Renata Boero (Génova, 1936) se cuenta entre las principales figuras femeninas del arte de la segunda mitad del siglo XX, activa en la escena internacional desde la década de 1960. Su investigación artística se centra en la delgada línea que separa el gesto creativo del proceso natural, una profunda investigación sobre la materia y su intrínseco potencial de transformación a lo largo del tiempo. A través de su obra, Boero explora principalmente ciclos pictóricos en los que afloran las cualidades de pigmentos obtenidos de elementos naturales como raíces, hierbas y tubérculos, que son tratados hirviéndolos y empapándolos directamente sobre el lienzo.
Este planteamiento le permite generar signos que dan ritmo a la narrativa cromática, en obras de gran formato caracterizadas por entramados de tintes donde el tiempo y la memoria asumen un papel central en el proceso creativo, guiando la interacción entre naturaleza y espiritualidad. La obra de Boero adopta la forma de una escritura silenciosa que interroga a la materia, el tiempo y la naturaleza en su dimensión más profunda. La exposición Renata Boero. Teleri, que los Musei Civici di Palazzo Buonaccorsi de Macerata acogen del 4 de junio al 9 de noviembre de 2025. La exposición presenta obras monumentales de pared creadas entre mediados de los años 70 y principios de los 2000, fusiones de arte y naturaleza, pigmentos y memoria, expresadas con un lenguaje distintivo en el panorama del arte contemporáneo. A continuación, repasamos diez cosas que hay que saber sobre Renata Boero.
La investigación de Renata Boero se sitúa claramente en la frontera que separa el gesto artístico del proceso natural. La artista no se limita a retratar la naturaleza, sino que la reconstruye conceptualmente, orientando su planteamiento estilístico hacia la interpretación de la pintura como un gesto que va más allá de la mera representación de la realidad. Este planteamiento se manifiesta en la necesidad de investigar y comprender los procesos naturales en relación con la acción humana, lo que conduce a una superación del arte entendido como mera reproducción. “La naturaleza es salvación y el trabajo del artista está cargado de una tensión positivamente obsesiva”, escribió Vittoria Coen. “El arte es obsesión de hacer, por tanto, y hace que la obra penetre en la naturaleza y reciba tanta energía de ella, en una fraternidad ideal, en un intercambio, en el que la sacralidad y la espiritualidad del propio proceso creativo testimonian la voluntad de proteger el planeta. La relación naturaleza/cultura es tan fuerte en ella, que la obra sigue viviendo y reviviendo espontáneamente con el uso de pigmentos naturales, tierras, raíces, signos, que respiran y renacen del lienzo en bruto que los ha acogido y protegido”.
Su obra no es el resultado de una manipulación exclusiva del artista, sino de una colaboración en la que se deja que la materia orgánica actúe y se transforme de forma autónoma a lo largo del tiempo. Su obra se convierte en un medio para transcribir lo invisible y la fuerza de su práctica reside en una ritualidad secular y una ciencia intuitiva, donde la pintura se manifiesta como un proceso vital autónomo. El lienzo en bruto, empapado de pigmentos, absorbe el color y genera signos que dan ritmo al relato cromático, permitiendo que el tiempo y la memoria guíen la interacción entre naturaleza y espiritualidad.
Renata Boero se distingue por su intensa exploración del potencial de los pigmentos obtenidos a partir de elementos naturales. Su práctica artística implica el uso de raíces, hierbas, tubérculos y otros componentes orgánicos, que son tratados por ebullición y remojo directamente sobre el lienzo. Este proceso permite que el propio lienzo absorba el color, generando marcas que dan un ritmo intrínseco a la narrativa cromática. La investigación de Boero encuentra su expresión en obras de gran formato, caracterizadas por cuadrículas de tintes. En obras como Cromogramma Giallo (1970-1975), la composición horizontal se estructura en cuatro bandas paralelas de rectángulos irregulares, con colores que van del amarillo intenso a tonos más profundos.
Del mismo modo, en Cromogramma Tierra (1980-1990), los tonos se vuelven más cálidos y la superficie aparece más texturizada debido a los pigmentos naturales, evocando una fuerte conexión con la materia y el ciclo de la vida, y recordando procesos de oxidación y descomposición. Los pigmentos, a menudo absorbidos o aplicados de forma transparente, permiten que afloren las vetas del lienzo y las huellas del tiempo, resaltando cómo la materia orgánica ha tenido tiempo de asentarse y transformarse. Boero no se limita a utilizar los pigmentos como herramientas expresivas, sino que los deja actuar, estableciendo un equilibrio entre su gesto y la espera de que la materia se manifieste. La obra nace así de la colaboración entre la materia y el tiempo, donde el color no se aplica, sino que se produce por la transformación que provocan factores naturales como el tiempo, la humedad, el calor y la luz, convirtiéndose en coautores de la propia obra.
