Una alta y singular exposición de De Chirico en Módena. Un feliz acontecimiento que arroja nueva luz sobre un poderoso faro del arte. Aprovechamos esta preciosa ocasión ciertamente para no aburrir al lector y disertar de nuevo sobre los innumerables volúmenes ya expresados en torno al fenómeno del Surrealismo europeo donde nuestro pintor fue el primer sacerdote. Sólo queremos subrayar el acontecimiento en todo su valor y nos gustaría abordarlo casi con un juego de ideas que apelara a ese rincón de humor jocoso que el gran Giorgio siempre llevaba consigo.
¿Ha estado alguna vez Giorgio de Chirico en Módena? ¿O se ha quedado alguna vez en esta ciudad, gemela de Ferrara, donde el “no es” se expande en una danza de adjetivos que tejen inquietos misterios, ricos en imágenes y sensibilidad, que sostienen la investigación y la poesía? Módena está aprisionada por dos ríos rivales, es reacia y fuerte; ofrece al espíritu perplejo dilemas de honda emoción con su Duomo envuelto en piedra eterna y con su increíble torre, encajonada en la tierra acuosa, que llama a las otras torres lejanas de ciudades y abadías: es una ciudad de quietud en esta tierra de Cispadán, ahora silenciosa, que una vez vio, como en un sueño, “mujeres, caballeros, armas y amores”. Todos los temas a dúo con él.
Pero hoy De Chirico ha venido con una exposición asombrosa, pues este buceador de atmósferas suspendidas se ha instalado aquí, ciertamente, de manera ideal, en ese giro sinfónico que adentra el espíritu en las antinomias preternaturales de los enigmas, y que el pintor dialéctico siempre puso sobre la mesa. ¿Cuál era, pues, el eco remoto del diálogo entre el mudo e inquisitivo Giorgio y el inmóvil y sublime Wiligelmo?
Y debemos hacernos otra pregunta, que invade una historia personal, pero también la historia del arte europeo de nuestra época: en su larga aventura pictórica, ¿estuvo Giorgio de Chirico también lejos de su estigma metafísico? ¿Tuvo períodos opuestos, diferentes? Creemos que no, creemos en esencia que su linfa clásica y saliente -de medida desconcertante, y precisamente por ello moderna- permaneció viva a lo largo de toda su carrera y que resurgió invariablemente en un sentido aún numinoso pero límpido en el último período de su fecundidad. Demostrando así ser supremamente precioso.
La exposición de Módena Giorgio de Chirico. L’Ultima Metafisica, Palazzo dei Musei, hasta el próximo 12 de abril, es un acontecimiento nacional, pero de alcance universal. Se trata del arte italiano, en palabras de un nuevo descubrimiento. Aquel niño nacido en Grecia llevaba como nombre de pila “José”, que evoca dos personajes con ecos bíblicos: uno que fue vendido a Egipto y triunfó en tierra extranjera, y otro que fue el tenaz compañero de la Sagrada Familia en medio de mil fatigas en la sombra. De los dos parece haber tomado la tenacidad, la rectitud de camino de toda una vida. Y con el nuevo nombre de Giorgio, se preparó para el gran torneo del arte, donde rechazó la clara, aunque bella y solitaria representación pictórica para diseccionar verdades irradiantes, siempre inquietas: “obscura de re lucida pango” podría ser su divisa en la antigua antinomia entre la insidiosa propuesta figurativa y el “invisible” pascoliano, tan capaz de interpelar el alma.
A la exposición de Módena -se puede decir- le faltó la exploración intensa, concluyente, de la vida artística de De Chirico, de su lenguaje necesario, de su juego siempre apremiante de recordar el paso extremo de “lo” que hay más allá de los sentidos. Una exposición verdaderamente fecunda para nuestros estudios sobre el mayor hermeneuta pictórico de un Occidente con un siglo XX trágico y palpitante, pero que trasciende todas las fronteras del tiempo.
Y es a la visión esclarecedora y amplia de Elena Pontiggia que el surrealismo del gran maestro se sitúa ahora en la luz indispensable de su carrera, pero sigue siendo igualmente muy personal y aún más precioso en composiciones armoniosas y una ejecución particularmente precisa que hace que cada cuadro de esta última fase sea como una preposición perentoria del antiguo autoanálisis, que se convierte en la aventura más desafiante y rica para cada observador. En efecto, es el observador quien se implica hasta el punto de desear la posesión, esa posesión que es la verdadera actitud de identificación con un arte que nunca desatiende la llamada, la obligación de descifrar, y se convierte en la realización secreta de toda inteligencia.
La tarea dialógica de De Chirico se vuelve así cada vez más elevada, y aquí Ara H. Merjian en “Metaphysical Anachrony: De Chirico circa 1968” se convierte en una solemne invitación para espíritus inquisitivos, mientras que la contra-canción -tan cercana al carácter deliberadamente despreocupado de ausencia humorística del pintor- es bellamente expuesta por Francesco Poli en su ensayo “Metaphysical Irony”, más que útil al fin para comprender el habitus interior de un histriónico callado de agudas elecciones. ¿Quién puede acercarse al supremo Giorgio? ¡Espíritus inquietos diríamos, pero parmenídeos y todos inclinados al ser! ¡Espíritus siempre presentes! La exposición es verdaderamente un escenario para la recepción de gente culta.
Al escribir sobre ella, no se puede olvidar el “elenco” intelectual y social que nos ofrece este acontecimiento. Elena Pontiggia en primer lugar, la Fundación Giorgio e Isa de Chirico, el Alcalde de Módena Massimo Mezzetti, el Concejal de Cultura Bartolamasi, la Dirección de Museos de Módena, la famosa editorial de arte ’Silvana’, el Estudio ESSECI-Sergio Campagnolo con su fuerte Simone Raddi. Y cada uno de los visitantes no olvidará su estancia en Módena, que será verdaderamente pródiga en dulzuras más seductoras que memorables.
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