Un artista no lo sabe todo sobre su obra. La fotografía conceptual de Pierluigi Fresia


Un artista no lo sabe todo sobre su obra, es más, a menudo lo más importante se esconde detrás de lo que el artista no puede explicar. Este es el caso de Pierluigi Fresia, nacido en 1962, fotógrafo conceptual que, en esta conversación con Gabriele Landi, nos habla de las ideas que sustentan su arte.

Pierluigi Fresia (Asti, 1962) vive y trabaja en Pino Torinese (Turín). Su investigación artística, siempre adscrita al ámbito conceptual, se desarrolla a través de diferentes medios -de la pintura al vídeo, de la fotografía al uso de la palabra-, a menudo combinados en clave multimedia. Expone regularmente en Italia y en el extranjero desde 1993, con numerosas exposiciones individuales en importantes espacios como la Galleria Martano de Turín, la Galleria Milano, Vision QuesT 4rosso de Génova y Studio G7 de Bolonia. Entre las más recientes se encuentran: L’impotenza celeste dei pianeti (Florencia, 2025), Di sola andata (Turín, 2023), ANTOLOGICA (Innsbruck, 2021), La velocità della luce (Brescia, 2021). Sus obras se han presentado en las principales ferias internacionales de arte contemporáneo, como ARCO Madrid, Artissima Turín, Artefiera Bolonia, Arteverona, MIA y Miart Milán, Photo Basel y Fotografia Europea (2010, 2015). También ha participado en la Bienal de Escultura de Gubbio (2006) y en la Daegu Photo Biennale de Corea del Sur. Sus obras forman parte de importantes colecciones públicas y privadas, como la GAM de Turín, el MART de Rovereto y el MET de Nueva York. Ha participado en numerosas exposiciones colectivas en espacios institucionales y galerías, como Il tempo della comunanza (Saluzzo, 2024), The Family of the Man (Aosta, 2021) y Under The Lucky Star (Génova, 2012). En esta conversación con Gabriele Landi, Pierluigi Fresia nos habla de las ideas que sustentan su arte.

Pierluigi Fresia
Pierluigi Fresia

GL. Empecemos por el principio, un principio inconsciente, que para muchos coincide con la infancia.

PF. A menudo, de un modo u otro, siempre se vuelve a ese momento. Por supuesto, cuando eres poco más que un niño, no sabes lo que es el arte, simplemente sientes el impulso de hacerlo. Yo, a esa edad, siempre tenía un lápiz o un pincel en la mano y tenía que hacer algo: pintar, dibujar. Era una necesidad de expresarme, y ese canal me parecía el más natural, el más viable. De hecho, en algunos aspectos, superaba incluso al habla. No es que fuera afásico, pero era capaz de expresar y resolver mis argumentos mucho mejor con el dibujo y la pintura. Aunque llamarlo pintura me parece una palabra demasiado grande, seguía siendo el modo de expresión que me resultaba más congenial. Luego, si realmente fui capaz de expresarme totalmente en este medio es otra cuestión. Pero empiezas por ahí y luego, poco a poco, te das cuenta de que es algo concreto. No eres diferente de los demás, es algo real, como para los que tienen oído para la música o facilidad, no sé, para bailar o hacer deporte. Claro que yo crecí en un pueblo pequeño, así que no todo fue fácil. No quiero idealizar esta parte de mi vida: la mía era una familia normal, mis padres no tenían estudios pero siempre me dejaron ser y nunca me pusieron trabas. Hoy en día sigo estando muy agradecida por ello.

En cierto modo, ¿esta urgencia también guió su elección de escuela?