En las obras de Renata Boero, el tiempo y la memoria no son meros elementos accesorios, sino verdaderos protagonistas que guían el proceso creativo y la interacción entre naturaleza y espiritualidad. Su arte es una expresión del tiempo, del silencio y del origen, donde la transformación de la materia a lo largo del tiempo es un componente esencial. La propia artista busca una “suspensión del tiempo y el espacio” a través de la ritualidad de su fabricación, con el objetivo de crear un lugar donde los objetos de la mente y la vida ordinaria queden suspendidos. Su investigación, que se desarrolló a partir de los años sesenta, maduró en la segunda mitad de los setenta y se anticipó a muchas instancias del arte contemporáneo, incluido un enfoque en el pensamiento procesual. En obras como Cromogramas, las obras se obtienen mediante la acción directa de la naturaleza sobre soportes plegados tratados con componentes vegetales, donde el color no se aplica sino que es el resultado de la transformación provocada por el tiempo, la humedad, el calor y la luz, que actúan como coautores.
Un concepto fundamental en la poética de Renata Boero es la “pintura que renuncia a la pintura para convertirse en un acontecimiento natural, una escritura biológica, un archivo vivo”. Esta definición, propuesta por Giuliana Pascucci, pone de relieve la elección de la artista de ir más allá de la representación tradicional para permitir que la propia naturaleza actúe como cocreadora. Se opone así a la idea de un arte impuesto, para abrazar un arte que “sucede” y se genera espontáneamente. Las obras de Boero no se describen como simples trabajos sobre papel o tela, sino como procesos vivos, acciones silenciosas en las que el tiempo, la naturaleza y el cuerpo actúan conjuntamente. El artista busca una unidad entre la naturaleza directa y la naturaleza recuperada a través de la pintura, incluso “pintando la tierra con un trozo de tierra”, subraya Pascucci. Este enfoque anticipa instancias contemporáneas, convirtiendo la obra en un “archivo sensible que guarda la memoria del mundo”. Su arte no se limita a representar, sino que transcribe lo invisible, con una fuerza que reside en la ritualidad laica y la ciencia intuitiva de su obra.
La obra de Renata Boero está cargada de un profundo sentido ecologista, elevándose a declaración poética y, al mismo tiempo, a gesto político. Su arte cuestiona el presente y propone visiones alternativas, entendiendo la política como todo aquello que atañe a la convivencia civil. Boero revaloriza la relación humana con el mundo natural, a menudo maltratado y pisoteado por un progreso tecnológico que descuida sus propios efectos colaterales sobre el medio ambiente. Propone un modelo de creación que, en lugar de asfixiar al ecosistema, lo potencie, reconociendo su inherente poder generativo. Esto es especialmente significativo en una época de crisis climática e hiperproductividad de la imagen, en la que sus obras como Chromograms y Cò-nio-graphies se leen como actos ecológicos precoces. Representan textos silenciosos contra la velocidad y la artificialidad, ofreciendo formas de resistencia sensible. Su obra nos invita a ralentizar la mirada, a escuchar las superficies y a dejarnos tocar por la vibración de la sustancia física, reconociendo en ella una forma de poesía no verbal. Esta perspectiva está ligada a la idea de una cura no espectacular, de una escritura del tiempo que subraya cómo toda transformación es una relación, un acto de escucha y de lentitud. La sacralidad y la espiritualidad de su proceso creativo dan testimonio de una clara voluntad de proteger el planeta.
La sensibilidad artística de Renata Boero rehúye las clasificaciones rígidas, desarrollándose en paralelo pero sin asimilarse nunca por completo a los diversos movimientos artísticos de su época. A pesar de operar en un contexto cultural marcado por profundas transformaciones y experimentación, la artista eligió conscientemente no adherirse a movimientos codificados, persiguiendo una investigación autónoma orientada hacia temas universales como el tiempo, la naturaleza y la transformación. Puede detectarse una afinidad con la obra de Marcel Duchamp, en particular con la invención del concepto de Ready Made. Sin embargo, mientras que Duchamp recontextualizaba objetos ordinarios, Boero recurre al mundo natural para elevarlo al papel de agente en el proceso creativo, desplazando el centro de atención del objeto inanimado al proceso orgánico. Esto también lo distingue del Arte Povera, que investigaba la materia primordial y el gesto mínimo; Boero avanza por un camino autónomo introduciendo elementos esenciales como el tiempo lento, la sedimentación y el silencio. Su obra estuvo activa e implicada en los caminos del arte y los movimientos revolucionarios y radicales de los años setenta, un periodo fértil de instancias políticas y culturales. Su investigación se ha mantenido coherente y radical durante más de cincuenta años, lejos del clamor y las modas, fiel a una visión en la que arte y naturaleza se encuentran en el silencio, la materia y el tiempo.
