Empecemos con una observación: en un país en el que existe un sistema democrático que todavía no se encamina hacia tendencias autoritarias (como creo que es Italia) y en el que funcionan los periódicos, es difícil que un ministro reclame créditos inexistentes. Está claro, pues, que la retórica toma a menudo caminos diferentes de los de la contabilidad (creo que, si no fuera así, los políticos cambiarían de oficio y se harían contables).arte de persuadir con palabras, entonces el que es bueno hablando puede darlo todo a su auditorio y no tendrá gran dificultad en disfrazar un pequeño logro con los ropajes del gran objetivo, de la gran empresa que todos esperaban. El hecho es, sin embargo, que incluso el orador más persuasivo puede convencer a su público sin necesidad de abstenerse de la verdad, ya que la retórica a menudo no tiene necesidad de inventar hechos: le basta con adornarlos con lazos y lentejuelas. Pero los hechos siguen siendo hechos, aunque estén adornados con guirnaldas.
Ahora bien, que hay una diferencia entre contabilidad y retórica habría que señalárselo a la escritora Loredana Lipperini que, este fin de semana, inflamó los muros del Facebook cultural con un post con miles de likes y cientos de shares, en el que declaraba no entender cómo el ministro de Cultura Alessandro Giuli, en Pordenonelegge, podía anunciar una inversión de 54,8 millones de euros a favor de las bibliotecas y la industria editorial italiana cuando la Ley de Presupuestos de 2025 pinta un panorama de sustanciales recortes para el Ministerio de Cultura. En sus palabras: “Giuli habló de la inversión en 2025 ”de 54,8 millones de euros en favor de las bibliotecas y de la industria editorial italiana", y aquí algo no cuadra. Porque de lo previsto en la ley de presupuestos para 2025, tamizada en el número especial del boletín Pubblico de la Fondazione Feltrinelli, las cifras son otras: 10 millones de euros menos para el patrimonio bibliotecario y las fundaciones del libro, menos 9,4 para el patrimonio archivístico, menos 424,9 para el patrimonio cultural, menos 485,8 para la tutela de los bienes y las actividades culturales y paisajísticas. A no ser que, tonto de mí, Giuli quisiera decir todo esto como una ingeniosa cita de El hombre en el castillo alto , de Philip K. Dick, donde las verdades y los mundos son distintos. Aunque sigo teniendo la sensación de haber acabado en el equivocado".
Respondemos a quienes quieren saber inmediatamente si las cuentas cuadran: sí, las cuentas, a diferencia de lo que dice Loredana Lipperini, cuadran perfectamente. En primer lugar, una suposición: el presupuesto de un Estado no funciona como la hucha de casa, donde si pones 100 euros y dos meses después necesitas 100 euros, tienes que utilizar los que sacas de la hucha. Sin entrar en demasiados detalles, podría decirse, limitándonos a nuestro caso, que el presupuesto del Estado se basa no sólo en el dinero que ya hay en la tesorería, sino también en los ingresos previstos, y que el presupuesto del Estado se construye sobre varios capítulos de gastos y misiones, que pueden cambiar incluso en el transcurso del año y después de que se haya aprobado la Ley de Presupuestos. En resumen: mientras que el presupuesto en casa tiene un solo fondo y cada ingreso y gasto suele ser inmediato, el presupuesto del Estado es, podríamos decir simplificando, el conjunto de muchos presupuestos parciales basados en previsiones, prioridades políticas, limitaciones y demás, por lo que no hay contradicción en la declaración de un ministro añadiendo una partida extra para publicar y una Ley de Presupuestos que en cambio introduce disminuciones. Y no hay brujería, ni juego de manos: basta con ir a mirar los datos, que son públicos y están abiertos a cualquiera que quiera investigar un poco.