En absoluto. De hecho, ese fue el único aspecto ligeramente problemático. Vivía en la provincia de Asti y allí no había Liceo Artístico. A pesar de que los profesores insistían a mis padres: “Este chico tiene que hacer el Liceo Artístico”, era impensable e imposible para mí ir todos los días a Turín con trece años y medio. Así que tomé otra decisión, pero seguí por mi cuenta, sin rendirme. Siempre estudié e hice mis cosas. Después del bachillerato, me matriculé en la Facultad de Bellas Artes, aunque nunca terminé el curso. Aprendí a pintar de pequeño, con un pintor del pueblo, de los que hacían concursos con premio. También hice algunos de niño; mientras te hablo, aquí al lado, en el estudio, tengo un medallero lleno de medallas ganadas en aquellos años. Son cosas que te animan, sí, y era una manera de ver pinturas, esculturas, en fin, obras hechas por artistas que estaban llenos de pasión aunque fueran aficionados, lo cual no se daba por descontado en un pueblecito de Monferrato a principios de los setenta. Así que solía verlas en esas exposiciones de aficionados que se inauguraban durante las fiestas del pueblo, con las justas y todo eso; el resto del año estaban los frescos de la iglesia parroquial. En mi casa no había obras de arte, aparte de algunos grabados comprados para decorar. Entonces empecé a mirar los libros de mi hermano, que hacía educación artística en el instituto, y así empecé a informarme, a leer, luego a sacar algo de la biblioteca, que afortunadamente ofrecía el pueblo, monografías ilustradas, libros de historia del arte. En resumen, eso fue todo.

¿Tuvo un primer amor artístico? ¿Hay algo que despertara especialmente su imaginación o su interés, algo que recuerde en particular?

Bueno, mire, no puedo decírselo con exactitud. Nos remontamos tanto en el tiempo que es difícil señalar un punto de partida preciso. El mío fue más bien una necesidad física de utilizar las manos para hacer algo. Al principio, dibujaba sobre todo el paisaje que veía, el perro, el gato, las cosas que tenía delante. Lo que más me molestaba y evitaba por encima de todo era copiar. Tenía amigos que copiaban dibujos de otros o de libros; eso me irritaba. No porque me creyera bueno, o quizá en mi ingenuidad lo fuera, al fin y al cabo, los niños son presumidos, pero deben serlo, porque tienen que exigirse lo máximo a sí mismos, para entrar y dar sus primeros pasos en el mundo exterior. Sin embargo, pensándolo ahora, recuerdo algo.... Recuerdo que entre las clientas de mi madre, que era modista, había una señora polaca, refugiada (la Guerra Fría era una realidad concreta), que había estudiado arte en Varsovia en su juventud. Cuando venía a mi madre a por su ropa, me veía allí en el rincón dibujando y recuerdo que decía: “¡Ah, esta niña tiene mano!”. En aquella época, mi madre conocía a una pintora aficionada, a la que estoy muy unida y que aún vive y se llama Mona Lisa, ¡un nombre de garantía! Hacía paisajes, que debo decir que también eran muy bonitos, se inspiraba en los impresionistas y tenía un gusto excelente en la elección de los colores. Sus cuadros eran excelentes pinturas de paisajes, algunas naturalezas muertas; por eso, mi madre me envió con ella para que aprendiera. Yo tenía ocho, quizá nueve años. Fue ella, Mona Lisa, quien me enseñó a utilizar el óleo, que yo no conocía. Mis padres me compraron óleos, una paleta y un pequeño caballete. Iba casi todas las tardes a su casa a pintar, caminaba de 5 a 6 km porque vivía en una colina. De vez en cuando me cogía el pincel y me arreglaba lo que estaba haciendo, lo que reconozco que me molestaba mucho. Me decía: ’No, pero hazlo así’. Yo era tímida y me quedaba boquiabierta, aún recuerdo la luz que había en la habitación en el preciso momento en que me dijo esa frase: son huellas en el alma que se quedan ahí trazando un camino. Quedé en buenos términos con esta señora y la quiero, me reveló los secretos del color al óleo, de cómo mezclarlos, diluirlos, esparcirlos y luego la fragancia de trementina, recuerdos maravillosos. Esa fragancia sigue ahí ahora, hermosa, te pone en ambiente, te hace sentir pintor de inmediato. Eh, ese fue el comienzo, que, como ahora te das cuenta, fue como pintor.

Pierluigi Fresia, Une seule nuit (2010)
Pierluigi Fresia, Une seule nuit (2010)
Pierluigi Fresia, El comienzo del estudio (2010)
Pierluigi Fresia, El comienzo del estudio (2010)
Pierluigi Fresia, Fácil de entender (2010)
Pierluigi Fresia, Fácil de entender (2010)
Pierluigi Fresia, Tienes (2015)
Pierluigi Fresia, Tienes (2015)
Pierluigi Fresia, fotógrafo desconocido (2016)
Pierluigi Fresia, Fotógrafo desconocido (2016)
Pierluigi Fresia, Afasia (2017)
Pierluigi Fresia, Afasia (2017)
Pierluigi Fresia, El objetivo del héroe (2021)
Pierluigi Fresia, El objetivo del héroe (2021)
Pierluigi Fresia, Eco (2022)
Pierluigi Fresia, Eco (2022)
Pierluigi Fresia, Las obras maestras son asesinas (2022)
Pierluigi Fresia, Las obras maestras son asesinas (2022)

Ya ha insinuado sus idas y venidas entre la pintura y el dibujo...

