Críticas en peligro: Associated Press las recorta, ¿sucumbiremos a la narrativa?


La Internet generada por los usuarios ha producido la singular paradoja de las reseñas: leemos reseñas sobre todo, pero las reseñas profesionales desaparecen y dejan paso a las reseñas o relatos de aficionados. Una reflexión de Federico Giannini a partir del caso de Associated Press, que a partir del 1 de septiembre cerrará sus reseñas de libros.

Internet generado por los usuarios ha producido una de las paradojas culturales más singulares de nuestro tiempo: el declive de las reseñas profesionales frente a la omnipresencia rampante de las reseñas amateur, vertidas sobre cualquier producto o servicio que hoy pueda ser adquirido por un ser humano. Todos sabemos que, hoy en día, las plataformas y las redes sociales nos ofrecen la posibilidad de publicar, sin mayores filtros, nuestra opinión sobre cualquier cosa, desde la regadera que hemos comprado para regar los geranios de nuestra terraza hasta el hotel donde hemos reservado nuestras vacaciones.hotel donde hemos reservado nuestras vacaciones, hasta el punto de que ahora muchos basan sus compras en la calidad de las reseñas generadas por los usuarios y deciden comprar algo tras leer las opiniones de quienes ya poseen ese producto o ya han utilizado ese servicio. La otra cara, aparentemente paradójica, es que las reseñas escritas por personas que se ganan la vida escribiendo reseñas han desaparecido casi por completo. Pensaba en ello mientras leía una noticia que ha suscitado cierto debate en Estados Unidos y que en Italia ha pasado casi completamente desapercibida: a partir del 1 de septiembre, Associated Press dejará de publicar reseñas de libros. La agencia de noticias informó de ello a su personal a través de una circular que Dan Kennedy, de Media Nation , publicó en su sitio web personal: “Desgraciadamente”, reza la circular, “la audiencia de las reseñas de libros es relativamente pequeña y ya no podemos mantener el tiempo necesario para planificar, coordinar, escribir y revisar las reseñas”. Y a continuación, traduzco literalmente: “La AP seguirá ocupándose de los libros como relatos, pero por el momento éstos serán gestionados exclusivamente por personal interno”.

Es una decisión que sorprende más por su brutal honestidad que por el hecho en sí: en esencia, el público ya no parece tener ganas ni interés en leer reseñas escritas por profesionales. Entonces, ¿por qué gastar tiempo y dinero en encargar a un colaborador externo que escriba una crítica profesional que, cuando va bien, tendrá el mismo efecto en la mayoría de los lectores que un resumen de la trama, y cuando va mal, simplemente será ignorada? ¿Por qué gastar dinero en pedir a alguien que lea el libro, se forme una opinión, lo evalúe y comparta su evaluación con el público, si éste se contenta ahora con historias (utilizo el mismo término que en la circular) que se limitan a reescribir la descripción de la contraportada o, en el mejor de los casos, un comunicado de prensa? En el mejor de los casos, es más rápido ofrecer a los lectores el enjuague de una nota de prensa. En el peor de los casos, bastará con un carrete de treinta segundos en Instagram.

