El Barcaccia dañado por los hooligans del Feyenoord: ¿se puede aprender la lección?


¿Es posible aprender una lección de la devastación perpetrada por los hooligans del Feyenoord contra la Barcaccia de Bernini en la Plaza de España de Roma?

Lo primero que me gustaría saber, en relación con los daños causados a la Barcaccia de la Plaza de España, obra maestra fundamental de Pietro y Gian Lorenzo Bernini, es qué clase de consideración tiene por el arte el Questore de Roma, Nicolò D’Angelo. Lejos de mí adelantar cualquier tipo de conclusión sobre la labor de la policía, aunque sea más que legítimo, es más, quizá sea justo y apropiado, preguntarse por qué absurda razón se permitió que una horda de alborotadores llegara hasta la Escalinata de España (y no nos encontramos realmente con los hooligans del Feyenoord anteayer): sin embargo, me gustaría entender si, para el Questore, los daños causados a una de las fuentes más famosas e importantes de Italia no son adscribibles a la categoría de “devastación” y “auténtico saqueo”. Sí, porque ayer declaró que la policía había"impedido la devastación y el saqueo real". La justicia, sin embargo, seguirá su curso y determinará si hubo alguna responsabilidad en la devastación real que tuvo que sufrir la Barcaccia: cabe recordar que los daños fueron declarados permanentes tras los controles de la superintendencia capitolina.

La Barcaccia danneggiata dagli hooligan del Feyenoord
La Barcaccia dañada por los hooligans del Feyenoord. Foto: Fanpage.it

Los aspectos negativos del asunto son básicamente dos. El primero: si una situación así ha podido producirse, se debe también a la falta de interés de las instituciones por la cultura. El episodio de Barcaccia representó la cúspide de la debacle a la que se ven sometidas a diario nuestras ciudades: desfiguraciones de monumentos, escritos en las paredes, calles de los centros históricos utilizadas como vespasos al aire libre, sobre todo en los grandes centros turísticos, son indicativos de una falta de atención que sólo puede conducir a hitos de degradación como el de anteayer. Y si el Cuestor de Roma, repetimos, cree que sus subordinados han evitado “verdaderas devastaciones y saqueos”, hay motivos para preocuparse: porque la devastación sufrida por la Barcaccia no es sólo material, sino también y sobre todo moral, y pone de relieve, repito, la poca atención que las instituciones prestan a la cultura. El otro dato negativo es el tafazzismo de retorno que generan estas situaciones: la mayoría de la gente parece entristecerse por lo poco proclive que es el pueblo italiano a defender su patrimonio artístico.

Quizá, sin embargo, pueda extraerse un dato positivo. Frente a la devastación de los hooligans holandeses, hemos comprendido de hecho, incluso más que en otras ocasiones, que el patrimonio que nos han legado los grandes del pasado no es eterno, y puede ponerse en peligro muy fácilmente: basta un grupo de alborotadores suficientemente borrachos y suficientemente dementes para hacer temer por la seguridad de nuestro arte. Ahora bien, dudo seriamente que lea este post un gamberro borracho que, por no estar acostumbrado a las normas más elementales de comportamiento, no creo que sea un buen conocedor de la obra de Bernini (ni espero que le interese). Y, desde luego, no espero la madurez, al menos a corto plazo, de quienes anteayer hacían prácticas de tiro arrojando botellas vacías de cerveza barata a la pila central de la Barcaccia. Sobre todo si estos señores, que nada tienen que ver con los aficionados al fútbol (no tiene sentido generalizar, y basta con tener un mínimo de nociones de cómo funciona el mundo ultras para entender el concepto), volvían impunes a Rotterdam. Y quizá ni siquiera sea necesario reiterar la facilidad desarmante de la lucha contra la degradación. Puesto que, así como la degradación llama a más degradación, el respeto y la civilización llamarán aún a más respeto y civilización: leer un libro más, visitar de vez en cuando un museo, una iglesia, un edificio histórico, ver algunos documentales, son actividades que desarrollan el pensamiento crítico y, si se comparten, ayudan a otras personas a hacer lo mismo.

Pero lo que quizá no todo el mundo sepa es que cuando se juntan varias personas con pensamiento crítico pueden nacer experiencias muy interesantes: si un grupo numeroso de personas amantes de su patrimonio artístico empieza a hacer preguntas (y quizá a presionar) a las instituciones, se pueden frenar y resolver ciertas situaciones de degradación. Así lo demuestran los ciudadanos de Carrara que, reunidos en Asamblea Permanente tras la enésima inundación destructiva, empezaron a vigilar todos y cada uno de los movimientos de la administración municipal, centrándose muy a menudo en el problema del deterioro, e incluso empezando a conseguir algunos resultados significativos. Pero la lucha contra el deterioro también pasa por los individuos: un poco más de atención a lo que es de todos es una bofetada moral más tanto para los alborotadores como para quienes permiten que los alborotadores se aprovechen de nuestras ciudades. El respeto por la cultura propia empieza con pequeños gestos cotidianos, y luego pasa por la aportación que se hace a las instituciones: cuantos más sean estos pequeños gestos, menos posibilidades habrá de que otro grupo de idiotas ponga en peligro nuestras obras de arte el día de mañana.


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