Hace unos días finalizó el mandato de Andrea Bruciati al frente de la Villae, el instituto autónomo del Ministerio de Cultura que agrupa los yacimientos de Villa Adriana y Villa d’Este. Historiador del arte y artista contemporáneo, Bruciati ha profundizado en la escena del videoarte italiano del siglo XXI, con aportaciones críticas y curatoriales. Entre 2009 y 2012, concibió el formato On Stage, dentro de la feria ArtVerona, evento del que asumió la dirección artística a partir de enero de 2013, cargo que ocupó hasta 2016. En este papel, contribuyó a renovar profundamente el perfil cultural de la feria. En 2015, fue nombrado director artístico de BJCEM - Biennale dei Giovani Creativi dell’Europa e del Mediterraneo (Bienal de Jóvenes Creativos de Europa y el Mediterráneo), comisariando su edición de Milán celebrada en la Fabbrica del Vapore, evento de clausura de la Expo 2015. Desde marzo de 2017 hasta 2025, dirigió las villas del Tívoli, redefiniendo la identidad de la institución en octubre de 2018 con el nombre de Villae. Le entrevistamos para que nos hable de su mandato. La entrevista es de Noemi Capoccia.
NC. Tras ocho años como director del Instituto Villa Adriana y Villa d’Este, ¿cuáles considera que han sido los hitos más importantes de su mandato?
AB. Los hitos han sido diferentes y graduales. El Instituto no existía como organismo unitario antes de su creación e inmediatamente se enfrentó a grandes retos. La principal tarea era preservar las características de cada sitio individual, pero al mismo tiempo encauzarlas hacia un objetivo común, hacia una visión unificada y compartida. De hecho, hasta entonces no había existido un verdadero intercambio entre las distintas estructuras, que se habían gestionado por separado. Por ello, el instituto se concibió como una plataforma con una identidad bien definida, tanto por sus peculiaridades como por una estrategia de comunicación precisa. Se eligió el nombre Villae para subrayar el carácter cultural distintivo del contexto y se reflexionó en profundidad sobre el diseño gráfico y el mensaje que debía transmitirse. El objetivo era establecer un diálogo con sus raíces para ofrecer respuestas adecuadas a los visitantes contemporáneos, proyectando así el Instituto hacia el futuro con una sensibilidad actualizada. Su riqueza, que se había considerado un patrimonio estático, es ahora un recurso generativo, un punto de partida para nuevas interpretaciones y narrativas. Nuestro carácter extraordinario va de la mano de una gran responsabilidad de gestión. De hecho, el Instituto no es sólo un museo, ni sólo un parque arqueológico, ni sólo un jardín renacentista, sino un palimpsesto que se crea por multiplicación y no por adición. Los cinco sitios que lo componen son un organismo complejo, un ecosistema cultural único que desea afirmar la centralidad de su papel social en el territorio: la organización de actividades culturales ha sido una forma de dialogar con el público de hoy, un medio de construir una visión orientada hacia el mañana, respetando el valor y el significado histórico de estos bienes excepcionales. En los últimos ocho años, el hilo conductor del trabajo ha sido precisamente este: devolver una narrativa a sitios que en el momento de mi nombramiento aparecían como “bellezas dormidas”, extraordinarias pero carentes de una narrativa capaz de expresar plenamente su potencial. El respeto por las especificidades históricas siempre estuvo en el centro, pero con un enfoque conscientemente contemporáneo. Y desde esta perspectiva, el proyecto siguió un camino muy distinto del que suele caracterizar la incorporación de lo contemporáneo al patrimonio histórico: aquí, lo contemporáneo era una herramienta concreta para interrogar al pasado con el fin de establecer un diálogo profundo entre épocas diferentes. De este modo, cada iniciativa cultural partió del propio Instituto, empezando por la primera reseña de 2018 dedicada al mito de Niobe(E dimmi che non vuoi morire), en la que se pretendía resaltar el valor contemporáneo de temas profundamente arraigados en la historia, como el concepto de hybris y la arrogancia del poder frente a la fragilidad humana. A continuación, una apretada agenda cultural fue configurando la idea de un lugar que actuara como sitio de propuestas en constante evolución: un lugar al que volver porque, al fin y al cabo, el factor tiempo es la verdadera matriz común que une todos nuestros sitios. Concibo el Instituto como un organismo que respira con el territorio. Cada lugar remite a los demás y crea un tejido cultural unitario que se desarrolla de forma circular. Esta interconexión es una característica que proporciona a los visitantes una comprensión más profunda del patrimonio histórico, así como, por supuesto, una experiencia estética nueva y siempre cambiante. Precisamente porque el Instituto está en constante cambio, su objetivo es también conservar un público local y convertir sus lugares en elementos de identidad para la comunidad que se extiende desde Roma hasta el Valle del Aniene (Lacio). Para estar “vivo”, el patrimonio cultural debe percibirse como parte integrante del tejido social, y todo el trabajo realizado hasta la fecha se ha basado en este principio.
