Una fenomenología interesante de estudiar para quienes quieran acercarse al arte contemporáneo sin distraerse con demasiados conceptos hiperbólicos es el uso verborreico de los letreros de neón. Decenas de artistas pertenecientes al club de los “listillos”, al darse cuenta de la seductora facilidad del neón, se han apresurado a cambiar el rumbo de sus obras y -armados con destornilladores y cables eléctricos (pero sólo para las fotos)- han empezado a llenar de neón todas las paredes y techos que se les han puesto por delante.
Vayamos con el desorden: uno de los más renombrados pioneros del neón fue el célebre Lucio Fontana. Nuestro exaltado cortador de lienzos creó, en 1951, una instalación futurista en la 9ª Trienal de Milán: tenía un tubo de neón de cien metros de largo todo entrelazado con cables de acero fijados al techo (la obra se reproduce ahora en el Museo del Novecento de Milán). Me imagino el asombro de un espectador en aquel momento al verse invadido visualmente por algo insólito en un espacio de exposición: el efecto wow estaba asegurado. Aunque, inmediatamente después, se preguntaría: “¿Por qué estas luces de neón dentro de un museo público son arte y fuera sólo son carteles?”. Mientras reflexionaba sobre todo el daño que había hecho Duchamp, alguien detrás de él murmuró: “¡Mi electricista con treinta mil liras lo habría hecho mejor!”.
 
 
 
 
Casi diez años después, Dan Flavin ni siquiera se tomó la molestia de deformar los tubos de neón: los utilizó directamente tal y como estaban en el mercado para confundir aún más al espectador, que no entendía si eran luces para iluminar la estancia u obras de arte.
Otros precursores del neón que dieron luz a sus ideas son los estadounidenses Joseph Kosuth y Bruce Nauman, ambos octogenarios y en plena forma. Durante más de sesenta años han seguido esparciendo impertérritos carteles y dibujos de neón por todas partes. El camino abierto por ambos ha hecho prosélitos, llenando bienales y otros eventos artísticos con obras de neón. ¿Quién sabe qué dirán mecenas más interesantes y originales? ¿Quiere comprobar que el neón es el truco más fácil para hacer arte contemporáneo? Sólo tiene que llamar a una empresa de rótulos de neón, dictar la frase extrapolada de algún libro o sugerida por su abuelo en un sueño (a Mario Merz, por ejemplo, se le apareció directamente Fibonacci y le sugirió sus números). En el momento en que la empresa entrega el precioso contenido del paquete al galerista, se acabó el juego. Si alguien piensa que para ser artista hay que tener talento, estudiar, viajar e invertir tiempo y dinero en su formación, se equivoca de cabo a rabo: basta con seguir el camino del neón, y enseguida es arte contemporáneo.
¿Es posible que, después de setenta y cinco años, no haya habido evolución en el arte de neón? En realidad, algo ha ocurrido, pero ha sido más una vuelta al futuro que una verdadera evolución. Este verano, en Versilia, una exposición de Marinella Senatore en la que construyó un andamiaje de luces de neón alrededor del habitual letrero de neón provocó un gran debate. Los elegidos del arte contemporáneo, pertenecientes a la élite de los illuminati, aclamaron a la artista y aplaudieron la originalidad de la obra. Tal vez, pero toda esta originalidad no parece haber existido.
 
 
 
“Io contengo moltitudini” (“Yo contengo multitudes”) era la gigantesca inscripción que coronaba la instalación de Senatore: un concepto muy interesante para quienes han experimentado de verdad estas multitudes, como Andrea Pazienza, que escribió en tiempos insospechados: “Y da gracias de que esté yo, que soy una multitud”. Recuerdo también una exposición de Pierluigi Calignano en 2007 en la Galería Antonio Colombo de Milán, donde enormes luminarias circulares llenaban los espacios; otros artistas como Domenico Pellegrino y Davide Cesaria llevan muchos años desarrollando nuevas formas con las luminarias como lenguaje artístico, insistiendo en crear personalmente sus obras, ignorando la práctica del artista contemporáneo que, para ser aceptado en los buenos salones, debe limitarse a concebirlas.
Estos días es noticia la concesión del Premio Nobel de Literatura al escritor húngaro László Krasznahorkai. Una de sus frases es recurrente en todos los periódicos: “Se avecina un mundo diferente, un mundo de engaños, engaños, ilusiones y manipulación de la realidad”. En alerta.
 
 
 
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