Desde sus orígenes, la fotografía ha invitado a la experimentación. Superposiciones, sobreexposiciones, accidentes técnicos que se convierten en nuevos códigos expresivos, derivaciones imprevistas del lenguaje principal. Man Ray fue un maestro absoluto de estos descubrimientos, empezando por la solarización, que consiste en exponer una imagen a la luz durante el revelado, creando así contrastes insólitos y contornos marcados. La lectura actual, a veces forzadamente inclinada hacia lo políticamente correcto, tiende a atribuir parte del mérito de esta técnica a Lee Miller, como figura femenina que hay que revalorizar. La exposición del Palazzo Reale, por el contrario, hace un relato honesto de los hechos: al parecer, Lee Miller encendió accidentalmente la luz del cuarto oscuro durante el revelado. El verdadero mérito es de la casualidad, y de Man Ray por haber convertido ese error en un lenguaje.
Lo mismo ocurre con los “rayogramas”, bautizados así por el fotógrafo, que surgieron cuando, trabajando en el cuarto oscuro, descubrió que los objetos colocados directamente sobre papel fotosensible imprimían sus sombras bajo la luz, generando imágenes tan extrañas como divertidas. Extrañeza y diversión: los pilares del surrealismo del que Man Ray fue protagonista y que contribuyeron decisivamente a la revolución, pero también a la liberación, del lenguaje artístico.
Pero Man Ray fue mucho más que eso, como demuestra una vasta y articulada retrospectiva. Man Ray. Formas de luz, comisariada por Pierre-Yves Butzbach y Robert Rocca y promovida por el Ayuntamiento de Milán - Cultura, está producida por Palazzo Reale y Silvana Editoriale. La exposición, abierta al público hasta el 11 de enero de 2026, presenta unas trescientas obras entre fotografías de época, dibujos, litografías, objetos y documentos.
¿Hacía falta una exposición sobre un artista de este calibre? Yo creo que sí. Lo damos demasiado por sentado. Sirve para recordarnos dónde empezó nuestro gusto por recortar selfies hasta mostrar solo detalles extremos, por jugar con los filtros de Instagram para alterar las imágenes hasta hacerlas casi irreconocibles, por superponer recortes, aunque sean virtuales.
Nacido como Emmanuel Radnitzky en Filadelfia en 1890, adoptó el nombre de Man Ray - “Hombre Rayo”- cuando frecuentaba los círculos intelectuales de Nueva York. En 1921 se trasladó a París, donde se convirtió en protagonista de la revolución artística de vanguardia. Amigo de pintores, escritores e intelectuales, su vida se entrelazó con los acontecimientos de la historia y con personas que, como él, la cambiaron. Picasso, Matisse, Schönberg, Stravinsky. Y también muchas mujeres, que tuvieron tal peso en su existencia que merecen cada una un espacio en esta exposición. Las mujeres desempeñan un papel comprimario en la historia de ese periodo y, sin embargo, incluso desde el lugar secundario que se les reserva, tejen historias, inspiraciones directas.
A pesar de moverse en un contexto histórico marcado por fuertes desequilibrios de género, Man Ray, como señala Raffaella Perna en el catálogo de la exposición, se distinguió por reconocer la fuerza creativa y el talento de las mujeres. Así, en la exposición hay una sección para Kiki, reina de Montparnasse, modelo y amante, cuyo cuerpo, formas suaves y deseo de mostrarse al mundo, que está en el centro de una obra única como Le Violon d’Ingres, es celebrado por Man Ray. Luego está Nusch, nacida Maria Benz, compañera de Paul Éluard, con quien construye obras-poemas. Y luego está Lee Miller, alumna, ayudante, musa y amante. La única, quizás, que tuvo la fuerza de construir su propia historia independiente del hombre que la introdujo, la guió y le enseñó el oficio. Los retratos que Man Ray hizo de Lee Miller captan la esencia de su relación, los experimentos que compartieron y la belleza de una mujer que, como modelo y fotógrafa, pasó a formar parte de la historia para siempre.
Man Ray retrató a todos los que se cruzaron en su camino y se retrató a sí mismo, jugando con los papeles y las personalidades, así como con la técnica fotográfica.
En esta exposición también se muestran sus experimentos con el cine, el diseño y la moda. Suyo es uno de los retratos más famosos de Coco Chanel, negro sobre fondo blanco, con sus collares de perlas y su cigarrillo de boquilla. Y cuando la exposición parece haber terminado, aún queda mucho por ver. Es un recorrido hecho de imágenes que han calado tan hondo en el imaginario colectivo que hemos olvidado quién fue el autor.
La más conocida de las fotografías de Man Ray, un detalle de un ojo llorando cuentas de cristal, conocida como Lágrimas de cristal, ha sido objeto de muchas interpretaciones, pero en realidad se originó como una toma publicitaria, la de la máscara de pestañas Cosmecil de Arlette Bernard que iba acompañada del eslogan “Llora en el cine, llora en el teatro, ríe hasta llorar, sin temer por tus hermosos ojos”.
Quizás la exposición podría haberse beneficiado de un hilo conductor más unificado, pero probablemente no sea posible encerrar a Man Ray en el espacio de una única narración. Al fin y al cabo, esta variedad refleja la riqueza de experiencias y la personalidad polifacética del artista, que elude cualquier encuadre, cualquier intento de encontrar un hilo conductor en su trayectoria que no sea el de experimentar, continuamente, desafiando el lenguaje codificado.
“Esta exposición no es para el gran público, ni siquiera para un pequeño número lo bastante generoso como para aceptar las ideas de un individuo. No puedo pensar ni sentir por muchos, y soy incapaz de colaborar con más de una persona. Esta exposición la ofrece una persona a otra sola persona, a usted que está aquí. Todo lo demás es una simple cuestión de intercambio”: ésta era la advertencia colocada a la entrada de la exposición de Man Ray en el Museo Nacional de Arte Moderno de París en 1972. Una advertencia que sigue siendo válida incluso hoy, frente a estas formas de luz.
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