En los últimos años, el debate sobre la intersección entre arte y ciencia ha experimentado una importante aceleración en la exploración de las posibilidades estéticas que ofrecen las tecnologías emergentes, como demuestra, por ejemplo, la sección Il corpo incompiuto (El cuerpo inacabado ), comisariada por Alessandra Troncone, la más convincente de la XVIII Quadriennale d’arte di Roma, inaugurada el pasado mes de octubre. La selección, que reúne obras de artistas italianos nacidos entre los años ochenta y noventa en torno a un razonamiento sobre la evolución del cuerpo contemporáneo, no duda en augurar un futuro bajo la bandera de la indistinción entre lo humano y lo no humano y en constatar la ya actual canonización de la simbiosis entre ciencia y arte como forma epocal de actualización del hacer creativo. Más allá de la efectiva inclusión de los nuevos medios tecnológicos en el arsenal operativo de los artistas, las implicaciones estéticas, filosóficas y epistemológicas de los más recientes descubrimientos científicos se han revelado en los últimos años decisivas en la conformación de cosmovisiones marcadas por los cánones de copresencia, infinitud e incontrolabilidad que sugieren las consecuencias de las teorías de las que derivan sobre nuestra percepción del mundo, en buena medida sustraída al escrutinio de nuestros sentidos.
Por tanto, la cuestión más interesante que se plantea en el arte no es tanto la de aplicar metodologías y procesos elaborados en el seno de la experimentación científica y tecnológica, sino la de la posibilidad de traducir las intuiciones fundadoras de una Weltanschauung nacida de las cenizas de un pensamiento determinista caduco en una experiencia sensible y estéticamente coherente. Muchos de los conceptos clave de tales expresiones artísticas, como la influencia del observador en la modificación del objeto de su atención, la simultaneidad de varias realidades paralelas y la interconexión entre elementos aparentemente distantes, el entrelazamiento en física, son referencias directas a la mecánica cuántica, cuyo primer centenario se celebra este año. Hay muchos artistas importantes que se inspiran en estas sugerencias, como Tomás Saraceno (San Miguel de Tucumán, 1973), cuyas "esculturas-red de araña representan sistemas en frágil equilibrio asociados a la teoría de cuerdas (un modelo físico según el cual las partículas elementales no son puntos, sino pequeñas cuerdas vibrantes), o Yuko Mohri (Kanagawa, 1980), que actualmente protagoniza en el Pirelli HangarBicocca una prestigiosa exposición titulada Enredos, en la que evoca cómo toda la existencia pertenece a un sistema regulado por lazos invisibles e interacciones remotas. Por no hablar de Pierre Huyghe (París, 1962), que el año pasado en Venecia, con motivo de la exposición Liminal, transformó los espacios expositivos de Punta della Dogana en un tecnoecosistema capaz de evolucionar por encima y por debajo de las percepciones del observador gracias a la interacción entre distintas formas de vida, objetos inanimados y tecnologías. Sin embargo, incluso en las prácticas artísticas más previsoras, la referencia a la física cuántica corre el riesgo de resolverse en una seducción epidérmica, que elude en sugerencia conceptual y poética la investigación del alcance epistemológico de los paradigmas científicos. La instalación inmersiva We Felt A Star Dying de Laure Prouvost (Croix, 1978), presentada en la OGR de Turín tras su debut berlinés en los espacios industriales de Kraftwerk, no rehúye esta confrontación, es más, se basa en ella. Está concebida como un intento riguroso y al mismo tiempo visionario de materializar las interdependencias que caracterizan a los sistemas cuánticos en un entorno-cuerpo acogedor y reactivo. El proyecto es el resultado de dos años de investigación en los que el artista trabajó junto al filósofo Tobias Rees y el científico Hartmut Neven, fundador y director del Google Quantum AI Lab de Santa Bárbara (California), un campus nacido de la colaboración entre Google, el Ames Research Center de la NASA y la Universities Space Research Association, especializado en el desarrollo de ordenadores cuánticos y la optimización de la inteligencia artificial.
La artista francesa, cuya práctica siempre ha estado dedicada a la construcción de universos imaginarios donde la normatividad lógica se descompone en traducciones metafóricas, superposiciones narrativas, epifanías poéticas y subversiones jerárquicas, identifica el núcleo generativo de este proyecto en laintuición de que estos ordenadores futuristas, a diferencia de las máquinas deterministas de la era industrial, contemplan la imprevisibilidad y la inestabilidad no como defectos a corregir, sino como condiciones ontológicas de funcionamiento, desafiando radicalmente nuestras nociones (y posibilidades) de control. La obra se desarrolla en el monumental Binario 1 de la antigua Officine Grandi Riparazioni, cuya poderosa arquitectura de ladrillo del siglo XX subraya por contraste la etérea delicadeza de los productos de fabricación contemporánea. La instalación transforma este armazón industrial en un entorno multisensorial donde vídeos, sonidos, esculturas cinéticas y estímulos olfativos se entrelazan en una persuasiva invitación a desaprender las coordenadas perceptivas de la vida cotidiana y abrirse a una comprensión osmótica.
