Vilhelm Hammershøi (Copenhague, 1864 - 1916) es una de las figuras más fascinantes de la pintura europea de finales del siglo XIX y principios del XX. Nacido en Copenhague, fue uno de los más grandes artistas daneses de su época y experimentó con diversos géneros, dedicándose a retratos, paisajes y, sobre todo, a los interiores domésticos que le hicieron famoso. En 2025, por primera vez después de más de cien años que una selección de sus obras no se había visto en Italia, el Palazzo Roverella de Rovigo brindó al público italiano la oportunidad de ver una exposición dedicada a él, Hammershøi e i pittori del silenzio tra il Nord Europa e l’Italia (Hammershøi y los pintores del silencio entre el norte de Europa e Italia), comisariada por Paolo Bolpagni (del 22 de junio al 29 de junio de 2025, aquí la reseña de Ilaria Baratta).
Las obras de Hammershøi se caracterizan por una paleta de colores limitada, compuesta principalmente por grises, blancos y tonos terrosos, y una composición minimalista que transmite una sensación de quietud e introspección. A menudo, sus cuadros representan entornos desnudos, suavemente iluminados, con figuras femeninas de espaldas, inmersas en actividades cotidianas o simplemente contemplando. Esta elección estilística confiere a sus obras una atmósfera suspendida, casi onírica, que invita al espectador a la reflexión silenciosa. Hammershøi recibió influencias de maestros holandeses del siglo XVII, como Vermeer y de Hooch, así como de artistas contemporáneos. Sin embargo, ha desarrollado un lenguaje visual único, caracterizado por una representación de la realidad filtrada a través de una lente de austeridad y misterio. Sus obras no cuentan historias explícitas, sino que sugieren emociones y estados de ánimo a través de la composición, la luz y la ausencia de elementos narrativos tradicionales.
Sus cuadros se prestan a una observación lenta y concentrada. Y para entender su arte, es necesario rastrear sus temas, métodos y biografía. A continuación, diez puntos clave para orientarse en el mundo poético y suspendido de Vilhelm Hammershøi.
Desde muy pequeño, Vilhelm Hammershøi mostró aptitudes para el dibujo, que su madre Frederikke fomentó con determinación. A los ocho años, ya estudiaba la perspectiva y las sombras bajo la dirección del dibujante Niels Christian Kierkegaard. Su padre, más indefenso en la biografía del artista, contribuyó no obstante a su apoyo económico y emocional. En cartas a su hermano Otto, Vilhelm recuerda agradecido los regalos de Navidad relacionados con el arte que recibía de sus padres y su abuela. Este sólido y culto entorno familiar fue decisivo para su educación. Su madre documentó meticulosamente cada etapa del crecimiento artístico de su hijo, y con ello dejó un valioso archivo para la posteridad.
La temprana educación académica, unida a un carácter introvertido y reflexivo, forjaron desde muy pronto la naturaleza silenciosa y contemplativa del artista. Una introversión que se convertiría en la característica estilística y humana de toda su obra. Tras sus estudios privados, Hammershøi asistió a la Kongelige Danske Kunstakademi (Real Academia Danesa de Arte), seguida de la Kunstnernes Frie Studieskoler (Escuela de Estudios Independientes para Artistas), donde fue alumno de Peder Severin Krøyer. El ambiente académico le proporcionó una sólida base: anatomía, estudio del natural, hábil uso de la luz. Una de sus primeras obras, Estudio de un desnudo masculino visto de espaldas, expuesta en Rovigo, muestra ya su interés por los cuerpos inmersos en la sombra, que emergen de la penumbra. Pero lo que le distingue de otros alumnos es la inmediatez con la que empieza a desarrollar un estilo personal. Mientras muchos de sus contemporáneos avanzaban hacia un naturalismo directo, Hammershøi optó por la investigación interior. Para él, la formación académica se convirtió en un punto de partida, no de llegada: su arte pronto tomó su propio camino, silencioso, recogido y absolutamente reconocible.
La obra de Hammershøi se inscribe en una tradición pictórica que encuentra uno de sus referentes más importantes en la escuela holandesa del siglo XVII. La influencia de pintores como Johannes Vermeer, Pieter de Hooch, Gerard ter Borch, Samuel van Hoogstraten, Gabriel Metsu, Nicolaes Maes y varios otros es visible sobre todo en el uso de la luz, la composición de interiores domésticos y la representación de la vida cotidiana mediante gestos mínimos.
“Son pintores”, escribió Paolo Bolpagni, “caracterizados por un enfoque intimista, colores más bien sobrios y la elección de temas que serán los de Hammershøi: arquitectura afilada y desnuda (es el caso sobre todo de Saenredam), puertas y ventanas por las que entra una luz clara, interiores domésticos tácitos y tranquilos, a menudo desprovistos de presencia humana, o con mujeres representadas de espaldas mientras cosen, leen, tocan el virginal o barren el suelo”.
Al igual que Vermeer, Hammershøi muestra una gran preocupación por la luz natural, que entra por una ventana lateral y define la escena con gran delicadeza. Pero mientras que Vermeer utiliza a menudo el color para animar la composición y contar historias íntimas, Hammershøi reduce su impacto, eligiendo una sobriedad cromática que acentúa la distancia emocional. En términos más generales, de la pintura holandesa del siglo XVII, Hammershøi hereda el uso del espacio doméstico como lugar de representación de la realidad ordinaria. Sin embargo, los cuadros de Hammershøi carecen de esa narrativa explícita: sus habitaciones no relatan episodios familiares, sino que transmiten estados de ánimo.
