Pol Taburet, una de las voces más disonantes y magnéticas de la joven pintura europea


Pol Taburet (París, 1997) es hoy una de las voces más disonantes y magnéticas de la escena europea contemporánea. Su pintura, visceral y jazzística, es un arte obsesionado por la suspensión en el que los personajes se mueven por paisajes de tensión silenciosa que remiten a los orígenes antillanos del artista. Federica Schneck nos lo cuenta.

“Érase una vez” una pintura que no quería tranquilizar. Una pintura que arañaba, que susurraba a través de rostros mudos y patas de animales, una pintura que se escondía tras velos de color y alusiones, como si cada lienzo fuera la delgada cortina entre un mundo que conocemos y otro que nos negamos a nombrar. En ese teatro de lo ambiguo se mueve Pol Taburet, pintor franco-guadalupense nacido en 1997, una de las voces más disonantes y magnéticas de la escena europea contemporánea.

Entrar en su universo visual no es un gesto neutro. Es una invocación. Es como cruzar un umbral ritual, donde la lógica se disuelve y la piel se vuelve sensible a significados tácitos. Sus figuras, alargadas, angulosas, a veces zoomorfas, a veces híbridas, parecen salidas de un sueño lúcido o de una sesión de mediums. Pero, ¿de quién es el sueño? ¿De quién son estas criaturas de ojos vacíos y posturas deformadas, suspendidas en un tiempo que no es ni pasado ni futuro?

Quizás sea ésta la obsesión que atraviesa toda la pintura de Taburet: la suspensión. Sus personajes parecen estar siempre a la espera de algo, de una palabra, de un gesto, de una frase. En obras como Campo de barro (2023), los rostros se incrustan en las paredes, se funden con la arquitectura como si fueran fantasmas habitando los intersticios de la realidad. En My Dear (2023), una mesa puesta, domesticidad por excelencia, se convierte en un escenario de amenaza silenciosa: las patas de un animal aparecen de debajo del mantel, sugiriendo una presencia oculta, una violencia que se cierne. ¿Quién es el anfitrión y quién el depredador en estos teatros de poder e ilusión?

Pol Taburet. Foto: Reiffers Art initiatives
Pol Taburet. Foto: Reiffers Art initiatives
Pol Taburet, Campo de barro (2023; acrílico, pintura al alcohol y pastel al óleo sobre lienzo, 200 x 200 cm)
Pol Taburet, Campo de barro (2023; acrílico, pintura al alcohol y pastel al óleo sobre lienzo, 200 x 200 cm). Foto: Mendes Wood DM
Pol Taburet, My Dear (2023; madera, resina y silicona, 95 x 200 x 120 cm). Foto: Mendes Wood DM
Pol Taburet, My Dear (2023; madera, resina y silicona, 95 x 200 x 120 cm). Foto: Mendes Wood DM

Taburet no planifica sus cuadros. Su proceso pictórico es visceral, jazzístico, construido sobre laimprovisación. Trabaja directamente sobre el lienzo con acrílicos, pigmentos de alcohol, aerógrafo, una referencia estética a la cultura hip hop y a la personalización de cuerpos y objetos, y finalmente, en algunos detalles, óleo: allí donde la materia se hace carne, el instrumento se vuelve más lento, más antiguo. Esta superposición de técnicas produce una pintura fluida e iridiscente que nunca parece querer asentarse. Nada está quieto en sus cuadros: incluso cuando todo está quieto, algo vibra.

En su reciente exposición Oh, If Only I Could Listen (2025, Madrid, Pabellón de los Hexágonos), el espectador se sumerge en un paisaje de tensión silenciosa. Los lienzos aparecen como iconos rotos, altares desacralizados, donde lo sagrado sólo está presente como un eco inquieto. En una obra sin título expuesta allí, dos figuras se enfrentan en un espacio oscuro, indefinido, casi líquido. Sus cuerpos son translúcidos, evanescentes, pero sus miradas están fijas, no se miran entre sí, nos miran a nosotros. Y entonces la pregunta se vuelve urgente: ¿quién es el sujeto y quién el objeto en esta relación? ¿Somos nosotros los que observamos o estamos siendo observados?

Hay en Taburet una fuerza narrativa que elude la narración. Sus lienzos no explican, no guían, no ilustran. Sin embargo, cuentan. Hablan del miedo a la identidad, a la transformación, al tiempo que corrompe y hace monstruoso. Sus figuras recuerdan las máscaras del carnaval de las Antillas, los espíritus del vudú, las capuchas del Ku Klux Klan, símbolos ambivalentes, ambiguos, entre el ritual y la violencia, entre la cultura ancestral y la pesadilla histórica. De hecho, estos elementos aparecen en muchas obras: rostros encapuchados, cuerpos disfrazados, sombreros puntiagudos que recuerdan tanto las procesiones penitenciales como el supremacismo racial. ¿Dónde está entonces la línea entre lo sagrado y lo profano? ¿Dónde empieza el disfraz y dónde acaba el trauma?

Los colores utilizados por Taburet -negros profundos, rojos palpitantes, verdes eléctricos, amarillos ácidos- parecen destilar una energía comprimida, una carga que podría explotar en cualquier momento. Y una sensación en particular acompaña a la observación de uno de sus cuadros: la desorientación. Uno se encuentra desarmado, obligado a permanecer en silencio ante algo que no puede nombrar. No hay catarsis. No hay solución. Sólo la posibilidad de estar en compañía de un enigma.

Pol Taburet, Voces interiores (2022; pintura al alcohol, acrílicos, óleo, 145 x 190 cm). Foto: Mendes Wood DM
Pol Taburet, Inner voices (2022; pintura al alcohol, acrílicos, óleo, 145 x 190 cm). Foto: Mendes Wood DM
Pol Taburet, XXX.hot.Love.Ily.doyou? (2021; acrílico, pintura al alcohol y pastel al óleo sobre lino, 146 x 97 cm)
Pol Taburet, XXX.hot.Love.Ily.doyou? (2021; acrílico, pintura al alcohol y pastel al óleo sobre lino, 146 x 97 cm)
Vista de la exposición Oh, If Only I Could Listen (2025, Madrid, Pabellón de los Hexágonos)
Vista de la exposición Oh, If Only I Could Listen (2025, Madrid, Pabellón de los Hexágonos)

Este es quizá el legado más poderoso de la obra de Pol Taburet: la restitución a la pintura de un poder oracular. En una época dominada por la urgencia del sentido, por la velocidad de la comunicación, nos obliga a ralentizarnos, a detenernos en la duda. Sus obras no pretenden convencer, sino evocar. No cuentan el mundo tal como es, sino como podría verlo un ojo que ha pasado por la muerte, o un alma que se pierde en sus meandros.

Así que uno se pregunta: ¿qué veríamos realmente si pudiéramos “sólo escuchar”, como sugiere el título de la exposición? Y sobre todo, si pudiéramos escucharnos a nosotros mismos frente a estas imágenes, ¿qué sentiríamos emerger de las profundidades? ¿Miedo? ¿Deseo? ¿reconocimiento?

Taburet nos enfrenta a laoscuridad que nos habita. Pero lo hace con gracia, con ironía, con esa grave ligereza que sólo poseen los grandes narradores. Y al final, cada uno de sus cuadros es una frontera: entre lo humano y lo animal, entre lo visible y lo invisible, entre el yo y el otro. Pero esa frontera, sugiere su pintura, siempre ha sido ilusoria.


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