Observando el aumento de visitantes a Villa Adriana y Villa d’Este en los últimos años (de 2017 a 2023), surge un interés creciente por la recepción del patrimonio. ¿Cómo gestionaron el equilibrio entre la afluencia de visitantes y la necesidad de preservar la integridad de los monumentos?
Hemos creado el Paso de las Villae precisamente para reequilibrar los flujos y dar a conocer mejor el sitio que yo preconizaba abrir a los menos visitados, el Santuario de Hércules el Vencedor. Nos hemos promocionado como un sistema unido y único y así evitamos sufrir un reparto desequilibrado del público. Por otra parte, sin una política ascendente adecuada en materia de infraestructuras y recepción de turistas, nunca podremos explotar plenamente el potencial del Instituto, ni siquiera en términos numéricos. Podríamos triplicar nuestra capacidad de acogida, pero para ello necesitaríamos un apoyo logístico adecuado y una oferta hotelera que actualmente es insuficiente. Por tanto, el problema del exceso de visitantes no nos preocupa, salvo en algunos momentos concretos, como algunos primeros domingos de mes. Por lo demás, nos las arreglamos para optimizar los flujos, también porque nuestra belleza está estrechamente ligada a nuestra fragilidad y por eso prestamos gran atención a la protección de los lugares. En mi opinión, el objetivo final debería ser mejorar la experiencia del visitante, garantizando un enfoque más profundo y culturalmente consciente. Personalmente, me gustaría que los visitantes pasaran todo el día en nuestros sitios, sumergiéndose en el lugar. Al fin y al cabo, se trata de, al entrar en la Villae, sugerir una relación diferente con nuestro tiempo, que aquí está marcado por el ritmo de la naturaleza, que se mueve con la misma fluidez.
¿Cuál es su balance de la experiencia y cuáles fueron las principales ventajas y puntos críticos que encontró en la gestión del Instituto?
Habiendo sido autónomo, me hubiera gustado obtener resultados aún mejores. Aunque el trabajo realizado por todo el grupo de colaboradores fue importante, habría deseado una repercusión aún mayor, tanto en lo que se refiere a las actividades de excavación, restauración y reapertura de espacios, como a una mayor visibilidad de las iniciativas culturales. Dicho esto, he trabajado con las herramientas de que disponía y puedo estar satisfecho. En cualquier caso, creo que para garantizar una autonomía real, estos institutos deberían convertirse en fundaciones para que pudieran autogestionarse. Actualmente, el régimen de autonomía impone altos niveles de rendimiento, pero al mismo tiempo no permite la libertad de contratar profesionales especializados con carácter permanente, salvo para misiones temporales. Se trata de una contradicción que nos convierte en una entidad híbrida con un enorme potencial que no siempre puede materializarse. A pesar de estas limitaciones, el camino que hemos emprendido ha dado sus frutos: de lugares antaño percibidos como estáticos, hemos conseguido transformar nuestros emplazamientos en verdaderos sitios culturales, centros de referencia artística y social de la zona. Las villas han vuelto a ser un patrimonio de identidad para todos: ya no hablamos de destinos que se visitan apresuradamente en una excursión escolar, sino de lugares densos y estratificados que hay que redescubrir y frecuentar. La oferta cultural también se renueva constantemente: esto ha permitido que el gran público perciba el Instituto de otra manera: en movimiento, tratando la belleza como algo mutable, capaz de adaptarse a los cambios de la sociedad. Además, desde el punto de vista curatorial, uno de los aspectos más estimulantes ha sido trazar una tercera vía entre la rigidez de la especialización de la oferta sólo para iniciados y la simplificación excesiva de la corriente generalista. Hemos desarrollado proyectos rigurosos partiendo de la investigación, pero ofreciendo claves para hacerlos accesibles a un público lo más amplio y diverso posible. Creo que ésta debe ser la verdadera tarea de quienes trabajan en cultura: ampliar el acceso al patrimonio ofreciendo herramientas adecuadas para todos. En concreto, incluso en los proyectos relacionados con el arte contemporáneo y las conferencias, siempre hemos mantenido una fuerte coherencia con el código genético de los lugares, creando un auténtico camino diacrónico entre el pasado y el presente. La respuesta positiva del público confirmó que ésta era la dirección correcta: lugares increíbles merecen experimentación y soluciones igualmente excepcionales. Las Villae de Tívoli no pueden gestionarse como meros lugares de interés histórico, porque fueron concebidas como máquinas revolucionarias para su época. Quienes las administran deben asumir este reto y situarse en una tensión que mire siempre hacia el futuro.