Hasta aquí, nada extraño para quienes trabajan en la edición cultural: la novedad, si acaso, es que haya alguien que tenga el valor de jugar limpio y admitir, aunque sea implícitamente, que ya no interesa publicar reseñas de libros porque el público ávido de estar informado sobre los lanzamientos editoriales se está decantando por otro tipo de contenidos. ¿Cuáles? Quien quiera hacerse una idea bastante precisa puede recuperar un artículo publicado hace unas semanas en Mow Mag, por Alessia Kant, que ofrece una amplia explicación de lo que está ocurriendo en Italia, una tierra en la que el panorama de la crítica cultural está aún más desertizado que el de Estados Unidos, donde incluso las agencias de prensa están cerrando las reseñas de libros. El proceso no es nuevo: ya a finales de los ochenta y principios de los noventa hubo quien lamentó la desaparición de la crítica, y las razones de fondo son las que arrastramos desde hace décadas: por un lado la institucionalización de la crítica, por otro los nuevos modelos organizativos de la industria cultural, cada vez más necesitada de buena prensa (o, aún más banalmente, de buena comunicación), cada vez menos necesitada de crítica. Es un círculo vicioso: Resumiendo brevemente y simplificando un poco violentamente, las editoriales, para obviar la imprevisibilidad que caracteriza al mercado en el que operan, publican cada vez más libros, en parte porque les mueve la necesidad de vender más en un sector en el que sobreabunda laoferta, en parte porque esperan ganar más visibilidad en las plataformas en línea por las que ahora pasa una parte sustancial de las ventas, en parte porque las librerías renuevan sus estanterías a la velocidad de la luz y en parte porque la competencia se ha intensificado. En este contexto de superproducción, los críticos se encuentran cada vez más marginados porque, por un lado, ya no pueden mediar con el público y, por tanto, se vuelven irrelevantes y, por otro, porquecomo el tiempo de obsolescencia de un libro es hoy mucho más rápido que hace cinco o diez años, la función de marketing resulta más útil porque es más rápida que la crítica y, por tanto, puede garantizar un impacto inmediato en las ventas. A todo esto hay que añadir otros fenómenos, como la erosión de la autoridad cultural de los críticos (dicho de otro modo: hoy, una reseña de un crítico profesional ya no determina el destino de un libro), la legitimación desde abajo (gran parte del público tiende hoy a escuchar más a las llamadas comunidades e influencers que a los críticos) y las interrelaciones cada vez más estrechas entre quienes producen y quienes evalúan (es decir, el fenómeno denominado cáusticamente por algunos “amicotismo”). Se trata de un proceso similar al que también ha afectado al arte, un atolladero sobre el que ya se ha escrito abundantemente en estas páginas, pero del que el arte quizá consiga salvarse un poco mejor, por razones que se expondrán más adelante.

Foto: Sixteen Miles Out
Foto: Sixteen Miles Out

Para profundizar en la cuestión planteada por Associated Press, el storytelling que carcome a la crítica parece más una consecuencia que una causa, al igual que los bookinfluencers mencionados en el artículo de Mow Mag, a los que difícilmente se puede culpar de la crisis de la lectura: si acaso, son una consecuencia que corre el riesgo de agravar el declive. El storytelling se ha insertado en el vacío de mediación que la crítica y el periodismo cultural empezaron a dejar incluso antes de que existieran las redes sociales, y ha permitido la proliferación de influencers y creadores que, favorecidos por algoritmos que premian la síntesis extrema y la rapidez, han ofrecido lo que faltaba: inmediatez, implicación del usuario, presunta cercanía, sensación de formar parte de una comunidad. E incluso un cierto agrado: hoy en día basta con apuntar a la cara un teléfono de unos cientos de euros y utilizar aunque sea un programa básico de edición para tener un vídeo cautivador que alimentar a la propia base (y para muchos, elinfluencer que sugiere libros basándose en el color de la portada en un vídeo de treinta segundos es más interesante y sobre todo más agradable que la reseña de alguien que se gana la vida criticando). Su afirmación corre el riesgo, sin embargo, como se preveía, de convertirse en un factor de refuerzo de la crisis de la crítica y de la crisis de la lectura, por un lado porque muchas editoriales prefieren invertir en estas figuras, y por otro porque una parte sustancial de lo que los influencers sugieren a sus usuarios no es el resultado de una evaluación crítica e imparcial rendida a los lectores.una valoración crítica e imparcial rendida a los lectores según criterios profesionales, sino que deriva más simplemente de acuerdos de patrocinio que el influencer de turno ha cerrado con la editorial, que le ha pasado el título para que lo cuente a sus seguidores, o para que lo incluya en una lista de “diez libros para leer en verano” o similar.

