Nadie lo cree, pero el arte contemporáneo podría ser una forma de entrenar nuevos ojos. El problema es que en exposiciones, ferias y bienales siempre vemos las mismas obras, guiños homologados, intercambiables, cositas raras, pintura surrealista, objetos insólitos del mercadillo de antigüedades de debajo de casa. Esto ocurre porque nunca hay tiempos y lugares para la siembra sino sólo lugares para la recolección exagerada, y porque en la fase formativa, en la que también se intenta sembrar a la fuerza, no hay una confrontación crítica abierta que debería alimentar la formación de los artistas y la difusión como espacio de oportunidad para interesarse y apasionarse por la obra.
El hecho de vender en la feria la última generación (los artistas surgidos en los últimos 25 años), no es necesariamente una buena noticia. Es como si en un supermercado los precios se multiplicaran por 15 o por 20, y hay gente que los compra igual. Si el arte es sólo la decoración de la repisa de la chimenea, hoy, con la inteligencia artificial y miles de contenidos a disposición de cada uno de nosotros, podemos divertirnos y hacer las obras nosotros mismos. Al fin y al cabo, hacemos fotos, filmamos, pensamos en cómo crear otro contenido más en las redes sociales, tenemos actitud de autor, así que hagámoslo también para la chimenea.
Necesitamos comprar obras que den testimonio de formas y actitudes valiosas que podamos sacar del museo y aplicarlas concretamente en nuestras vidas. A estas alturas, en torno a la feria se crea una “bienal difusa” con miles de obras para ver en poco tiempo y en un espacio reducido. En Artissima, me gustó el stand de Galleria Zero con sólo dos obras y dos artistas en el punto de mira: Francesco Gennari y Michael E. Smith. Sólo dos obras, precisamente porque todo lo que lanzamos al caos de la feria corre el riesgo de ser barrido y no ser visto, por lo que hace falta valor e inteligencia para tomar una decisión así. Pero si el galerista está realmente convencido de los valores, la elección vale la pena porque da un respiro a las dos obras.
Pero siempre estamos al límite porque la pretensión, incluso en el mejor de los casos, es sembrar y recoger al mismo tiempo en un lugar, la feria, que sólo serviría para la cosecha. No podemos esperar una buena cosecha si antes no hay siembra, pero antes de la feria siempre hay otra feria.
Hace unos días se inauguró la Quadriennale de Roma y parecía como si estuviéramos en una feria mal disimulada, donde encontramos lo mismo que en una feria. Pero esto también ocurre a nivel internacional con las bienales, manifestaciones y documentaciones. No sólo no hay una confrontación crítica que pueda formar modos de aptitud para los artistas, sino que nunca hay lugares donde el artista pueda experimentar sin las presiones del mercado. Esta necesaria ausencia de calidad se paga luego en las ferias, donde los galeristas, para sufragar también los costes de participación, deben entonces inflar arbitrariamente el valor de las obras: el hecho de que las vendan no es necesariamente una buena noticia. Para entender cómo están las cosas basta con darse una vuelta por las ferias con una mirada sincera y honesta. La situación desde hace muchos años está a la vista de todos, el “rey está desnudo”, pero nadie tiene el valor de mirarle a los ojos y decirle que algo debe cambiar.
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