura figura se recorta sobre un brillante fondo blanco. La imagen, aunque muestra pocos detalles de su interioridad, sugiere la conocida introspección atribuida a los sicilianos.
Aún más complejo es el retrato horizontal de Javier Marías (2005), en el que, además del rostro iluminado del escritor en primer plano, aparece otro, ligeramente difuminado, el de una mujer, en la esquina superior derecha. El cruce entre los dos rostros crea un segundo nivel de interpretación, subrayando la complejidad de la representación. También en el retrato de Dacia Maraini (2007), surge un juego de miradas y representaciones: la autora es sorprendida en su estudio, y un retrato suyo pintado por Carlo Levi se cierne sobre ella, creando un diálogo entre la efigie fotográfica y la pictórica. En el caso de Eugenio Scalfari (2015), la atención se centra en su mano derecha levantada, típica de un intelectual acostumbrado a trabajar con palabras, mientras su rostro curtido destila sabiduría.
Aunque hoy en día Lia Pasqualino es conocida por sus retratos, las raíces de su práctica fotográfica se encuentran en el reportaje. Siguiendo las enseñanzas de Letizia Battaglia, lleva documentando los barrios obreros de Palermo desde 1987, con un enfoque que siempre ha rechazado la perturbación, casi como si las fotografías se tomaran con desgana. Sus primeras imágenes, como las de una mujer con sus hijos en la Kalsa o los retratos de niños de la calle, muestran la humanidad popular con respeto, dando dignidad a los individuos frágiles o a los que se rebelan. Sus fotografías tomadas en los callejones de la Kalsa son descritas por Calbi como un “retrato de la humanidad popular teñido de poesía”.
El viaje fotográfico de Lia Pasqualino es una búsqueda constante del otro, una persecución que intenta captar el brillo del alma para dar a conocer a los retratados a otras personas, transmitiéndolos más allá de la contingencia de la historia. El retrato, en definitiva, no es más que una revelación, un desvelamiento, que tiene lugar cuando el sujeto baja sus defensas y se entrega tal y como es, permitiendo al fotógrafo capturar el momento.
La habilidad de Lia Pasqualino reside en crear una relación especial, casi un acto de amor entre ella y el sujeto, un pacto de complicidad en el que entra la cámara. Este vínculo se renueva en la imagen final, que transforma un instante fugaz en tiempo absoluto.
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