Creo que el dibujo es uno de los modos de expresión más antiguos y misteriosos del ser humano. Es la capacidad de dejar una marca, que luego se convierte en escritura, un mensaje o una figura, no importa. Ya el trazado con el dedo en la arena para el hombre prehistórico fue el comienzo de un cambio, un gran cambio. Es un gesto de toma de conciencia, una toma de conciencia de la propia existencia: eres tú como individuo quien traza ese signo, eres tú quien lo crea y lo creas como quieres que sea, haciendo visible algo que antes no estaba y que, gracias a ese gesto, se manifiesta y te manifiestas.

El dibujo también está presente en su obra actual, ¿no es así?

Sí, absolutamente. Incluso en mi trabajo actual, en el que utilizo principalmente la fotografía, la composición parte siempre de una idea de dibujo. Es lo que define la disposición espacial necesaria para obtener la imagen que tengo en mente. Incluso antes de disparar, tengo que visualizar mentalmente lo que quiero, teniendo en cuenta los elementos que me rodean. No me considero un fotógrafo en el sentido estricto de la palabra. No soy alguien que hace fotografía de calle, al estilo Cartier-Bresson, por ejemplo, buscando el momento decisivo - suponiendo que no esté todo planeado de antemano, pero hagamos como si lo estuviera. No soy de los que captan el instante perfecto e inesperado, la epifanía inesperada. Este tipo de enfoque implica una inmersión total en el flujo de la vida, una interacción directa con la sociedad y lo que ofrece, encontrando allí el tema y el material con el que trabajar. No, no es mi estilo. También porque a menudo hay personas implicadas, y no las fotografío. A veces las dibujo o las pinto, pero eso es diferente. Así que máximo respeto por ese tipo de trabajo, de verdad, hay cosas bonitas que admiro mucho. Pero eso es otra cosa.

Antes has aludido al hecho de que fuiste a la Facultad de Bellas Artes. A menudo, o más bien diría siempre, la escritura aparece en tu obra. ¿Cómo crea un cortocircuito con la imagen debajo o al lado del texto?

Digamos que es una idea poética, pero también el resultado de un largo proceso. En realidad, cuando empiezo una obra, no hay un vínculo predefinido entre el texto y la imagen. Es un trabajo mucho más largo y complejo de lo que uno puede imaginar. Por ejemplo, hace un rato, mientras esperaba su llamada, estaba trabajando en una imagen y enlazaba con ella textos que ya había preparado, no pensados específicamente para esa imagen. A veces son cosas escritas hace dos años, a veces hace quince días, a veces el día anterior. Entonces empiezo a enlazar imágenes y textos, comienza un nuevo trabajo de composición, en el que el texto, sin perder su significado, debe encontrar también su correspondencia espacial con la imagen, más allá del contenido. Posteriormente, empiezo a trabajar en el análisis del texto en relación con la imagen. A menudo me he dado cuenta de que es fácil, a nivel inconsciente, hacer corresponder un texto con una imagen determinada y luego darse cuenta de que se convierte pura y simplemente en un pie de foto; entonces volvemos a empezar. Hay conexiones que intento evitar, de lo contrario todo se derrumba. El texto no es explicación, no es narración de algo que sin la aportación de la imagen no se podría entender y viceversa. Por el contrario, son dos formas de lenguaje que en la obra deben coexistir, cooperar, pero permaneciendo cada una absolutamente en su propio surco semántico y ontológico. Intento generar una desorientación que me gustaría estimular una conexión totalmente mental y nueva en el observador, llevándole a encontrar, él mismo, un significado a través de una vía hermenéutica desconocida para mí. Por lo tanto, si las dos entidades -palabra e imagen- no tienen conexiones conceptuales inmediatas y verificables, el observador se ve impulsado por este impedimento cognitivo a intentarlo una y otra vez para trazar alguna conexión que tenga su propia lógica, al menos aparente. Ahora, por ejemplo, tengo ante mí una imagen de dos árboles con una frase que les he adjuntado; puede que no sea necesariamente la versión definitiva, quién sabe. Una vez terminada, su verdadera plenitud se producirá cuando en la persona que la vea por primera vez desencadene, por las razones que he mencionado antes, el comienzo de una historia, de una narración de la que yo estoy totalmente excluido e ignorante. Esta idea de que mi obra actúa como desencadenante de historias que nacen, que desconozco, fruto de dos cosas puestas ahí por azar o al menos por razones propias, me gusta y me hace sentir colaborador del espectador. El espectador no es sólo un observador pasivo que absorbe todo lo que se le pone delante. Y así, en esencia, este es el propósito fundamental y, en mi opinión, el sentido principal de lo que debe ser el arte: una herramienta, una invitación al pensamiento, al razonamiento. Mientras haya algo que nos haga pensar, podemos considerarnos seguros, libres; cuando dejamos de pensar, entramos realmente en un túnel sin salida. Todo en los últimos años, desde los medios de comunicación hasta la política, parece empeñado en empujarnos supinamente hacia ese abismo.

