La figura de Felice Casorati destaca en el panorama artístico de la Italia de principios del siglo XX como una presencia silenciosa, más bien apartada, pero profundamente incisiva. Su arte, un arte refinado y culto, recorrió las principales corrientes del siglo con pasos independientes, pero siempre al tanto de los logros de la vanguardia. Su arte, ahora documentado en una gran exposición en el Palazzo Reale de Milán (comisariada por Giorgina Bertolino, Fernando Mazzocca y Francesco Poli, del 15 de febrero al 29 de junio de 2025), pasó por tanto por varias fases. Al principio fue simbolista, durante algún tiempo incluso se abrió a la Secesión vienesa y pintó obras cercanas a las de Klimt, después hubo un periodo de yuxtaposición con Cézanne, y luego, en los años veinte y treinta, la poética de Casorati puede incluirse en las diversas tendencias del retorno al orden que caracterizaron ese periodo histórico. Sin embargo, entre las líneas que recorren su producción, hay varios hilos constantes: uno de ellos podría identificarse en un sentimiento preciso, la melancolía. Un sentimiento que no es sólo una figura psicológica, sino que se convierte en una especie de principio estructurador de una visión, un componente relevante de su pintura. Un tema, éste, que recorre las obras de Casorati desde sus primeros días en Padua hasta su madurez, y que se revela en la elección de los temas, la composición, los colores, la postura de las figuras e incluso en la disposición mental de los espacios.
Los primeros años del siglo vieron debutar a Casorati en un contexto todavía fuertemente Art Nouveau y simbolista. Pero es el periodo napolitano, entre 1907 y 1911, el que representa el primer núcleo de una poética melancólica en la obra de Casorati. En cartas enviadas a su amigo Tersilla Guadagnini, el joven Felice se describe a sí mismo en un estado inquieto, casi angustiado: “¡Qué extraño soy! [...] me parece que no he vivido una vida verdadera, completa, común, sino una semivida, una vida de sueño”, y “siempre he sido un gran soñador, y quizás lo sigo siendo”, o “me convencí de la inutilidad de todo esfuerzo, de todo intento [...] no era sólo humillación... era también dolor - dolor intenso - complejo - intrusivo”. Palabras que hablan no sólo de un sufrimiento privado, sino de una dimensión interior oscura y exhausta, en la que la inutilidad de todo esfuerzo se convierte en la única verdad. En este clima de sombrío aislamiento, Casorati se refugió en los silencios de Capodimonte, contemplando el arte antiguo y realizando Las ancianas, un cuadro que él mismo consideraba la síntesis de aquellos primeros estudios solitarios. Un lienzo impregnado de una atmósfera pesada e inmóvil, que parece citar la Parábola de los ciegos de Bruegel, pero en el que la melancolía no es sólo el tema, sino la sustancia misma del cuadro.
El gran cuadro Las señoritas, de 1913, marca un punto de inflexión formal y temático. Monumental, enigmática, de impronta simbolista, la obra se ofrece como una galería de estados de ánimo encarnados por cuatro figuras femeninas, a saber, Dolores, Violante, Bianca y Gioconda. “Diferentemente posadas y vestidas, son identificables -también gracias a las cartelas que aparecen a sus pies- empezando por la izquierda en Dolores, personificación del luto, Violante de la melancolía y la inquietud existencial a la que remiten el púrpura de su vestido y su cabeza inclinada, Bianca, inocente en la pureza de su desnudo adolescente reflejado en el espejo”, escribe el estudioso Fernando Mazzocca. “Ella es quien más llama la atención en el cuadro sobrecargado de detalles y precede a Mona Lisa, cuyo nombre, vestido extravagante y alianza en el dedo la convierten en el emblema de una vida satisfecha”. Su compra por la Galería Internacional de Arte Moderno de Ca’ Pesaro representó la consagración decisiva de Casorati". Violante, por tanto, es la personificación de la melancolía: un icono de la inquietud del pintor, situado en un paisaje enrarecido que recuerda a la “Primavera” de Botticelli, pero vaciado de toda alegría. Este cuadro representa un verdadero pasaje ritual para Casorati: la llegada a una pintura que ya no describe, sino que alude y simboliza. La melancolía se convierte aquí en un concepto pictórico, toda una estructura emocional traducida en color, gesto y postura.