En su opinión, ¿cómo ha influido la independencia en la puesta en valor y protección de Villa Adriana y Villa d’Este?
Creo que para quien produce cultura, la libertad es un valor necesario y permitir la movilidad de acción es sin duda un paso fundamental. Por supuesto, los recursos económicos y las herramientas disponibles son siempre limitados en comparación con la visión que uno quisiera realizar, aunque nuestra autonomía nos ha permitido dar a los proyectos un fuerte reconocimiento y construir una identidad sólida para el propio Instituto. Esto también ha sido posible gracias a nuestra experiencia en la gestión de proyectos que, aunque diferentes entre sí, siempre han mantenido una coherencia subyacente. Hoy, quienes se acercan al Tivoli Villae saben que encontrarán una propuesta cultural diversificada y con una identidad bien definida. En un contexto en el que a menudo todo está estandarizado y es homogéneo, dar un mensaje claro y distintivo es un valor añadido.
La reforma de 2024 prevé una gestión más integrada a escala regional. ¿Cómo cree que puede influir este tipo de cambio en el futuro de la Villae?
Somos un palimpsesto abierto, somos paisaje. Crear redes y establecer colaboraciones forma parte de nuestra propia estructura genética. Nuestro enfoque se basa en la idea de construir nuevas rutas y vectores, en diálogo constante con el territorio y sus actores (municipio y región ante todo). Desde el principio, con el nombre de Villae, hemos cuestionado el contexto en el que operamos, buscando comprender sus características y potenciarlas en sintonía con las nuevas sensibilidades y demandas del público. Para nosotros, se trata de una evolución natural de un camino ya iniciado, que yo veo exclusivamente como un enriquecimiento. Percibo la diversidad como un valor y no estoy a favor de un pensamiento único o monolítico. Mi experiencia en la gestión de estos lugares me ha enseñado que, para obtener resultados concretos, es necesaria una confrontación constante y dialéctica, incluso con profesionales aparentemente alejados del mundo de la cultura. Toda intervención requiere la aportación de varias competencias y no sólo las específicas del sector. Esta constatación ha dado lugar a un método de trabajo diferente en el que el vínculo entre disciplinas y perspectivas ha asumido un papel fundamental. Pensar que en una intervención arqueológica deben intervenir exclusivamente arqueólogos es una perspectiva miope y anticuada si no existe una confrontación continua entre todas las partes. Conservación y puesta en valor deben, por tanto, ir de la mano, y para ello se requieren miradas plurales porque somos un organismo complejo. Este es probablemente el elemento distintivo del Instituto: una mirada diferente sobre el patrimonio que considera los sitios como elementos cohesionados de un sistema dinámico y no como entidades aisladas. En el pasado, la gestión tendía a enmarcarlos de forma independiente, sin una verdadera comparación entre ellos: hoy, en cambio, está claro que el diálogo entre los sitios es esencial. Más aún en el caso de las villas: trabajando desde dentro, paseando por ellas, me di cuenta de que estudiar Villa Adriana ayuda a comprender mejor Villa d’Este, y viceversa. Lo mismo ocurre con los demás sitios, donde esta circularidad es también un método funcional para generar nuevas perspectivas de investigación. Nunca nos hemos centrado en operaciones fáciles, en grandes nombres o en acontecimientos de puro impacto mediático: concibo el estar al margen como una oportunidad para entender de otra manera la complejidad que nos caracteriza y buscar soluciones menos vapuleadas. El objetivo es plantear preguntas y estimular reflexiones que puedan ofrecer experiencias culturales auténticas y capaces de conectar, de dialogar con la identidad profunda de nuestros lugares.