Pierluigi Fresia, El segundo, el milenio (2022)
Pierluigi Fresia, El segundo, el milenio (2022)
Pierluigi Fresia, El cazador celeste (2023)
Pierluigi Fresia, El cazador celeste (2023)
Pierluigi Fresia, Pregò così forte (2023)
Pierluigi Fresia, Rezó tanto (2023)
Pierluigi Fresia, Pase lo que pase (2023)
Pierluigi Fresia, Pase lo que pase (2023)
Pierluigi Fresia, Un muerto y... (2023)
Pierluigi Fresia, Un muerto y... (2023)
Pierluigi Fresia, Furiosamente (2024)
Pierluigi Fresia, Furiosamente (2024)
Pierluigi Fresia, El infinito es par o impar (2024)
Pierluigi Fresia, El infinito es par o impar (2024)
Pierluigi Fresia, Le bruit de la mélancolie (2024)
Pierluigi Fresia, El ruido de la melancolía (2024)
Pierluigi Fresia, No hacer el mal (2024)
Pierluigi Fresia, Per non sbagliare (2024)
Pierluigi Fresia, El barco (2024)
Pierluigi Fresia, El barco (2024)

Hay algo en lo que dices que me recuerda la famosa frase de Lautréamont, muy querida por los surrealistas: “Tan bello como el encuentro fortuito entre una máquina de coser y un paraguas en una mesa de operaciones”.

Por supuesto. Pienso en el surrealismo no tanto desde el punto de vista de la imagen, sino más bien del mecanismo. En mi caso, este mecanismo no debe carecer de sentido, ser puramente surrealista y permanecer cerrado sobre sí mismo. Me interesa que el espectador encuentre su propio espacio dentro del cortocircuito que se crea entre la imagen y el texto, que lleve este cortocircuito hacia sí, que lo convierta en algo real o, si no real, al menos concebible, que desencadene la imaginación. De este modo se crea una especie de “relación de fuerza” entre la imagen y el texto, es decir, una relación de fuerza que no debe entenderse como un pulso, pero una relación en cualquier caso que se percibe de algún modo aunque no sea legible en el proceso que la guió, del que entonces me di cuenta que es un asunto privado, personal, que probablemente también procede de una acumulación de imágenes y textos. Por supuesto, las dos cosas se acumulan cada una en un recipiente aparte, por lo que hay imágenes que luego se quedan ahí. Fotografío y escribo, pero nunca lo hago al mismo tiempo. Por ejemplo, tomé esta imagen de los dos árboles ahora, pero la frase que intento insertar ahora siguió otro camino y vino de otro momento. Digamos que cuando salgo a fotografiar, o incluso en el estudio, entra en juego ese aspecto psicológico que hace que te guste más esa imagen que otra. Es algo que le pasa a muchos: hay algo que te fascina y no sabes por qué. A ti también te habrá pasado, no sé, llegas a un lugar, sobre todo al paisaje, y sientes que ese lugar te habla. Es como si ese lugar poseyera una matriz en la que puedes descansar tu espíritu, tu ser, y las dos cosas coinciden. En ese momento y sólo en ese momento está la verdad; si luego lo ves por la tarde o en otro día, no funciona, ahí no hay nada. Aunque uno no sepa, en realidad, lo que se ha perdido, creo que es bueno no saberlo. Probablemente -al menos eso crees- que hay algo relacionado con el inconsciente, con la infancia, algo que viste por primera vez en ese determinado tipo de luz, ambiente y sentimiento, entonces creas el detonante. La impresión de ciertas imágenes a las que siempre tienes que volver para que las dos vayan juntas, un poco como el enfoque con telémetro, en el que dos imágenes idénticas tienen que coincidir, superponerse, ser una, la verdadera, por un momento y luego desaparecer de nuevo en el tiempo. A veces me ha ocurrido que he pasado por delante de algo o de un lugar infinidad de veces y sólo después de un tiempo me he dado cuenta de que allí había algo importante, aunque no supiera por qué.

