La rosa, flor símbolo de mayo. Así la han representado los pintores en sus obras


Mayo es el mes de las rosas por excelencia. Pintores de todos los tiempos se han fijado en la rosa no sólo por su belleza, sino por lo que evoca. He aquí un recorrido por siete obras en las que la rosa florece... sobre lienzo.

Mayo es el mes de las rosas por excelencia. Cuando el aire se vuelve más dulce, las rosas florecen y los jardines se visten de un perfume encantador. Flor noble, antigua y regia que durante siglos ha simbolizado el amor, la pasión, la devoción, la gracia y el misterio, de todas las flores, la rosa es quizá la más ambigua y fascinante. Sus pétalos son delicados al tacto, pero el tallo tiene espinas: es la imagen perfecta de la vida humana, que alterna dulzura y dolor, pasión y sacrificio. Por eso la rosa no es sólo un ornamento botánico, sino también un lenguaje simbólico. Y es precisamente en pleno mes de mayo cuando celebramos a Santa Rita de Casia, la “santa de lo imposible”, aquella que, según la tradición, recibió como regalo una rosa que floreció milagrosamente en pleno invierno, como respuesta celestial a su fe inquebrantable. La rosa de Santa Rita es una poderosa metáfora: la gracia que florece incluso en los desiertos del alma, la esperanza que puede florecer donde todo parece estéril. Y así, en este mes que une el cielo y la tierra, el cuerpo y el espíritu, también el arte se inclina ante la rosa, dándole la bienvenida a sus lienzos.

Los pintores de todos los tiempos se han fijado en la rosa no sólo por su belleza, sino por lo que evoca: amor, muerte, espiritualidad, eros, feminidad, eternidad. La rosa se revela en todas sus formas: porque el arte, como la rosa, se contempla. Cada rosa pintada es un poema que no se marchita.
Este es un viaje a través de siete obras en las que la rosa florece... sobre el lienzo.

Tiziano - Virgen de las Rosas

En brazos de la Virgen María, el Niño Jesús recibe un regalo sencillo pero ominoso: una rosa. El pequeño San Juan se la entrega con ternura, pero el simbolismo es claro: es el preludio de la pasión, del sacrificio que se avecina. Tiziano pinta con pinceladas cálidas, en una armonía que mezcla espiritualidad y humanidad. Las rosas, como un pensamiento agridulce, enlazan la pureza de la madre con el sufrimiento del hijo.

El cuadro debe su nombre al gesto afectuoso con el que el pequeño San Juan ofrece rosas al Niño Jesús, bajo la mirada dulce y contemplativa de la Virgen. Pero esta obra, además de su valor artístico y simbólico, se distingue por una larga historia de viajes por Europa. En el siglo XVII, formó parte de la colección del archiduque Leopoldo Guillermo de Habsburgo, que reunió en Bruselas una de las colecciones de arte más importantes de la época. Más tarde, el cuadro se trasladó a Viena con el resto de la colección, donde se reprodujo en el Theatrum Pictorium (1660), un catálogo ilustrado de las obras italianas del archiduque. No fue hasta 1793 cuando el cuadro encontró su hogar actual, llegando a los Uffizi gracias a un intercambio de obras entre el emperador Francisco II de Habsburgo y su hermano Fernando III de Toscana.

Tiziano, Virgen de las Rosas (c. 1530; óleo sobre lienzo, 69 x 96,5 cm; Florencia, Galería de los Uffizi)
Tiziano, Virgen de las Rosas (c. 1530; óleo sobre lienzo, 69 x 96,5 cm; Florencia, Galería de los Uffizi)

Ambrosius Bosschaert - Naturaleza muerta con rosas en un jarrón de cristal

Bosschaert, maestro de la pintura floral holandesa, nos regala un magnífico ramo, inmortalizado con minucioso detalle. En efecto, sus bodegones son famosos por su minuciosa precisión naturalista: basta con ver las gotas de rocío sobre los pétalos o los insectos que se posan sobre ellos. Sin embargo, las rosas que pinta, exuberantes y opulentas, parecen demasiado pesadas para el delicado römer de cristal que las sostiene, como si la belleza estuviera a punto de desbordarse de su recipiente. Entre sus innovaciones más poéticas figura la elección de colocar el ramo frente a una ventana abierta: un detalle sencillo que se convirtió en su sello distintivo.

Ambrosius Bosschaert, Naturaleza muerta con rosas en un jarrón de cristal (c. 1619; óleo sobre cobre, 28 x 23 cm; Boston, Museo de Bellas Artes)
Ambrosius Bosschaert, Naturaleza muerta con rosas en un jarrón de cristal (c. 1619; óleo sobre cobre, 28 x 23 cm; Boston, Museum of Fine Arts)

Dante Gabriel Rossetti - Venus Verticordia

En este cuadro, Dante Gabriel Rossetti representa a una Venus sensual, de cabellos leonados y mirada hipnótica, sosteniendo una manzana de oro y una flecha. Retrata a la diosa del amor en todo su poder: Venus aparece como una joven semidesnuda, con un halo dorado que rodea su cabeza y una larga cabellera. Está inmersa en un exuberante jardín, donde las flores envuelven su cuerpo aludiendo, con la delicadeza propia de la época victoriana, a la sensualidad femenina, misteriosa y perturbadora.