El arte, como decíamos, ha conseguido salvarse en parte del dominio de los apuntadores aficionados, que se han labrado un papel cada vez más consistente en la edición, por varias razones. En primer lugar, porque hablar de exposiciones y museos es logísticamente más exigente que hablar de libros: no se puede hablar de una exposición desde la habitación de casa, hay que ir a visitarla, con todo lo que ello conlleva en términos de tiempo y gastos (por eso la mayoría de los influencers y creadores de nuestro sector se limitan a ofrecer al público formas de divulgación más o menos superficiales y rara vez van a exposiciones: si las visitan, suele ser porque están cerca de donde residen, o porque la organización les invita, y encontrar un influencer o creador con números significativos que haga crítica es casi imposible, por las razones ya mencionadas). Luego, porque el arte se percibe más como un nicho que la literatura. Por hacer una comparación deportiva: el arte es a la esgrima como la literatura al fútbol. Es decir, es un deporte que miramos con admiración, y quizá nos guste, pero que no evaluamos porque creemos que para evaluarlo hay que conocerlo bien. Por otro lado, hay un deporte sobre el que cualquiera se siente con derecho a opinar, a pesar de que no requiere menos conocimientos que el otro. Y, de nuevo, porque en el sector del arte, a pesar de todo, en Italia sigue existiendo una red de publicaciones especializadas muy populares y dinámicas que, aunque afectadas por la crisis, en conjunto generan cifras muy elevadas y constituyen una excelencia de la que hay poco conocimiento fuera del sector y que, al menos en Europa, no tiene parangón.

Por supuesto, esto no significa que el sector del arte sufra menos el problema de la desaparición progresiva de los críticos. Al contrario: incluso en el arte, lo que manda es contar historias . ¿Es necesario, pues, resignarse? ¿Serán suplantadas definitivamente las críticas por los relatos? ¿Seguirán otros el ejemplo de Associated Press? Estaría bien decir que no y ofrecer una perspectiva tranquilizadora, pero si una de las principales agencias de noticias del mundo considera que la producción de reseñas de libros no es rentable, es realmente difícil sostener que bastaría con que los periódicos volvieran a la crítica. De momento, no hay ninguna posibilidad de que mejore el statu quo. No puedo hablar por Estados Unidos conociendo poco al público y el sistema editorial de aquellas latitudes. Por lo que respecta a Italia, se puede afirmar que las críticas disminuirán con toda probabilidad cada vez más en las publicaciones generalistas y lograrán sobrevivir en las especializadas, por el simple hecho de que, aparte de la parte cada vez más pequeña del público que lee periódicos y revistas en papel, el comportamiento de los usuarios digitales (búsquedas, frecuentación de las redes sociales, uso de aplicaciones, etc.) tiende a premiar la especialización. No es seguro, sin embargo, que incluso los periódicos especializados puedan afrontar bien las repercusiones de una infodemia cada vez más grave (no sabemos, por ejemplo, qué impacto tendrá la inteligencia artificial). Por supuesto, se podría señalar que la crítica debería evolucionar y encontrar otras formas: vídeo de larga duración, substack, podcasts y otros formatos percibidos como más frescos por el público. El problema, sin embargo, no parece ser el formato: un crítico cuesta X tanto si escribe un artículo como si se pone una cámara en la cara. El problema, pues, es que la crítica es un negocio costoso. Y así, si no queremos ver definitivamente muerta nuestra crítica, que ciertamente no sufre menos que la de Estados Unidos (como ya se ha dicho), necesitamos medidas útiles, por un lado, para garantizar la independencia de la industria editorial y, por otro, para incentivar la lectura. En este sentido, el ministro Alessandro Giuli lo ha hecho bien: en el Plan Olivetti para la Cultura, ha puesto diez millones de euros para reforzar la oferta cultural de los periódicos impresos y cuarenta y cuatro millones para apoyar a las bibliotecas, las librerías y la edición. Es obvio, sin embargo, que esto no es suficiente, también porque el Plan Olivetti no tiene en cuenta a los periódicos que trabajan con digital, y el grueso de los fondos para la edición se refiere a la compra de libros (para muchos, una crítica o una reseña negativa equivale a una afrenta, a un insulto: es la consecuencia más evidente e inmediata de la falta de hábito de la crítica): Hacen falta, por tanto, acciones de promoción de la cultura crítica que empiecen en las escuelas, premios y reconocimientos, campañas de sensibilización que realcen el papel de la crítica como instrumento de conocimiento y mediación cultural para que el público se dé cuenta de que leer reseñas o ensayos críticos es un valor añadido para un hábito consciente con la cultura, apoyo a la edición digital. Y que el público reconozca que si la crisis sigue profundizándose y si la crítica desaparece de los horizontes de un público cada vez menos acostumbrado a la crítica, no serán los libros los que falten. Los libros seguirán estando ahí. Faltarán lectores.


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