También me ocurre a menudo que veo cosas en un lugar que crees conocer al dedillo y un día, por casualidad, ves algo que no habías visto nunca. O las ves porque recorres el mismo camino en dirección contraria. Así que a medida que ves cosas diferentes, también piensas en cosas diferentes, con lo cual, si quieres, todo está conectado. Esto recuerda a uno de los protagonistas invisibles de su obra: el tiempo.

El tiempo. Realmente no puedo ignorar el tiempo, no porque lo haya decidido, sino porque así lo siento. Al fin y al cabo, nuestra existencia se basa enteramente en la temporalidad de las cosas, su finitud y su epifanía. El tiempo es una de las principales razones por las que elegí utilizar el medio fotográfico: está hecho de tiempo y también de luz. Y hablando de fotografía, me parece increíblemente falsa, mucho más que la pintura o el dibujo. Es el medio más engañoso que existe. Volvamos a esos dos árboles que tengo ahora delante: yo no los planté, yo no los busqué. Están ahí, en algún lugar del campo. Los fotografié, pero nunca volverán a ser exactamente así. Basta una ráfaga de viento o un cambio en la niebla del fondo. Es trillado decir que la foto “captura”: la foto no captura nada, la foto pierde. Siempre he comparado la fotografía con cuando Orfeo se vuelve para ver a Eurídice salir del inframundo: en el momento en que la ve, la pierde. Y lo mismo ocurre cuando haces una foto: has perdido. Sin embargo, esta “pérdida” tiene su encanto. Es la imagen que te queda -ese simulacro en papel, digital o como quieras llamarlo- de algo que ya no es, o que todavía no es, o que quizás volverá a ser, quién sabe. Pero cada vez que la miro, esa cosa “vuelve a ser”. Así que la imagen pasa a formar parte de tu “equipaje” personal, de esas imágenes arquetípicas que llevas dentro. En cierto modo, casi podría decir que es una forma de nostalgia de lo que amas pero ya no puedes reconocer, y entonces lo recreas para tener huellas, una especie de alfabeto para dialogar y explicarte.

Hace tiempo recuerdo que te pedí que hablaras de la relación que te une a tu estudio, y me habías enviado una serie de imágenes que de alguna manera mostraban algo que tenía mucho que ver con una especie de archivo, había objetos... La idea del archivo o archivar está relacionada con lo que me decías, ¿no?

Pero sí, quizá más un archivo mental que físico, porque entonces desde ese punto de vista ahí soy bastante desordenado; entonces, ’archivo’ es una palabra bonita que, en mi caso, es muy desordenada. Pero sí, desde cierto punto de vista también es un archivo, es decir, aquí hay imágenes como en un archivo. El hecho de que yo haya archivado cientos y cientos de fotografías, y páginas y páginas de textos, escritos, notas, lo hace así: esto ya es archivar para luego hacer algo, siempre algo por venir. Así que esto está bien, no se sabe para qué, pero está bien, seguro que habrá un momento. Luego en realidad a veces pasa que estas cosas vuelven a surgir, no puedo explicar por qué, son todo juegos mentales. Por ejemplo, me di cuenta de que había fotografiado un trozo de tela azul que aparentemente no tenía sentido, y de repente, al cabo de un mes, me recordó a Antonello da Messina, la Virgen Annunziata, y me dije: “Eh, mira, así que en ese azul, en ese pliegue de la tela azul, hay algo”. No creo haber fotografiado esa tela azul pensando en Antonello da Messina, pero su Virgen, esa imagen, estaba bien presente en mi inconsciente, que la recuperó comparándola con la toma de ese miserable trozo de tela azul. No quiero hacer comparaciones con Antonello da Messina, sería un insulto a su maravilloso arte, pero ese vínculo con algo tan importante, no sé... pero es hermoso.

