Escribir críticas no es divertido


La crítica de una exposición o de cualquier producto cultural, si es negativa pero está debidamente argumentada, no está dictada por la envidia, no es instrumental ni es un entretenimiento. Es simplemente un trabajo, que conlleva sus propios riesgos. Y para una crítica hay otras muchas valoraciones positivas. El editorial de Federico Giannini.

Una de las razones por las que cada vez es más difícil encontrar reseñas o críticas negativas de cualquier producto cultural es el miedo a las consecuencias, a las posibles represalias. El muestrario es amplio: se puede empezar por reacciones de menor intensidad, como respuestas críticas o jabs en las redes sociales: el gran clásico, por ejemplo, es la acusación de haber escrito por envidia, cuando no por alguna forma de resentimiento social. Luego están las consecuencias de mediano tenor: la posibilidad de jugarse invitaciones en algún sitio, la eliminación de alguna lista de correo, la llamada airada del gabinete de prensa, los ataques a la propia reputación, el empecinamiento de los amigos o partidarios del sujeto reseñado, el descrédito indirecto, es decir, el “hablar mal” de quienes machacan en los círculos culturales privados. A menudo puede ocurrir que uno se encuentre con acusaciones de quienes creen que detrás de la crítica negativa se esconde un ataque instrumental a alguna administración, como si el escritor de arte se interesara por la política local o conociera al detalle la situación de cada ciudad (y, por supuesto, estuviera siempre del lado de la oposición). Esto acarrea consecuencias gravísimas, como la interrupción de una colaboración, la posibilidad de jugarse futuras colaboraciones (y cortar así fuentes de sustento) o la intimidación, la amenaza de demandas y acciones judiciales varias. En raras ocasiones, puede ocurrir incluso que sea acosado en persona. Añádase a esto el hecho de que el tamaño del sector del arte es fatalmente pequeño y que los poderes económicos están bastante concentrados, circunstancia que sugiere a la mayoría de la gente una actitud cuando menos cauta en la escala que va del temerario-soldado-kamikaze que no tiene nada que perder, al adulador profesional siempre dispuesto a trocar su dignidad por una cena en una galería o un preestreno exclusivo.

Luego están los que acusan al crítico incluso de sentir cierto placer en machacar exposiciones. Como si escribir una reseña crítica fuera una especie de diversión sádica: no, para evitar malentendidos, el crítico, al menos en la mayoría de los casos, no se moja al escribir una reseña negativa, a menos que sea propenso a manifestar parafilias particulares y extrañas. Es simplemente su trabajo. Si una publicación trata de hacer crítica razonada (y no tanto, al menos en nuestro caso, porque uno se siente investido de quién sabe qué misión ética: no hemos decidido salvar el mundo, sólo hemos elegido una línea editorial), entonces la posibilidad de que se publique una crítica está en el orden natural de las cosas, y quizá ni siquiera sea lo más frecuente. Espero que el lector me perdone el exceso de autorreferencialidad en este punto, pero conviene hacer algunos números: desde principios de 2025, esta revista ha publicado 42 reseñas de exposiciones, una media de unas dos por semana, y de ellas sólo cinco pueden incluirse en el género de “crítica” (por lo que a mí respecta, el balance es de 2 de 7): por lo demás, no faltaron las reseñas tibias, las más negativas que positivas, las totalmente positivas, con todos los matices que naturalmente conlleva el ejercicio del propio pensamiento crítico, que es lo que se exige a quienes desean escribir en estas páginas. Reseñar una exposición significa, al fin y al cabo, entregar al lector un texto argumentativo y valorativo, y a menudo la valoración resulta buena.

Carl Spitzweg, El poeta pobre (1839; óleo sobre lienzo, 36,2 x 44,6 cm; Múnich, Neue Pinakothek)
Carl Spitzweg, El poeta pobre (1839; óleo sobre lienzo, 36,2 x 44,6 cm; Múnich, Neue Pinakothek)