Concretamente: mientras tanto, por la forma en que Lipperini presentó los datos en el boletín de Feltrinelli (que no son más que los números de las estimaciones de los Ministerios publicados en la Ley de Presupuestos), casi parece como si el Ministerio de Cultura tuviera que prescindir de casi mil millones de euros este año (en comparación con 2024: Lipperini habló de “menos 9,4”, “menos 424,9”, etc. sin decir nunca de qué). En realidad, ese “menos 485,8 millones de euros” es el impacto global de la maniobra sobre la misión I del Ministerio de Cultura (“Protección y valorización del patrimonio y de las actividades culturales y paisajísticas”) referida al presupuesto en la legislación vigente, mientras que el “menos 424,9” se refiere al programa 1.9 de la misión I (“Programación y asignación de recursos para la protección del patrimonio cultural”), y en particular a la diferencia entre los recursos asignados en la Ley de Presupuestos de 2024 y los asignados en cambio en la maniobra del año siguiente (sí, me doy cuenta de que es todo bastante confuso, pero habría que dirigirse a quienes espolean a las multitudes en Facebook escribiendo posts de diez líneas con datos sacados de contexto). No hay que confundirlos porque son dos cálculos ligeramente distintos, pero hagamos como si, para no complicar demasiado las cosas, ambos se refirieran a la diferencia entre la Ley de Presupuestos del año anterior y la del año posterior: en realidad, el -424,9 debe considerarse parte del -485,8, y no debe sumarse. Reescribamos todo el asunto en términos muy elementales: la madre le dice a su hijo que, para esta semana, la asignación habitual de 20 euros se reducirá en 5 euros porque ha suspendido en el colegio (sí, hagamos como si no existieran las protecciones sindicales en la familia), y como castigo adicional hoy no podrá comprar helados, por lo que 2 de esos 5 euros menos que recibirá esta semana afectarán al presupuesto para helados. Por tanto, el niño tendrá -5 euros en total y -2 para helados, pero no es que vaya a tener 7 euros menos: seguirá teniendo 5 euros menos.
Compliquemos un poco más las cuentas: el lector me perdonará, pero conviene entender cómo funcionan los créditos del Ministerio de Cultura. Esos -485,8 millones de euros no son un único recorte, sino que son la suma de dos secciones, una Sección I de 132,2 y una Sección II de 353,5 (es cierto: en total falta un 0,1, pero olvidémonos del redondeo). La Sección I de la Ley de Presupuestos está reservada a innovaciones legislativas (creación de fondos que antes no existían y ahora sí, recortes que antes no existían y ahora sí, etcétera), mientras que la Sección II está reservada a refinanciaciones, desfinanciaciones, remodelaciones de cosas que ya existían. Para el Ministerio de Cultura, el grueso de las reducciones de la Sección I se deriva de la revisión del gasto de los ministerios: para abreviar, todos los ministerios de la República están llamados a alcanzar los objetivos programáticos de las finanzas públicas establecidos en el Plan de Estructura Presupuestaria, que prescribe un recorte total del gasto de 2.700 millones para 2025, 2.600 para 2026 y 2.500 a partir de 2027. Son recortes que afectan a todos los ministerios, y que para Cultura afectan a casi 150 millones. Luego, al final, hay un -132,2 porque la creación de nuevos fondos mitiga el alcance de los recortes: incluso algunos ministerios (Economía, Educación, Defensa, Agricultura, Sanidad, Turismo) tienen la Sección I en positivo. En cuanto a la Sección II, se trata de remodelaciones: cabe señalar que, en este caso, la mayor parte de la disminución (171,6 millones de euros) se deriva de la desfinanciación de la Ejecución del Plan Complementario PNRR-MiC (y, hay que recordarlo, los recursos del PNRR no son infinitos, y están ligados a una situación muy concreta). Los demás son desfinanciaciones dispersas: la más importante, después de la que acabamos de mencionar, es la del Fondo para la Protección del Patrimonio Cultural que, en 2025, recibirá 94,2 millones de euros menos de lo previsto. En total, este capítulo de gasto se financiará con cerca de 500 millones de euros para el trienio 2025-2027, una cantidad con la que se sufragarán 664 proyectos de restauración, ampliación, recuperación y puesta en valor de museos, yacimientos arqueológicos, etcétera, frente a unas solicitudes recibidas por el MiC que ascendían a 937 millones de euros. Esos 94 millones, en definitiva, no habrían resuelto gran cosa, si la demanda corresponde a casi el doble de la oferta: quizá, si quisiéramos hacernos más útiles, en lugar de gritar al tajo sin profundizar, sería más interesante entender por qué, ante peticiones tan elevadas, los créditos ascienden aproximadamente a la mitad, por qué lógica se admiten unas peticiones y otras no, etcétera.