En el centro del espacio en penumbra se mueve The Beginning, una escultura cinética de cinco brazos que asemejan tentáculos o pétalos según el grado de despliegue, frágiles e impredecibles en su morfología híbrida entre el crecimiento orgánico y la construcción tecnológica. A diferencia de las máquinas industriales autistas del pasado, esta presencia escultórica vibra con una sensibilidad propia, autónoma incluso con respecto a la voluntad del artista: su núcleo térmico registra las variaciones infinitesimales de calor del entorno, traduciéndolas en sincronías de movimientos intermitentes que encarnan la esencia de los sistemas cuánticos donde todo se desarrolla según correlaciones múltiples e inesperadas. Esta coreografía aparentemente aleatoria responde en realidad con precisión a estímulos ambientales imperceptibles para el ser humano, como las fluctuaciones de energía y las interferencias de los rayos cósmicos que nos atraviesan constantemente sin que seamos conscientes de ello, haciendo tangible cómo lo que estamos acostumbrados a considerar realidad, en la visión del artista, es sólo una porción limitada de las infinidades existentes más allá de los límites de nuestras percepciones sensoriales ordinarias. En cambio, las esculturas suspendidas de la serie Cute Bits, tituladas jocosamente en asonancia con los qubits, las unidades fundamentales de la información cuántica, encarnan el principio deentrelazamiento a través de rítmicas oscilaciones especulares que las conectan incluso cuando parecen físicamente distantes, materializando ese misterioso fenómeno por el que partículas entrelazadas mantienen correlaciones instantáneas independientemente de la distancia que las separe. Estos conglomerados heterogéneos, suspendidos y flotantes en un espacio indeterminado, evocan tanto desechos estelares como fragmentos de maquinaria obsoleta, en una imaginativa amalgama de tierra y cielo, materia orgánica y mineral. Al acercarse con la cautela que se reservaría a un ser salvaje, se perciben olores metálicos entremezclados con voces susurrantes, a merced de las cuales la comprensión intelectual se convierte en sincronización corporal.
Sobre esta base se injerta el corazón de la puesta en escena, un flujo de imágenes metamórficas de una realidad que elude toda estabilidad representacional. El vídeo We Felt a Star Dying (Sentimos morir una estrella), protegido por un dosel transpirable de velos que bajan hasta que sus extensiones de flecos invisibles tocan la cara, se ve tumbado, en una postura vulnerable que evoca el acto ancestral de escrutar el cosmos. Se compone de secuencias captadas con microscopios, drones y cámaras térmicas cruzadas con imágenes cuánticas procesadas por ordenador que se disuelven y recomponen bajo el efecto del ruido ambiente. Los rayos cósmicos, las fluctuaciones térmicas y los campos magnéticos afectan a la obra del mismo modo que interfieren en el funcionamiento de las máquinas cuánticas reales, generando un estado oscilante entre la sincronía y la desintegración, entre la aparición y la desaparición, eco de un universo en perpetua palpitación. El concepto de ruido, que en la física clásica se considera una perturbación que hay que eliminar para garantizar la precisión de las mediciones, se convierte aquí en un principio generativo y en una nueva subjetividad múltiple como agencia no humana que interfiere en la imagen y el montaje de vídeo. La banda sonora, creada por KUKII, fusiona canciones devocionales de diferentes tradiciones espirituales del mundo con coros escritos por Prouvost y Paul Buck. El artista identifica la música como la experiencia sensorial más cercana a la dimensión cuántica, ya que el sonido nos atraviesa haciéndonos vibrar al unísono con frecuencias más allá de nuestra conciencia, en una ósmosis entre la comprensión racional y la inmersión sensorial. Lainteligencia artificial utilizada en el proyecto, entrenada con datos manipulados por fenómenos cuánticos, se utilizó aquí para replicar en el vídeo el mismo tipo de interferencia causada por la radiación que ocasionalmente perturbaba el funcionamiento de los ordenadores durante las sesiones de trabajo en el Google Quantum AI Lab.
El título de la exposición, We Felt a Star Dying, alude precisamente a la explosión de una estrella moribunda a millones de años luz, una radiación cósmica imperceptible para nosotros, pero capaz de desestabilizar como una tormenta los cálculos de la maquinaria cuántica. En manos del artista, esta vulnerabilidad constitutiva se convierte en una oportunidad para reconfigurar lo imaginable, así como en una demostración tangible de la conexión de estas máquinas con un sistema cósmico articulado en el que cada elemento está enganchado a múltiples campos de fuerzas invisibles pero operativas. Insistiendo en una elusiva encrucijada entre arte, filosofía y física, la exposición se configura como una experiencia de una gramática visual y sensorial calibrada en la percepción pre o postlógica. Si, como sostiene el filósofo Tobias Rees, los procesos cuánticos nos liberan de las oposiciones binarias que han estructurado el pensamiento occidental de los últimos siglos, Prouvost abraza esta liberación epistemológica y la hace transitable, transformando el espacio en una incubadora de presencias donde el amanecer de una nueva era tecnológica coincide paradójicamente con la recuperación de sensibilidades arcaicas. La transfiguración poética operada por el artista sitúa la experiencia estética en el centro de la comprensión del mundo, devolviendo al arte la función de instrumento capaz de generar conocimiento alternativo a la racionalidad funcional sin subordinar el rigor teórico al hedonismo perceptivo.
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