Escucha, la cuestión de los textos: a menudo son textos que tienen una característica muy poética, evocan de alguna manera una dimensión lírica, me parece.

Sí, digamos que al no ser descriptivos, al no ser narrativos, necesariamente caen ahí.

Pero de alguna manera, cuando tomas una serie de imágenes de tu obra y las pones una al lado de la otra, se invita al espectador a crear su propia narrativa.

Ah, claro, una narrativa personal sí, aunque no es lo más importante, de hecho es algo en lo que nunca pienso. Pero entiendo que surja, también porque, al ver una serie de mis obras que incluyen textos -no todas lo hacen, por el amor de Dios, pero muchas sí-, automáticamente nos vemos abocados a interpretarlas y, por tanto, a leerlas como una serie de páginas; una página siempre forma parte de algo más grande: un libro, un texto, un cuaderno, algo. Así que buscamos conexiones entre una página y la siguiente o la anterior, conexiones que de hecho no están ahí, pero que al mismo tiempo están ahí: todo puede estar conectado de alguna manera, ¿no cree? También porque, lo que podríamos llamar la tonalidad -utilizando una metáfora musical- la decido yo y es la de mi forma de trabajar y por lo tanto eso tiende un poco a hacer, como en las cosas que haces, que uno perciba que son todas tuyas, que forman parte de un todo. A veces me he sentido, cuando las cosas están hechas, después de decidir cuáles y cómo disponer las obras en las paredes -cosa que a menudo y de buena gana dejo en manos de otros, sean galeristas o comisarios- aquí he percibido una pseudohistoria, algo así, completamente inesperado.

Pierluigi Fresia, Retórica (2024)
Pierluigi Fresia, Retórica (2024)
Pierluigi Fresia, Siempre (2024)
Pierluigi Fresia, Siempre (2024)
Pierluigi Fresia, Seis piedras (2024)
Pierluigi Fresia, Seis piedras (2024)
Pierluigi Fresia, La vida es una tarde (2024)
Pierluigi Fresia, La vida es una tarde (2024)
Pierluigi Fresia, El último suceso (2025)
Pierluigi Fresia, El último suceso (2025)
Pierluigi Fresia, Donde esté la aguja (2025)
Pierluigi Fresia, Donde esté la aguja (2025)
Pierluigi Fresia, Ma petite folie (2025)
Pierluigi Fresia, Ma petite folie (2025)
Pierluigi Fresia, Perfección (2025)
Pierluigi Fresia, Perfección (2025)
Pierluigi Fresia, Las cosas parecen fáciles (2025)
Pierluigi Fresia, Las cosas parecen fáciles (2025)

¿Una atmósfera, un clima?

Sí, parece que también, porque luego los textos tienen a veces la persona temporal, la persona verbal que cambia, a veces están en primera persona, otras en tercera, en primera persona del plural... En definitiva, se crea una especie de coralidad, un diálogo a varias voces. Pero son aspectos en los que estoy pensando ahora mismo, mientras hablamos.

Sí, absolutamente, y éste es sin duda uno de los aspectos más interesantes de las entrevistas con artistas, que a veces incluso hablando surgen ideas.

Y como usted mismo es artista, sabe muy bien que la narración y la interpretación de la propia obra es lo más difícil, y creo que hay una parte que tiene que dejar fuera, omitir.

Sí. No hay que contarlo todo.

También porque yo tampoco lo sé todo sobre mi trabajo; hay una parte que desconozco y creo que es, paradójicamente, la parte más importante de lo que hago. A veces me ha pasado que escucho, sin ver, a alguien hablar de mi obra y se le ocurren razonamientos e interpretaciones interesantes en las que yo nunca había profundizado. Así que, si el arte realmente te hace pensar, puede hacerte ir más allá de lo que simple y visualmente representa. Es como cuando empiezas a silbar, a tararear y luego sale un coro; algunos tararean contigo al principio, luego lo sueltas y siguen solos con melodías inesperadas que a menudo son mejores que el tema que lo inició.

También quería preguntarle algo: ¿le ha ocurrido alguna vez, por ejemplo, utilizar varias veces la misma imagen, cambiando quizá el texto o simplemente cambiando el tono o el formato?