Según Vittoria Coen, el arte de Renata Boero trasciende la mera expresión estética, actuando como puente hacia un mundo espiritual. Representa una fuerza, una energía, una declaración poética total y un devenir constante que abarca el lugar y determina sus transformaciones. El gesto artístico de Boero construye un verdadero vocabulario de emociones intemporales, expresando un “credo animista en los albores del mundo”, escribe Coen.
Esta dimensión espiritual se manifiesta a través de la densidad del color y el transporte del propio soporte, el lienzo en bruto, que vive una vida propia y permite al cuadro entrar en contacto con el todo sin mediaciones. La sacralidad y espiritualidad del proceso creativo de Boero dan testimonio de su profundo deseo de proteger el planeta.
La relación de Renata Boero con la naturaleza es profunda y total, una verdadera energía que emana de las raíces, tanto filosófica como estéticamente. Esta relación se manifiesta como una dimensión primordial, una interpenetración física entre el ser humano y el universo, entre el hombre y el sistema total de los seres vivos, que se desarrolla y regenera continuamente, del sueño al despertar, en un devenir incesante. Su obra recuerda los procesos orgánicos y naturales, vinculando arte, cuerpo y tiempo en un proceso alquímico.
Ejemplar en este sentido es Fioritura 1 (1990-2000), que alude a la ciclicidad, el crecimiento y la transformación. Esta composición adopta la forma de un mosaico orgánico compuesto por azulejos que evocan elementos naturales como cortezas, flores y tierra, con colores vibrantes e intensos. La composición parece expandirse a lo largo de un eje central, dando la impresión de que el propio lienzo ha absorbido la naturaleza, y la superficie ondulada que descansa directamente sobre el suelo amplifica la sensación de contacto directo con el espacio y el observador. La frase de Boero “Los elementos naturales vinieron a mí” resume esta conexión visceral, confirmando una relación en la que el artista cuenta con la naturaleza como aliada, experimentando una inmersión completa y consistente. Su obra está cargada de una tensión positiva, en la que la relación naturaleza/cultura es tan fuerte que la propia obra sigue viviendo y reviviendo espontáneamente mediante el uso de pigmentos naturales, tierras y raíces, que respiran y renacen del lienzo en bruto.
La práctica artística de Renata Boero está impregnada de una profunda ritualidad del gesto, que no es sólo un componente técnico, sino un elemento estructural y poético de su obra. A través de esta ritualidad, la artista pretende crear una “suspensión del tiempo y del espacio”, un lugar donde los objetos de la mente y de la vida ordinaria se encuentren en estado de suspensión. Esta “escritura silenciosa” interroga a la materia, el tiempo y la naturaleza en su dimensión más profunda. Los propios silencios, en su arte, hablan e inspiran a quienes saben escuchar en su interior. Su arte no se impone, sino que “sucede” y se genera espontáneamente, a menudo en un contexto de soledad y meditación.
Los fondos y pliegues de sus lienzos, todo el proceso, hablan de un aliento envolvente y de la búsqueda de la totalidad. La inexorabilidad de la materia natural, una vez abandonada toda mediación lingüística, acompaña directamente a la vida. Su arte se define como expresión del silencio y del origen, que se manifiesta en el gesto y la transformación de la propia materia.
La obra de Renata Boero, desarrollada desde los años sesenta, anticipa significativamente muchas instancias del arte contemporáneo, como la atención ecológica, el pensamiento procesual, el redescubrimiento del gesto femenino y la escucha de lo vivo.
Hoy, en medio de la crisis climática y la hiperproductividad de la imagen, y en un panorama contemporáneo que descubre lo posthumano, su arte parece muy pertinente. Sus Cromogramas y Ctò-nio-grafías no son sólo obras de arte, sino que se leen como actos ecológicos precoces, según Pascucci “textos silenciosos contra la velocidad y la artificialidad”, que proponen formas de resistencia sensible. Su investigación ofrece valiosas herramientas para repensar nuestra relación con el mundo, el cuerpo y la tierra. A través de su obra, Boero nos recuerda el poder de lo oculto, la poesía del proceso y la “política de la espera”. Su arte no representa el mundo, sino que lo transcribe en una “escritura del tiempo” que nos recuerda que toda transformación es intrínsecamente una relación, un acto de escucha y lentitud.
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