Vayamos ahora a esos 54,8 millones de euros reclamados por Giuli y que Lipperini, tras leer que la Ley de Presupuestos recorta en 10 millones de euros los fondos para el patrimonio y las fundaciones del libro, no puede conciliar en su cálculo. También aquí retrocedamos un año: el Decreto de Cultura, es decir, el Decreto Ley 201 de 27 de diciembre de 2024, convertido en ley el 21 de febrero de 2025, en el apartado 2 del artículo 3 establecía la creación de un fondo para la edición en el presupuesto del Ministerio de Cultura, con una dotación de 24,8 millones de euros para 2025 y de 5,2 millones de euros para 2026. El fondo se utilizará para que las bibliotecas públicas puedan adquirir libros (así que sí, es una inversión, y además inteligente). El Decreto de Cultura también establecía la cobertura, pero evitemos forzar demasiado la atención y la paciencia del lector y digamos, simplificando, que el Ministerio ha encontrado los recursos para cubrir este gasto. Gasto que, hace unas semanas, se incrementó en 30 millones de euros. ¿Cómo se hizo? En junio, el Gobierno publicó un decreto-ley con disposiciones urgentes para la financiación de determinadas actividades, en julio se inició el proceso para transformarlo en ley, y en esta fase era posible modificarlo, como ocurre cada vez que el Parlamento convierte un decreto-ley en ley: se presentó una enmienda proponiendo, precisamente, un aumento de 30 millones de euros en el fondo para que las bibliotecas públicas pudieran comprar libros, el texto de la ley de transformación fue aprobado por el Senado el 31 de julio y por la Cámara el 6 de agosto, y el aumento se convirtió en ley, con lo que, sí, el Ministerio dispone ahora de un fondo de 54,8 millones de euros para 2025 para comprar libros.
Lo que nadie ha dicho es que esos 30 millones no salen de la nada: para encontrar esos 30 millones, el Ministerio reducirá, se lee en el texto de la ley, “la autorización de gasto del artículo 1, párrafo 357-bis, de la Ley nº 234 de 30 de diciembre de 2021” (es decir, la Ley de Presupuestos de ese año). ¿Y qué era lo que autorizaba el apartado 357-bis del artículo 1 de la Ley de Presupuestos de hace cuatro años? Sorpresa: ¡bonificaciones para los jóvenes de 18 años! En pocas palabras, para este año, y sólo para este año (al menos de momento, si no intervienen otros decretos), el Ministerio tomará 30 millones de euros inicialmente destinados al “Carné Joven de Cultura” y al “Carné al Mérito” y los desviará a la compra de libros en las bibliotecas públicas. Los que siempre se han opuesto al bono para jóvenes de 18 años se alegrarán; los que, en cambio, pensaban que era una medida fundamental se horrorizarán, se horrorizarán, se indignarán.
Claro que uno no puede ser consciente de todo lo anterior si evita cuidadosamente moverse entre una Ley de Presupuestos y un Decreto de Cultura, entre una ley de reconversión y un informe de la Comisión de Presupuestos del Senado, y si cree que para oponerse a un ministro es buena idea basarse en cuatro datos leídos en un boletín sin profundizar en ellos y citándolos fuera de contexto. Mi alma profundamente vintage y profundamente ingenua me lleva a pensar que lo mínimo para quien quiera rebatir una cifra es analizar, “cribar” él mismo los datos. Si no, mejor dejarlo estar. Por supuesto, me doy cuenta de que en Facebook es más difícil presentar un análisis (aunque sea mínimo, como el de arriba) a la opinión pública que recabar apoyos lanzando algún dato al azar para demostrar que el Gobierno recorta en cultura y que, por tanto, las asignaciones presentadas por Giuli no cuadran, pero lo cierto es que una oposición así no es muy útil y ni siquiera creo que sea seria, al contrario: probablemente sea hasta contraproducente.
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