Se ha abierto un nuevo frente de confrontación en el delicado sector de la protección del patrimonio artístico italiano, a raíz de la presentación de una enmienda al Código de Bienes Culturales, aprobada y convertida en ley el pasado 2 de diciembre (entrará en vigor el 18 de diciembre), que corre el riesgo de alterar el equilibrio alcanzado en el sistema de formación de los profesionales de la restauración. En el centro del debate se encuentra la enmienda número 14.0.7 al Proyecto de Ley 1184, propuesta por los senadores legistas Romeo, Pirovano, Spelgatti y Tosato (posteriormente aprobada y convertida en Ley 182 de 2 de diciembre de 2025). La nueva ley introdujo un nuevo artículo, el 182-bis, dentro del Código del Patrimonio Cultural y del Paisaje, reabriendo de hecho los plazos para adquirir la cualificación de restaurador mediante mecanismos de reconocimiento de la experiencia previa. En esencia, con esta modificación también será posible ser restaurador demostrando conocimientos suficientes en la materia, independientemente de la formación académica que se posea.
La norma propuesta establece que, con carácter transitorio y con una ventana temporal que se extiende hasta el 30 de junio de 2028, podrán adquirir el título de restaurador de patrimonio cultural quienes acrediten haber adquirido la competencia profesional adecuada en la materia. Este reconocimiento tendría lugar al término de un procedimiento público de selección, cuyas modalidades de aplicación se dejarían a un decreto posterior del Ministro de Cultura. Esta iniciativa legislativa contrasta fuertemente con el marco reglamentario actual, que, tras años de complejos procedimientos, había declarado terminada la fase transitoria para dar paso a un sistema de acceso a la profesión basado exclusivamente en cursos universitarios de enseñanza superior.
Para comprender el alcance de las críticas planteadas por los profesionales, es necesario analizar la evolución de la figura del restaurador en Italia. El artículo 29 del Código de Bienes Culturales define la restauración como la intervención directa sobre el bien mediante un conjunto de operaciones encaminadas a la integridad material y recuperación del propio bien, y a la protección y transmisión de sus valores culturales. La legislación vigente establece que la conservación del patrimonio se garantiza mediante actividades coherentes de estudio y prevención, y que los trabajos sobre bienes muebles y superficies decoradas deben ser realizados exclusivamente por restauradores cualificados. Para garantizar un alto nivel de calidad, el Estado ha identificado las escuelas de enseñanza superior y las universidades como los lugares designados para impartir la enseñanza de la restauración, previendo un examen final con valor calificativo.
El sistema actual prevé una carrera de ciclo único de cinco años, identificada por la clase LMR/02, que confiere 300 créditos de formación e incluye no menos de 1.500 horas de formación práctica obligatoria. Se trata de una formación multidisciplinar que combina conocimientos científicos, históricos y técnicos, que van desde la química de los materiales y la física aplicada hasta la historia del arte y la arqueología. Este modelo de formación, consolidado por el Decreto Ministerial 87 de 2009, está considerado uno de los más rigurosos de Europa y ha permitido a los profesionales italianos ocupar puestos de prestigio en museos de todo el mundo.
LaAsociación de Restauradores Italianos (ARI), en una carta abierta enviada el pasado mes de octubre a los responsables del Ministerio de Cultura y del Ministerio de Educación, expresó su firme oposición a la enmienda de la Lega Nord, calificándola de incomprensible y potencialmente ilegítima. La asociación recordaba que el régimen transitorio, regulado en el artículo 182 del Código, estaba llegando a su fin tras haber habilitado a más de seis mil profesionales a través de los procedimientos que tuvieron lugar entre 2015 y 2018. La reapertura de esta amnistía, más de veinte años después de la promulgación del Código de 2004, fue percibida por los restauradores como un intento de restar valor a la cualificación y de rebajar el umbral de competencias exigido para trabajar en el patrimonio de interés histórico-artístico.