No exactamente la misma imagen, quizá el mismo tema, ha ocurrido muchas veces. Si luego se utilizaron para alguna exposición o publicación no es seguro, hay temas que he fotografiado a menudo a lo largo de los años. Por ejemplo, hay un picadero que he fotografiado con frecuencia. Estos mismos árboles de los que te hablaba ya fueron fotografiados desde el lado opuesto, creo que hace unos diez años. Explicar por qué me resulta difícil, pero ocurre. También ese trozo de tela del que te hablaba ya lo he fotografiado varias veces en una iglesia de Liguria, a la que voy y el cura ahora me mira mal porque voy allí y fotografío los rincones más escondidos de la nave donde no hay nada, prácticamente.

Yo diría que hay situaciones que son propicias para desencadenar dinámicas, pero no son del todo explicables, siguen siendo misteriosas.

Misteriosas tanto desde el punto de vista del pensamiento como de la creatividad, del arte, de ahí su creación. Cuando leo los relatos de los mentideros de la medicina o escucho a los propios artistas que explican sin tapujos lo que han hecho, la planificación que hay detrás de su obra, lo que querían y no querían decir -y esto pasa mucho en las nuevas generaciones, no sé si os ha pasado a vosotros-, saben absolutamente todo lo que hacen y por qué lo hacen. No me admiran, de hecho me molestan. Es como si hubiera necesidad de entrar en mil explicaciones, también veo que hay mucha planificación desde la base: ’Tú hiciste esto, yo hice lo otro’. Ahora bien, está muy de moda trabajar ciertas áreas, ciertos temas que van desde lo social a lo ecológico, pasando por lo relacionado con el género; por tanto, hay obras que son tratados, pero que han perdido todo lo que es el aspecto mágico y misterioso del arte. Sobre todo, están limitadas por la historia, por la crónica que les da razón de ser y las justifica, incluso en su mediocridad cualitativa. A menudo se puede estar ocupado, se puede ser político, pero hay que ser más grande que la contingencia fácil; me acuerdo de lo que decía Giulio Paolini (que el vínculo entre arte y sociedad es obsceno), creo que es el arte el que tiene que influir, aunque sea muy difícil, en la sociedad pero permaneciendo él mismo y no al revés. Es fundamentalmente una cuestión de cultura a todos los niveles, que falta y más falta aún en muchas (no todas, ojo, pero sí demasiadas) instituciones y en sus máximos responsables... Ahora me callo.

Por supuesto. No debe correr detrás de la sociedad y de los problemas sociales.

Debe mantener una distancia y, si acaso, intervenir como desencadenante del pensamiento, del razonamiento. Su intervención debe ser un método intrínseco...

Sí, exactamente, de lo contrario acabas en todos los demás territorios, que no tienen nada que ver con el arte.

Hace tiempo hablaba con una galerista, una persona muy sabia, precisamente de estos temas, y le pregunté: “Pero oiga, ¿qué hay que hacer? ¿Qué puede hacer un artista?” Y ella me contestó: “Tiene que seguir siendo artista, tiene que hacer lo suyo”. Y este “hacer lo suyo” y después que haya alguien que lo observe, alguien que reflexione sobre ello, incluso críticamente si se da el caso. Y así volvemos a lo que hablábamos antes. De ahí, entonces, puede surgir algo bueno para la sociedad, pero sólo porque estás haciendo, creando motivos, causas para pensamientos, reflexiones. El arte debe ser algo propio. No debe tomar prestados temas de la actualidad, aunque forme parte de ella. Porque si trabajo sobre la actualidad como puro pretexto, alejado por tanto del compromiso real -lo que muchos hacen ahora-, históricamente estoy acabado, porque en seis meses o seis días la actualidad ya será otra. Y así, mi trabajo, mi “falso compromiso”, será totalmente incomprensible, vacío. En cambio, la Annunziata de Antonello da Messina, seguirá contando la historia, siempre tendrá ese libro delante, y yo, que estoy observando, no sé qué está leyendo ni por qué me está mirando. Ahí es donde hay que trabajar. Sí, ahí es donde hay algo que, permaneciendo contemporáneo, nos hace trascender el pesado barro del tiempo cotidiano. Sólo tenemos que serlo, ser verdaderos, nos lo debemos a nosotros mismos


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