¿Cuál es el hilo conductor de las propuestas previstas para 2024-2025 y cómo encajan en su visión curatorial del instituto?
Estoy muy satisfecho con los resultados obtenidos en el segundo semestre de 2024, en el que hemos conseguido transformar el Instituto en un verdadero laboratorio cultural. Presentamos a los visitantes exposiciones, conferencias y jornadas de estudio dedicadas a temas específicos y conseguimos crear un entorno mutagénico y mutante en el que la investigación y la divulgación se integraron y cruzaron plenamente. Un elemento fundamental de la programación fue la posibilidad de disfrutar simultáneamente de varios proyectos en distintos lugares, dando a los visitantes la oportunidad de sumergirse en un camino de descubrimiento estructurado pero coherente. Cada proyecto se concibió en relación con el contexto en el que se instalaba, manteniendo al mismo tiempo una conexión constante con los demás lugares, dimensiones, del Instituto. Entre las iniciativas, me gustaría mencionar la exposición dedicada a la presencia flamenca en Tívoli(Venus desarma a Marte ed.), montada en el Santuario de Hércules el Vencedor. El proyecto surgió del análisis de un cuadro fruto de la colaboración entre Brueghel y Rubens, que presentaba sorprendentes analogías con la Vía Tecta del Santuario. A partir de este descubrimiento, se inició una investigación que reveló una correspondencia literal y filológica con la estructura tiburtina, permitiendo así investigar el vínculo entre la colonia romana flamenca y los paisajes de Tívoli. Fue una investigación que devolvió la atención a un aspecto poco explorado de la historia del arte moderno relacionado con los lugares del Grand Tour. En la Villa Adriana, por su parte, nos centramos en la pintura del periodo adriánico( ed.Bajo el signo de Capricornio ), reuniendo fragmentos y comparándolos con los hallazgos de las últimas investigaciones arqueológicas. El trabajo nos ha permitido devolver a la Villa su dimensión original, yendo más allá de la percepción actual, que a menudo se limita a los elementos arquitectónicos supervivientes. Queríamos devolver la verdadera piel de la Villa para mostrar cómo la arquitectura, la estatuaria, los materiales, la naturaleza y las partes decoradas creaban un verdadero proyecto cultural unitario, revolucionario para su época. Era una forma de superar los conocimientos establecidos y demostrar que un emperador innovador como Adriano no podía dejar de tener un interés variado, polifacético y múltiple, y por tanto de gran interés también en el campo de la pintura. El tercer proyecto, en cambio, tenía un sesgo más conceptual y desarrollaba una reflexión sobre el valor cromático del blanco y su conexión con el travertino, material que caracteriza el paisaje y la arquitectura tiburtinos. Esto dio lugar a una investigación más amplia que recorrió la historia del blanco(La via lattea ed.) como código visual y simbólico, desde Malevič hasta sus declinaciones más recientes, en las que es claramente visible cómo el concepto de pureza absoluta empieza a resquebrajarse y a reelaborarse en clave crítica. El hilo conductor de todas estas iniciativas ha sido, por tanto, el deseo de situar junto a nuestros monumentos oportunidades de estudio en profundidad que vuelvan a relacionar el legado del pasado concebido como proactivo para el presente. En efecto, considero sumamente importante que el Instituto se convierta en un lugar de investigación activa, capaz de proponer constantemente nuevas reflexiones y estímulos. Además de estos proyectos, estamos trabajando en una exposición documental y fotográfica(Futura ed.) que acompañará la apertura de tres sedes la Via Tecta, con su fascinación casi piranesiana ligada a la poética de lo sublime; todo el Museion de Villa Adriana, donde se expondrán de forma continua las obras halladas en las excavaciones a partir