El profesor Giuliano Volpe, arqueólogo y ex presidente del Consiglio Superiore dei Beni Culturali, también criticó duramente la iniciativa en un artículo publicado en elHuffington Post, subrayando cómo este cambio en la ley pone en entredicho dos décadas de trabajo dedicado a construir un sistema de formación universitaria de excelencia. Según Volpe, la perspectiva de una transición de veinticuatro años, de 2004 a 2028, responde a la misma lógica de los indultos permanentes, acabando por premiar la improvisación en detrimento de quienes han invertido años en el estudio y la formación académica. El temido riesgo es que la reapertura del plazo permita el acceso a la titulación a operadores procedentes del sector de la construcción, carentes de la preparación teórica y metodológica indispensable para abordar las complejidades de la restauración científica.
La cuestión no se refiere únicamente al reconocimiento formal de una cualificación, sino que afecta a la esencia misma de la protección del patrimonio. El artículo 9 de la Constitución encomienda a la República la tarea de proteger el paisaje y el patrimonio histórico y artístico de la nación, y la figura del restaurador es la herramienta operativa a través de la cual se cumple este mandato. No se trata, como señala el ARI, de una mera habilidad manual, sino de una profesión intelectual que requiere capacidad de análisis, diagnóstico y planificación. El restaurador moderno está llamado a definir el estado de conservación de los objetos, a interpretar los datos sobre los materiales constitutivos y a diseñar intervenciones que garanticen la compatibilidad química y física y la reversibilidad de las operaciones.
De hecho, la reciente evolución normativa ha reforzado aún más el papel del restaurador, asignándole responsabilidades precisas también en el ámbito de los contratos públicos. El nuevo Código de Contratación Pública (Decreto Legislativo 36/2023) establece que la ficha técnica de las intervenciones en el patrimonio cultural debe ser elaborada por un restaurador cualificado y que este profesional puede asumir el papel de proyectista de toda la intervención. Además, dentro de la Administración Pública, el restaurador desempeña funciones fundamentales de gestión y dirección, ocupándose de las investigaciones preliminares para las autorizaciones, controlando la ejecución de las obras y asumiendo a menudo la función de Director Único del Proyecto (RUP). Confiar tales responsabilidades a personas sin un itinerario de formación estructurado entrañaría, según los críticos, el riesgo de debilitar la eficacia de la acción protectora del Estado.
Las preocupaciones del mundo académico y profesional también se reflejarían en la jurisprudencia administrativa. En su carta de octubre, la Asociación de Restauradores de Italia citaba una sentencia del Tribunal Administrativo Regional del Lacio de enero de 2020 y pronunciamientos del Consejo de Estado que ya han confirmado la no reactivación de los procedimientos de amnistía una vez finalizado el periodo transitorio previsto por la ley. Incluso la Dirección General de Educación, Investigación e Institutos Culturales del Ministerio de Cultura, en una reciente audiencia parlamentaria, había aclarado que el acceso a la titulación se regula ahora ordinariamente por la posesión de títulos académicos, excluyendo las nuevas amnistías basadas únicamente en la experiencia.
La inclusión del artículo 182-bis, según los críticos, intentaría sortear estos obstáculos legales creando una nueva ventana temporal para la evaluación de cualificaciones y actividades previas. Sin embargo, los críticos señalan que los criterios para dicha evaluación, basados en el concepto genérico de “competencia profesional adecuada”, parecen vagos en comparación con el rigor de los créditos universitarios y las horas de prácticas certificadas exigidas a los estudiantes de grado. Se teme que ello pueda conducir a una nivelación a la baja de la calidad de las intervenciones, con posibles daños irreversibles para obras de arte únicas e irrepetibles.
