Desde hace más de cinco mil años, la humanidad se ha sentido fascinada por un azul intenso que ha atravesado los siglos: es el famoso Azul Egipcio, el pigmento sintético más antiguo del mundo, nacido a orillas del Nilo. Hace unos meses se descubrió en Roma un lingote entero del mismo, un hallazgo extremadamente raro cuya noticia ha dado la vuelta al mundo. Y ahora el Azul Egipcio es protagonista de un nuevo estudio internacional que revela su variabilidad cromática y sus secretos de producción, hasta el punto de que un equipo de estudiosos ha conseguido recrearlo en el laboratorio. El mérito de este logro corresponde a John S. McCloy, profesor de la Facultad de Ingeniería Mecánica y de Materiales de la Universidad Estatal de Washington, y a Edward P. Vicenzi, investigador del Instituto de Conservación de Museos de la Institución Smithsoniana en Suitland (Maryland), que ha dirigido el equipo. El trabajo se realizó en colaboración con el Museo Carnegie de Historia Natural de Pittsburgh.
El Azul Egipcio es algo más que un polvo coloreado. Es el resultado de una sofisticada alquimia entre sílice, cal, cobre y un fundente alcalino, cocido a altas temperaturas en antiguos hornos. Su color, un azul profundo y brillante, ha decorado estatuas, frescos, mosaicos y amuletos desde el Egipto faraónico hasta el mundo romano y más allá, sustituyendo a piedras preciosas como el lapislázuli y la turquesa, a menudo demasiado caras o raras.
Pero tras su aparente uniformidad, la EB esconde una asombrosa variedad de tonos, desde el azul casi negro al azul verdoso o violeta. Ya en el siglo IV a.C., el filósofo griego Teofrasto distinguía cuatro variantes de color, mientras que Plinio el Viejo, en el siglo I d.C., describía diferentes calidades y orígenes. Esta variabilidad, hoy como entonces, es objeto de interés de arqueólogos, restauradores y científicos de materiales.
El nuevo estudio, dirigido por John S. McCloy y sus colegas, recreó doce “recetas” diferentes de azul egipcio en el laboratorio, variando las materias primas y los tiempos de cocción, para investigar cómo influyen estos parámetros en la formación de fases minerales y en el color final del pigmento. Los análisis se llevaron a cabo mediante técnicas avanzadas como la difracción de rayos X, el microanálisis electrónico y la espectroscopia visible e infrarroja cercana.
Además de las muestras sintéticas, los investigadores examinaron pigmentos comerciales modernos, vidrio dopado con cobre y, lo que es más importante, dos artefactos egipcios originales datados entre hace 2300 y 3400 años, que se conservan en el Museo Carnegie de Historia Natural de Pittsburgh. Las mismas muestras de EB producidas para el estudio se exhiben ahora en la exposición “Stories We Keep” (Historias que guardamos), que cuenta la historia de cómo la ciencia moderna revela los secretos ocultos de objetos antiguos.
El protagonista químico del Azul Egipcio es la cuprorivaita (CaCuSi₄O₁₀), un silicato de cobre y calcio con una estructura de láminas onduladas, donde los iones de cobre (Cu²⁺) se coordinan para absorber la luz visible y devolver el azul característico. Pero la cuprorivaita por sí sola no basta para explicar la riqueza cromática del EB.
En realidad, el pigmento es un material heterogéneo, compuesto por una mezcla de fases cristalinas y vítreas: además de cuprorivaita, hay vidrios silíceos dopados con cobre, wollastonita (CaSiO₃), cuarzo y, a veces, otras fases menores. La proporción de estos componentes, la granulometría y la presencia de fundentes como la ceniza de sosa (obtenida a partir del natrón o de cenizas vegetales halófilas) determinan la tonalidad y la saturación del color.
Los autores fijaron la temperatura de cocción en 1000°C, ligeramente superior a la que se consideraba típica en la antigüedad (850-950°C), para favorecer la formación de cuprorivaíta incluso en ausencia de fundentes. A continuación, variaron las fuentes de cobre (óxido, carbonatos como malaquita y azurita, metal o bronce reciclado), sílice y cal, simulando las posibles elecciones de los antiguos artesanos.
Los resultados muestran que un porcentaje de cuprorivaita superior al 50% en peso es suficiente para obtener un azul intenso, pero que la presencia de vidrio dopado con cobre (que sólo se produce si la receta incluye ceniza de sosa) añade un componente verde al tinte, como confirma el análisis espectroscópico. El tamaño de las partículas del pigmento también influye en la percepción del color: las partículas más finas tienden a reflejar más luz, lo que hace que el azul sea más claro.
Otro factor crucial es el sustrato sobre el que se aplica el pigmento: el blanco de un lienzo, el yeso de un fresco o la piedra de una estatua pueden alterar el brillo y la saturación del azul percibido. Los autores subrayan cómo esta variabilidad debe tenerse en cuenta en la restauración y reconstrucción cromática de las obras antiguas.
El interés por el Azul Egipcio no es sólo arqueológico. En las últimas décadas, la cuprorivaita ha demostrado ser un material con propiedades sorprendentes: su estructura cristalina permite una eficaz emisión de luz en el infrarrojo cercano (NIR), característica explotada en biomedicina, telecomunicaciones, tintas de seguridad y láseres. Esta emisión también permite a los restauradores identificar restos de EB incluso cuando el color visible ha desaparecido o se ha alterado con el tiempo.
La aportación más innovadora del estudio es la correlación entre las recetas sintéticas, la composición mineralógica y los parámetros de color medidos con precisión. Los autores proporcionan una verdadera “paleta científica” de colores, con indicaciones prácticas para reproducir las tonalidades observadas en los objetos antiguos. Esta herramienta será de gran utilidad para quienes se dedican a la restauración, conservación y estudio de materiales históricos, permitiéndoles acercarse cada vez más a la comprensión de las opciones tecnológicas y artísticas de las civilizaciones del pasado.
El estudio de McCloy y sus colegas demuestra que el azul egipcio es el resultado de una refinada ingeniería de materiales, capaz de modular el color y las propiedades ópticas mediante la elección de las materias primas, las condiciones de cocción y el procesado. Su historia, que se entrelaza con la del vidrio y la cerámica vidriada (loza), habla de una tecnología extendida y en constante evolución, capaz de adaptarse a los recursos locales y a los gustos estéticos.
Hoy, gracias a las técnicas analíticas más avanzadas, no sólo podemos reconstruir antiguas recetas, sino también inspirarnos en ellas para nuevas aplicaciones tecnológicas. El azul de los dioses, nacido a orillas del Nilo, sigue iluminando así la ric
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Un equipo de científicos ha recreado el Azul Egipcio, el pigmento sintético más antiguo del mundo |
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