de 1950; y la Grotta di Diana de Villa d’Este, que por fin volverá a ser de uso público tras décadas cerrada gracias al mecenazgo de Fendi. La idea de ampliar constantemente la oferta cultural ha sido el cambio de paradigma de estos ocho años. Si se piensa que, cuando yo llegué, el Santuario de Hércules el Vencedor sólo estaba abierto esporádicamente a los visitantes, se comprende lo mucho que se ha hecho para realzar incluso los lugares menos conocidos, integrándolos en una narrativa más amplia y articulada. Creo que ésta es la clave para hacer del patrimonio cultural un verdadero protagonista: crear recorridos siempre nuevos, en los que cada elemento del lugar pueda hablar de su contexto histórico y artístico. Todo ello proporciona al público una experiencia de visita más rica y siempre diferente, que estimula el deseo de volver.
La restauración de la Grotta di Diana ha permitido conservar importantes decoraciones y esculturas. ¿Cuáles han sido las intervenciones más complejas durante las fases de restauración?
Dentro del Instituto había una parte que había permanecido en una especie de limbo: cerrada, todo el mundo sabía de su existencia pero nunca nadie había intervenido tan a fondo. La Gruta de Diana es quizá el ejemplo más extraordinario del manierismo del siglo XVI que ha llegado hasta nosotros. Es un espacio que encarna una síntesis perfecta de elementos polisensoriales y policromáticos, con una variedad de materiales ya en uso en la antigüedad combinados y fusionados para crear un cofre del tesoro metamórfico. Una especie de joya preciosa, una cueva de Platón de fabulosa complejidad y riqueza. La estratificación de materiales heterogéneos, aparentemente incongruentes pero funcionales a la creación de la gruta dentro del itinerario de Villa d’Este, ha necesitado por tanto una operación de restauración tan meticulosa como minuciosa. El objetivo de la restauración era eliminar los depósitos acumulados a lo largo del tiempo y devolver la legibilidad a la gruta, cuyo estado de conservación también se veía afectado por la exposición a los agentes atmosféricos, dada su apertura parcial al exterior. Con el paso de los años, partes del revestimiento se habían desprendido y habían comprometido la continuidad visual y narrativa del conjunto, haciéndole perder su belleza original. Por ello, los trabajos exigieron la limpieza y recuperación de los detalles decorativos, y permitieron reconstruir las historias contenidas en las distintas piezas de la cueva. Un proyecto de esta envergadura no podría haberse materializado sin el apoyo de una Maison como FENDI, muy vinculada a las instituciones culturales. Tras más de un año de trabajo, el 5 de mayo la cueva se reabrirá finalmente al público con una nueva dermis más legible, estratificada y luminosa. La intervención también refuerza la identidad de Villa d’Este como lugar metafísico fuera del mundo: precisamente en la Grotta di Diana, el arte se manifiesta como una experiencia total y sinestésica.
¿Habrá nuevas rutas o vías para que el público visite los lugares?
Se mantendrá el antiguo acceso a Villa Adriana por la ruta que hemos denominado Yourcenar, la nueva entrada desde Via del Colle para el Santuario de Hércules Vincitor, mientras que para Villa d’Este el único cambio concreto se refiere al acceso restringido a la Gruta de Diana. Seguiremos proponiendo un billete único, que ofrece ventajas económicas y permite además la visita durante tres días consecutivos. De hecho, consideramos fundamental promover el turismo lento, que permite explorar y conocer a fondo este increíble territorio. Todas estas iniciativas forman parte de un proyecto de mejora más amplio, diseñado para reforzar la unión entre el yacimiento y todo el valle de Aniene, y para que por fin sea un lugar que la comunidad sienta como propio y reconozca como parte regeneradora de su identidad.