La manzana de oro que sostiene en una mano es la famosa manzana de la discordia, el premio de la más bella de las diosas, con el que se ganó el favor de Paris en el mito. En la otra mano sostiene una flecha dorada -la flecha de Cupido, símbolo del deseo ardiente- que apunta directamente a su corazón. Sobre ambos objetos, pequeñas mariposas amarillas se posan como presencias ligeras pero simbólicamente densas: encarnaciones del alma, del cambio, de lo efímero. Alrededor de la aureola, otras mariposas danzan en el aire, reforzando la impresión de que Venus no es sólo una figura mitológica, sino una visión suspendida entre lo sagrado y lo carnal. El título de la obra, Venere Verticordia, significa “Venus que convierte los corazones” en latín, evocando la capacidad de la diosa para cambiar los sentimientos humanos, para doblegar voluntades por la pura fuerza de la atracción.

Dante Gabriel Rossetti, Venus Verticordia (1864-1868; óleo sobre lienzo, 98,1 x 69,9 cm; Bournemouth, Russell-Cotes Art Gallery & Museum)
Dante Gabriel Rossetti, Venus Verticordia (1864-1868; óleo sobre lienzo, 98,1 x 69,9 cm; Bournemouth, Russell-Cotes Art Gallery & Museum)

Lawrence Alma-Tadema - Las rosas de Heliogábalo

Esta pintura opulenta e inquietante nos traslada a la Roma imperial. Según se cuenta en la Historia Augusta, el emperador Heliogábalo organizó un suntuoso banquete para sus invitados, ocultando sobre ellos un falso techo cargado de pétalos de rosa. Durante la cena, hizo abrir esa bóveda engañosa y una opulenta lluvia de flores se abatió sobre los comensales: un gesto tan espectacular como cruel, ya que algunos de ellos, asfixiados por los pétalos, no sobrevivieron a ese soplo de belleza letal. Alma-Tadema pinta cada rosa con una riqueza obsesiva, convirtiéndola en un símbolo de lujo letal. Las columnas de mármol, las cortinas púrpuras y los rostros extasiados e inconscientes amplifican el contraste entre la belleza y la muerte.

Lawrence Alma-Tadema, Las rosas de Heliogábalo (1888; óleo sobre lienzo, 131,8 x 213,4 cm; colección particular)
Lawrence Alma-Tadema, Las rosas de Heliogábalo (1888; óleo sobre lienzo, 131,8 x 213,4 cm; colección privada)

Vincent van Gogh - Naturaleza muerta: Jarrón con rosas rosas

En el asilo de Saint-Rémy, en un momento en que el alma de Van Gogh estaba cansada pero no rendida, nació este cuadro de frágil esplendor. El jarrón lleno de rosas rosas, sobre un fondo verde, es un canto a la esperanza y a la curación. Van Gogh pintó este cuadro poco antes de salir del manicomio de Saint-Rémy. Sentía que se estaba reconciliando con su enfermedad y consigo mismo. En este proceso de curación, la pintura fue fundamental. El cuadro es uno de sus bodegones más grandes y bellos. Las pinceladas diagonales, movidas por el viento de la inquietud interior, parecen mecer las flores en el silencio de la habitación.

Vincent van Gogh, Naturaleza muerta: jarrón con rosas rosadas (1890; óleo sobre lienzo, 71 x 90 cm; Washington, National Gallery of Art)
Vincent van Gogh, Naturaleza muerta: jarrón con rosas rosas (1890; óleo sobre lienzo, 71 x 90 cm; Washington, National Gallery of Art)

John William Waterhouse - El alma de la rosa

En un rincón escondido de un jardín intemporal, una mujer acerca su rostro a una rosa en plena floración. El gesto es ligero, suspendido, casi sagrado. Waterhouse, con su típica delicadeza prerrafaelita, capta la esencia del momento. La rosa es alma y memoria, y la mujer que la toca parece conversar con un amor perdido, o quizá con una vida que podría haber sido. Todo está en silencio, excepto el silencioso lenguaje de las flores.

John William Waterhouse supo infundir a sus figuras femeninas una sensualidad callada, nunca gritada, hecha de gestos. En El alma de la rosa, la mujer retratada no muestra nada explícitamente sensual, y sin embargo toda la escena vibra de deseo contenido. La forma en que se acerca a la rosa, cerrando los ojos para captar su perfume, una mano apoyada en la pared, la otra rozando la flor. Es una sensualidad interior que se manifiesta en el gesto silencioso de quien busca en la esencia de una flor el recuerdo o el eco de un sentimiento.

John William Waterhouse, El alma de la rosa (1908; óleo sobre lienzo, 88,3 x 59,1 cm; colección particular)
John William Waterhouse, El alma de la rosa (1908; óleo sobre lienzo, 88,3 x 59,1 cm; colección particular)

Gustav Klimt - La rosaleda

Este lienzo de Klimt es una alfombra de colores. Conservado hoy en una colección privada, El jardín de las rosas (Der Rosengarten) fascina por su carácter íntimo, casi secreto. Pintado por Gustav Klimt en 1912, el cuadro no es sólo un homenaje floral, sino una mirada al universo privado del artista. El pintor sentía una gran pasión por las rosas: encontró la inspiración para esta obra en el jardín de su casa de Feldmühlgasse, en el tranquilo barrio suburbano de Unter Sankt Veit, en el distrito vienés de Hietzing. En ese refugio natural, Klimt encontró un contrapunto a la mundanidad de la ciudad: allí, entre las flores de temporada y el silencio de la vegetación, la pintura se convirtió en meditación.

Gustav Klimt, El jardín de rosas (1911; óleo sobre lienzo, 110 x 110 cm; Austria, colección privada)
Gustav Klimt, La rosaleda (1911; óleo sobre lienzo, 110 x 110 cm; Austria, colección privada)

La rosa, flor símbolo de mayo. Así la han representado los pintores en sus obras
La rosa, flor símbolo de mayo. Así la han representado los pintores en sus obras


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