¿Qué vínculo profundo une a una isla con su simulacro? ¿Y cómo absorbieron e interpretaron este vínculo los maestros del siglo XX que viajaban entre el Mediterráneo y los mares del Sur? La exposición ISLAS E ÍDOLOS, que inaugura la temporada estival del Museo del MAN de Nuoro, nace para responder a estas preguntas y comprender cómo el poder simbólico y mítico de las figuras arcaicas, custodiado en los confines de la insularidad, se regeneró, siglos después, en las formas de lo moderno.
A caballo entre el Neolítico y los albores del siglo XX, entre la arqueología y la vanguardia, entre los ídolos cicládicos y las esculturas de madera que Gauguin talló durante sus años en Tahití, la exposición fluctúa entre el pasado y el presente en busca de retornos, sentimientos compartidos, herencias genéticas, pulsiones efusivas destinadas a resurgir en fases alternas, como en los ciclos geológicos, y a guiar las manos de los autores empeñados en plasmar formas similares. No se trata, pues, de la idea del viajero que, explorando, encuentra, absorbe y reproduce. Sino el concepto, más vital, de que lo antiguo y lo moderno se tocan fuera del tiempo y del espacio, fuertemente alimentados por una misma necesidad: representar lo ajeno a través de estatuas, estelas, monolitos que personifiquen lo invisible en la tierra.
“No hace falta”, escribe Chiara Gatti en su texto, "que el revisionismo poscolonial afirme que, en su estatura hierática, no hay nada primitivo, exótico, inquietante. Es abstracción en estado puro. Son diosas madres, lastimosas y grandiosas al mismo tiempo, como prefics egipcias, como ofrendas etruscas, como siervas robadas de la pintura de jarrones griegos. Y sus miradas que miran al vacío, inmersas en una expectación casoratiana, recuerdan la inmovilidad desarmada de la Melencolia de Durero, alegoría del intelecto humano que medita sobre el destino del cosmos".
Planteándose críticamente como una reflexión sobre los conceptos actuales de alteridad, primitivismo y sus repercusiones en el seno del debate poscolonial -que se extiende mucho más allá de la historia del arte-, la exposición ahonda en las razones antropológicas inherentes a la presencia de figuras totémicas en los perímetros circunscritos de unaisla y explica hasta qué punto maestros del calibre de Gauguin, Pechstein, Miró, Arp o Matisse, en el curso de sus viajes, reelaboraron esta coexistencia, proyectando sus propios iconos estatuarios en la dimensión absoluta de lo sagrado.
Partiendo de la primera “escapada” de Gauguin a Bretaña en 1886, según una concepción de la isla como lugar ideal, inmune a las derivas del mundo civilizado, la exposición narra laexperiencia de Jean Arp, que coleccionaba estatuillas de las Cícladas, embelesado por su magnetismo concentrado en un puño, y de Max Pechstein, que desembarcó en 1914 en el archipiélago de Palaos, donde vivió en contacto con las comunidades locales de laisla de Angaur y retrató allí solemnes rostros masculinos como dioses. “Vi los ídolos esculpidos en los que una piedad temblorosa y un temor reverencial ante el poder inescrutable de la naturaleza habían impreso esperanza, miedo y sobrecogimiento, ante su destino ineluctable”. Joan Miró, en sus apuntes cotidianos, evocaba las estatuas moai de la isla de Pascua como una poderosa referencia para nuevas formas escultóricas, reconociendo en ellas la encarnación de un espíritu ancestral. Y también Alberto Giacometti, que había encontrado su propia isla entre los erráticos peñascos de Maloja, hizo de cada uno de sus retratos un ídolo, un guardián del templo, arrodillado ante lo inmaterial.
Matteo Meschiari escribe en su texto del catálogo: “Se trata de intentar comprender no tanto la sociología, la filosofía y la geopolítica del ser y del vivir en la isla, sino cómo la geomorfología Tierra-Mar contiene en sí misma fósiles de pensamiento mítico, cómo el encuentro entre la roca y el agua es una especie de campo morfogenético capaz de generar mitos. Los estereotipos conceptuales asociados a la isla son un filtro que oscurece: exclusión, separación, soledad, naufragio, enroque, prisión, exilio, confinamiento, son sólo los más extendidos, pero en cuanto nos trasladamos a culturas centradas en el Océano como la vikinga o la polinesia, nos damos cuenta de que elOccidente está enredado en un paradigma colonial geocéntrico que prioriza siempre la tierra, una mirada continental que perpetúa un modelo geográfico hegemónico donde el mar es el vacío. Para quienes viven en el mar, por el contrario, el agua es el centro del mundo, sus mapas indican paisajes sumergidos y movimientos de corrientes, mientras que las islas, especialmente las oceánicas, son pequeñas pausas, zonas de suspensión en la inmensidad salada, y el archipiélago es un hiperobjeto picado que se mantiene unido por el dinamismo de las aguas, por la plenitud del mar”.
Una selección de más de 70 obras incluye hallazgos arqueológicos procedentes de los principales museos arqueológicos de Cerdeña, del Museo del Menhir de Laconi y de los Museos de Bretaña, así como un préstamo excepcional del Departamento de Antigüedades Griegas, Etruscas y Romanas del Museo del Louvre de París. Junto a ellas, las obras de los maestros modernos proceden de importantes colecciones europeas, como la Galería Nacional de Praga (para las esculturas de madera de Gauguin), la Galería de Arte Moderno de Milán, el Museo Departamental Maurice Denis, el Museo de la ciudad de Locarno, la Fundación Giacometti y los Archivos Henri Matisse, además delos Archivos Florence Henri y colecciones privadas italianas como Diffusione Italia International Group srl y la colección de grabados Enrico Sesana.
Por último, una estocada dedicada a la Cerdeña prehistórica ofrece una mirada en profundidad al mundo del ídolo en suelo sardo, articulado en torno a cuatro grandes núcleos temáticos el toro (símbolo masculino asociado al culto del poder y la fertilidad), la Diosa Madre (figura femenina vinculada al nacimiento y la continuidad de la vida), el “revés” (representación del más allá y la inversión ritual) y las estatuas antropomorfas menhires, verdaderos ídolos tallados en piedra y destinados a dominar el paisaje como presencias eternas.
La instalación, comisariada por el arquitecto Giovanni Maria Filindeu, organiza el conjunto de obras expuestas en una forma espacial que recuerda la configuración de un archipiélago formado por pequeñas agrupaciones temáticas. Guían la articulación de los elementos, tanto murales como de suelo, el uso deliberado y crítico del color y la elección de los materiales. En particular, el celenit (un agregado de fibras de madera y cemento) utilizado para las bases de los expositores, así como el uso de arena lavada, un aglutinante natural y evocador, cuyos tonos gélidos casan con la paleta estival de texturas que dibujan mapas metafísicos.
Para toda la información, visite la web oficial del Hombre de Nuoro.
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Nuoro, el vínculo entre las islas y sus simulacros en una exposición en el MAN |
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