Los años inmediatamente posteriores confirman la trayectoria del artista hacia una visión cada vez más interior. La pintura se convierte en “irrealidad”, como él mismo escribe (“no son cuadros: son irrealidades pintadas sin habilidad”), una proyección del sueño. En cuadros como La Via Lattea (La Vía Láctea ) o Notturno (Nocturno), Casorati intenta pintar las imágenes que ve en sueños, pobladas de “seres invisibles”, “alucinaciones”, “espíritus puros”. Es un periodo en el que la melancolía se sublima en abstracción lírica, entre las influencias de Klimt y Kandinsky, en un lenguaje que rechaza la realidad para habitar su transparencia. Incluso en su producción gráfica y escultórica, la melancolía se expresa en formas esenciales, casi arcaicas, como en la Máscara de 1914, que parece evocar una humanidad suspendida entre lo antiguo y lo sobrenatural, el asombro y el silencio.
El arte de Casorati siguió evolucionando en la década de 1920. En la Bienal de Venecia de 1928, que tuvo lugar cuatro años después del cruce fundamental de la Bienal de 1924 (en la que el artista presentó nada menos que catorce obras en una exposición individual muy apreciada por la crítica: el éxito se debió principalmente a que aquí el artista piamontés abrazó las nuevas tendencias clasicistas con habilidad y con numerosas y descubiertas referencias al arte antiguo), Casorati presentó Scolari, una obra que marcó otro cambio en su poética. Las muchachas sentadas en la sala están inmóviles, silenciosas, casi embalsamadas en el tiempo. Los objetos parecen suspendidos, la escena encerrada en una condición de espera que amplifica la sensación de extrañeza. La melancolía se convierte aquí en una suspensión lírica de la realidad, una forma de abstracción doméstica, una atmósfera que caracteriza muchas obras de este periodo. El cuadro, a pesar de su aparente realismo, se mueve en el registro delenigma: los gestos contenidos, las miradas vagas, el equilibrio inestable del espacio hablan un lenguaje silencioso de timidez y soledad.
En los años treinta, la figura femenina adquiere cada vez más protagonismo en la pintura de Casorati, encarnando una melancolía psicológica pero también arquetípica. “La actitud melancólica, silenciosamente meditativa, velada también por una dimensión intimista de desconcierto y expectación”, escribe el estudioso Francesco Poli, “es uno de los aspectos que caracterizan específicamente a muchas de las mujeres y jóvenes adolescentes, desnudas o vestidas, que Casorati representó en los años treinta (y también más tarde) con una particular tensión pictórica suspendida entre la sensibilidad psicológica y el distanciamiento compositivo”. En Mujer con manto (1935), por ejemplo, la protagonista está acurrucada en una silla, envuelta en una manta verde: sólo asoman su hombro desnudo y un rostro encorvado, absorto, abandonado. El cuerpo, más oculto que revelado, habla de una emoción contenida. Similar es la sensación en Ragazza a Pavarolo, donde la joven está sentada en un estudio desnudo, las manos en el regazo, la cabeza gacha: un silencio que pesa como una identidad. Pero es con Sleeping Girl (1931) cuando la melancolía alcanza una dimensión casi perturbadora. El cuerpo desnudo y huesudo se refleja en un espejo: un doble que podría ser otro ser. La escena es doméstica, pero deshabitada, como un sueño vacío.
En 1936, Casorati pintó Mujer ante la mesa, una de sus obras más intensas. El cuerpo desnudo, inclinado, con las manos en el regazo y en la cabeza, está rodeado de objetos dispuestos con gracia: jarras, botellas e incluso un martillo, irónico y a la vez inquietante. El gesto de la figura es dramáticamente contenido, simbolizando una emoción que nunca explota, sino que permanece aprisionada. Es la melancolía de la presencia, la que no grita pero resiste: un dolor inmóvil, casi metafísico.
Para Casorati, la melancolía no es sólo un sentimiento. Es un principio de composición, una forma de ordenar el mundo a través del arte. Es el espacio vacío entre los objetos, la sombra que rodea el rostro, la postura siempre contenida de los cuerpos. Es la voluntad de sustraer el ruido, la narración, el gesto excesivo. Un arte que busca lo absoluto a través de lo inacabado, que habita el sueño con la conciencia de su desvanecimiento. En la época de las vanguardias, en la época de la ruptura de moldes, Casorati, sin dejar de mirar a las nuevas poéticas y sin dejar de figurar siempre entre los artistas más actuales de su tiempo, nunca dejó de intentar dar voz a la melancolía.
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