Reflexionar sobre las consecuencias de una crítica negativa sirve para encuadrar mejor un fenómeno del que se viene hablando desde hace años: la desaparición de la crítica. Y no es más que uno de los aspectos, y desde luego no el más importante, para debatir el fenómeno (también hay más: precariedad del trabajo periodístico, crisis de la edición, institucionalización de la crítica, etc.). Sin embargo, merece la pena volver sobre ello porque a menudo, para quien observa este mundo desde fuera, ciertos mecanismos pueden no aparecer con toda su claridad, y uno puede preguntarse por qué se hace complicado leer un documento de posición sobre una exposición. Por supuesto, hay excepciones. El pequeño perfil social que publicó un reportaje despiadado sobre la última exposición visitada. La nueva iniciativa cultural producida desde abajo. El crítico que escribió una reseña negativa sólo porque no soporta a tal o cual artista, o porque realmente quería atacar a la administración municipal de Olgiate Olona. El crítico que, como cualquiera, puede equivocarse, ser parcial, mal dispuesto, incompetente. Todo cierto: sin embargo, no estamos hablando de contextos hiperespecializados (medios de comunicación de nicho dirigidos a unos pocos entusiastas, crítica académica), y la existencia de casos particulares no socava la tendencia general que se percibe en la corriente principal de la información artística italiana.

Si un extranjero se encontrara hoy en Italia y empezara a hojear alguna revista de arte, algún encarte cultural deun diario, o se abriera un perfil en Instagram y empezara a seguir las cuentas de los influencers y creadores de más éxito, podría llegar a pensar que en Italia los museos y espacios expositivos no hacen más que cosas bonitas, que todo es maravilloso, que a nuestros kuradores e historiadores del arte nunca se les escapa una, que en todas las ciudades hay proyectos expositivos del más alto nivel. Difícilmente pensará el extraterrestre que la situación es simplemente distinta, que el utilitarismo ha sustituido al pensamiento crítico y que cada vez es más difícil encontrarse con críticas de exposiciones (pero podríamos hablar de críticas tout court, porque si escribes una crítica positiva con un argumento los lectores esperan que tarde o temprano llegue también una crítica negativa, de lo contrario no eres creíble: para sortear el obstáculo, entonces prefieres evitar la crítica en cualquier sentido) porque una parte sustancial del público (que, en toda esta profusión de likes, de atribuciones de obras maestras, de sugerencias de las “diez exposiciones imprescindibles”, es perjudicado), los organizadores y los políticos sienten un creciente fastidio ante las críticas negativas, aunque por supuesto hay quienes, por el contrario y afortunadamente, aprecian los contenidos críticos razonados y se oponen con resistencia activa a la anestesia inducida por el marketing de la cultura.

Esta molestia surge porque cada vez es más difícil distinguir entre la crítica y el ataque personal (por desgracia, las redes sociales no han venido en nuestra ayuda, ya que todo se mezcla en las redes sociales), porque las críticas negativas se viven como una extraña forma de falta de respeto al trabajo de los demás, porque estamos en la era de la sociedad paliativa y tenemos miedo a la disidencia, porque estamos dominados por la hegemonía de un marketing cultural que exige buena prensa y no reflexión crítica (por eso mucho de lo que se hace pasar por “reseña” suele ser un enjuague de comunicados autocelebratorios o, si va bien, una pura descripción de lo que te vas a encontrar en las salas de una exposición), y por eso nos estamos desacostumbrando a leer no tanto críticas o reseñas negativas, sino crítica en sentido estricto. Esto es, en pocas palabras, gran parte de lo que hay detrás de una crítica. Y que muchos no perciben. Sin embargo, la relevancia de las artes visuales también depende de la supervivencia de un escenario crítico y, sobre todo, de la supervivencia de un debate crítico. Sin crítica, las artes visuales se condenan a sí mismas a la marginalidad. Ahora bien, tal vez sea demasiado esperar que un artista aclame a quienes le aplastan o le incriminan, porque entonces admitiría seguir existiendo como elemento de una categoría cultural y no subsistir como producto de marketing de inauguración, pero al menos se podría empezar a cultivar la idea de que, allí donde la crítica es robusta, las artes visuales se condenan a sí mismas a la marginalidad.idea de que, cuando la crítica está sólidamente argumentada, una reseña negativa no equivale a una expedición punitiva, que si el crítico escribe no es porque, al menos en la mayoría de los casos, tenga envidia de un artista, un comisario o un alcalde, que la persona que ha argumentado una crítica suele estar poco interesada en la dinámica política de la inmensa mayoría de las ciudades en las que se celebra la exposición que ha reseñado, que escribir es un trabajo y no un divertimento o una forma de diletantismo emocional, que por una crítica negativa hay otras tantas, y puede que incluso más, que son positivas (y que, sin embargo, no salen en los titulares ni causan debate, sobre todo si están argumentadas: Ya se habla poco de una crítica argumentada, por no hablar del interés que puede suscitar una valoración positiva bien dosificada). En definitiva, volver a la idea de que una discusión crítica es saludable para un sector que parece cada vez más desconectado de la realidad.


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