La comparación con el contexto internacional pone aún más de relieve el carácter crítico de la propuesta. Mientras que en Italia se debate sobre la reapertura de las puertas a las vías no académicas, en Europa el estándar de referencia para el acceso a la profesión se ha establecido en el nivel 7 del Marco Europeo de Cualificaciones (MEC), correspondiente al máster universitario. Diferentes opciones, como la del Reino Unido de apostar por cursos de tres años y acreditaciones no universitarias, han conducido paradójicamente a una situación en la que los altos cargos de los grandes museos británicos son ocupados a menudo por profesionales formados en Italia, Francia u Holanda, precisamente por su superior preparación académica. Italia, con sus institutos de excelencia como el Istituto Centrale per il Restauro (ICR) y el Opificio delle Pietre Dure (OPD), ha exportado un modelo de formación que combina teoría y práctica, ciencia e historia del arte. Debilitar este sistema significaría perder una primacía cultural y científica reconocida en todo el mundo.
Un aspecto técnico importante, a menudo pasado por alto en el debate político, se refiere a la división de las competencias en sectores específicos. El actual itinerario universitario prevé la especialización en uno de los doce itinerarios de formación profesional (PFP), que van de los materiales pétreos a la pintura sobre lienzo, de los instrumentos musicales a los artefactos textiles. El examen final cualifica específicamente para el campo elegido, lo que garantiza que quien trabaja en un violín histórico tiene competencias diferentes de quien restaura un fresco. La reapertura de una amnistía basada en criterios menos estrictos corre el riesgo de crear confusión en cuanto a las capacidades operativas reales de los recién titulados, socavando el principio de especialización que subyace a la restauración moderna.
Las asociaciones profesionales subrayan también cómo este cambio de normativa ha ignorado el esfuerzo realizado por miles de estudiantes y familias que, creyendo en las instituciones, han invertido en unos estudios largos y exigentes. En la actualidad, hay casi 8.000 restauradores ya titulados e inscritos en las listas del Ministerio, un número que, según los expertos, hace injustificada la necesidad de sacar al mercado nuevos profesionales por vías extraordinarias. La hipótesis es que el impulso para esta reapertura proviene de la presión de determinadas categorías empresariales que ven en la obligación de contratar restauradores cualificados un obstáculo económico o burocrático en la ejecución de obras, especialmente en el sector de la edificación histórica.
Sin embargo, como reitera Giuliano Volpe, la protección del patrimonio no puede someterse a lógicas de simplificación que comprometan su calidad. “¿Quién se dejaría operar o tratar”, dice Volpe, “por un gurú sin formación académica adecuada y alta especialización? ¿Por qué poner entonces el patrimonio cultural en manos de alguien que puede tener varias obras a sus espaldas pero que nunca ha estudiado las teorías y métodos de la restauración y que quizá ni siquiera sepa quiénes son Giulio Carlo Argan, Cesare Brandi y Giovanni Urbani?”. La provocación sirve para recordar que el patrimonio cultural es un “cuerpo” frágil y precioso, cuyo cuidado requiere una ciencia rigurosa y no sólo la práctica de los yacimientos.
Según los críticos, la nueva legislación también tendrá repercusiones en el gasto público y la organización administrativa. La gestión de un nuevo procedimiento público de selección, que debería concluir en 2028, exigiría recursos humanos e instrumentales por parte del Ministerio, que tendría que comprobar miles de solicitudes y certificaciones, restando personal a otras actividades de protección. Aunque el texto de la enmienda prevé la invariabilidad financiera, la experiencia de amnistías anteriores sugiere que el impacto organizativo sería considerable.
Ahora que la legislación está en vigor, sin embargo, el juego pasa a otro nivel: los criterios para evaluar la experiencia de los aspirantes a restauradores y la formación de una comisión seria. Los estudiantes de laAcademia de Brera, que se han movilizado como muchos de sus colegas, sugieren: “es necesario luchar para que el procedimiento previsto hasta 2028 sea: definido por una comisión representativa, específicamente constituida; reservado exclusivamente a los inscritos en la lista de técnicos/colaboradores elaborada en la primera aplicación del art. 182, excluyendo a posteriori las nuevas inscripciones. Una solicitud basada no en intereses corporativos, sino en la protección efectiva del patrimonio cultural italiano y en el respeto de las leyes del Estado”.
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| Restauradores "por experiencia": la nueva ley causa debate y pone en peligro la excelencia italiana |
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