¿Qué espera de la reapertura de los tres lugares restaurados, tanto en lo que respecta a la respuesta del público como a la puesta en valor de Villa Adriana y Villa d’Este?
No quiero que estos lugares se perciban como monumentos pasivos, ni como meros destinos que se visitan una vez en la vida. Deben ser espacios dialécticos, osmóticos, capaces de hablar a quienes pasan por ellos y, al mismo tiempo, mantener una profunda conexión con su historia y con las necesidades y urgencias del presente. Espero que se perciban cada vez más como museos, lugares de belleza y bienestar, porque de lo contrario está claro que se presentan como monumentos increíbles. Para mí, son territorios extraterrestres, planetas regidos por el tiempo, testigos de un flujo continuo, físico y conceptual. Esto los convierte en pistas de nuestro pasado y, al mismo tiempo, en actores del presente como espacios que hay que experimentar y no sólo contemplar. La cultura debe absorberse, respirarse, interiorizarse. Precisamente por eso son plataformas de confrontación y diálogo en primer lugar con nosotros mismos y puentes hacia el otro. Un ejemplo de ello es el vínculo que hemos logrado establecer entre Villa d’Este y Pekín, entre culturas y civilizaciones profundamente diferentes, pero capaces de enriquecerse mutuamente mediante el intercambio y la comparación. Quisiera recordar que estos lugares fueron innovadores en su tiempo y espero que lo sigan siendo hoy: laboratorios y fraguas donde construir nuevas perspectivas. En los últimos meses, por ejemplo, hemos organizado conferencias sobre nuevos temas como la relación entre la naturaleza y el cuerpo a mediados del siglo XVI(Anatomicae Natura ed.), la figura de Ciriaco d’Ancona, el primer arqueólogo de la edad moderna(Renovatio ed.), o el papel de Herodes Atticus, una figura que, como heredero de la visión de Adriano(Imitatio Hadriani ed.), fue capaz de revolucionar la cultura de su época. Queremos proporcionar herramientas de reflexión que sirvan también para comprender la complejidad del presente y dar valor a los aspectos paisajísticos y agrícolas a través de la valorización de la producción agrícola autóctona, la trashumancia y la atención prestada al agua, el gran reto del futuro próximo
¿Cómo ha conseguido combinar el interés de lo contemporáneo con la restauración del patrimonio antiguo?
No veo una fractura entre conservación y valorización; al contrario, las considero dos dimensiones que se complementan perfectamente. Toda restauración es hija de una ideología y de su propia época, por lo que nunca puede considerarse definitiva: las técnicas y los materiales evolucionan constantemente, y lo que hoy consideramos vanguardista podría estar desfasado dentro de veinte años. Por ello, una intervención que no tenga en cuenta el diálogo con el presente corre el riesgo de no tener proyección hacia el futuro. De hecho, la valorización y la conservación son inseparables y están animadas por la misma curiosidad cognitiva destinada a preservar la memoria y descifrar el presente. Aunque difieren en su enfoque y su método, deben converger hacia un objetivo común, al igual que lo hacen en nuestro Instituto. Es en esta integración donde reside la verdadera oportunidad: sólo a través de una cuidadosa valorización, calibrada en función de las especificidades de cada bien, podremos dar nueva vida a nuestro patrimonio. Italia, con su inmensa riqueza artística y cultural, tiene la oportunidad de distinguirse en este sector y afirmar su propia identidad. La inmensidad de nuestro patrimonio, a menudo desproporcionada con respecto a los recursos disponibles, nos obliga a adoptar estrategias astutas e intervenciones fenomenológicas, capaces de combinar protección y disfrute de forma vanguardista. Sólo así la belleza que hemos heredado podrá volver a entregarse a todos, renovándose y renovándonos.
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