A menudo se hace referencia a Hammershøi como “el pintor del silencio”(lea aquí un artículo en profundidad de Ilaria Baratta) por su capacidad para transmitir una profunda sensación de quietud e introspección a través de sus obras. Sus interiores domésticos, desnudos y ordenados, están impregnados de una atmósfera de calma suspendida, donde cada elemento parece estar en su sitio y contribuye a crear un ambiente meditativo. La elección de representar figuras humanas de espaldas o inmersas en actividades solitarias acentúa esta sensación de aislamiento y contemplación.
La luz desempeña un papel fundamental en sus composiciones, filtrándose suavemente por las ventanas e iluminando las estancias con una luminosidad suave y difusa. Este uso de la luz no sólo define el espacio, sino que también contribuye a crear una atmósfera atemporal y etérea. La ausencia de detalles narrativos o simbólicos explícitos invita al espectador a proyectar sus propias emociones y reflexiones en la obra, haciendo de cada cuadro una experiencia personal y única.
El piso de Hammershøi en el número 30 de Strandgade, en el barrio Christianshavn de Copenhague, fue el tema principal de muchas de sus obras más famosas. Vivió allí con su esposa Ida de 1898 a 1909, y este espacio doméstico se convirtió en el escenario ideal para explorar temas como la soledad, la introspección y la belleza en lo ordinario.
Las habitaciones, amuebladas de forma minimalista y pintadas en tonos claros y neutros, ofrecían un entorno ideal para experimentar con la luz natural y las composiciones geométricas. Hammershøi representaba a menudo las mismas habitaciones desde distintos ángulos o con variaciones mínimas, como una puerta abierta o cerrada, una silla movida o un objeto añadido, y así conseguía crear distintas variaciones sobre el tema, enfatizando la quietud y la repetición.
Hammershøi compone habitaciones como si fueran decorados: sus cuadros, “que representan rincones, paredes y ventanas de su casa desde distintas perspectivas y en diferentes condiciones de iluminación”, escribió la estudiosa Annette Rosenvoldt Hvidt, “se han convertido en auténticos iconos, inspirando a artistas, cineastas, escritores y arquitectos”. Hammershøi adopta un método similar al de un escenógrafo, montando las habitaciones de la casa que pretende pintar. En el transcurso de este proceso, añade o quita figuras, muebles y objetos, y a menudo recorta la imagen doblando parte del lienzo hacia atrás: de este modo, es capaz de crear su propia versión del interior, logrando exactamente la imagen deseada. Por la misma razón, a menudo omite ciertos detalles, como los picaportes de las puertas, recorta muebles y encuadra la realidad desde un ángulo muy personal, ampliando ciertos fenómenos y manipulando lo que ve para crear una imagen completamente individual.
Strandgade 30 no es sólo un lugar físico, sino que se convierte en un símbolo de la investigación artística de Hammershøi, un microcosmos a través del cual explorar temas universales de tiempo, espacio y percepción.
Ida Ilsted, hermana del pintor Peter Ilsted, amigo de Hammershøi, se casó con Vilhelm en 1891. Se convirtió en una figura central de su obra: aparece en numerosos cuadros, a menudo representada de espaldas o inmersa en actividades cotidianas. Su presencia discreta y silenciosa contribuye a la atmósfera de introspección y misterio que caracteriza las obras del artista.
La colaboración entre Vilhelm e Ida refleja un profundoentendimiento artístico y personal, en el que la confianza y la comprensión mutuas les permiten explorar temas complejos a través de la aparente sencillez de las escenas representadas. No es fácil explicar la relación entre ambos: “Se podría pensar en ella como una musa”, escribió Rosenvoldt Hvidt, “pero este concepto no basta para describir su papel y la complejidad de su relación con Vilhelm. Ida es una parte esencial de la vida y la obra del artista: además de acompañarle en todos sus viajes, le ayuda a encontrar lugares adecuados para vivir y pintar, y es ella quien le proporciona la tranquilidad que necesita para concentrarse en su trabajo, ocupándose de su extensa correspondencia mientras está de vacaciones o de viaje, entre otras cosas. Por lo que sabemos, Ida no dejó pruebas directas, así que la información que tenemos sobre ella son conjeturas e interpretaciones basadas en las cartas y fotografías de Vilhelm”.
Su expresión en los retratos es absorta, enigmática, casi emblemática de la poética de Hammershøi. En los momentos más difíciles, marcados también por problemas mentales, Ida permaneció al lado del artista, protegiendo el espacio interior que era su arte. Lejos del estereotipo de musa pasiva, era, si se quiere, una silenciosa coautora de todo un universo estético.
La luz es un elemento fundamental en la obra de Hammershøi, no sólo como medio para definir formas y espacios, sino como protagonista silenciosa que confiere atmósfera y significado a las escenas representadas. La luz nórdica, caracterizada por una luminosidad difusa y suave, se filtra por las ventanas y se refleja en las superficies, creando juegos de sombras y matices que añaden profundidad y misterio.
Hammershøi utiliza la luz para enfatizar la estructura arquitectónica del interior, resaltando líneas, ángulos y superficies. La luz se convierte así en un medio para explorar la geometría del espacio y crear una sensación de orden y armonía. Al mismo tiempo, la luz ayuda a crear una atmósfera de quietud y contemplación, invitando al espectador a sumergirse en la escena y a reflexionar sobre el significado oculto tras la aparente sencillez.
En algunas obras, la luz es el único elemento dinámico, sugiriendo el paso del tiempo y la presencia de una realidad exterior más allá de las paredes. Este uso sutil y poético de la luz es una de las características distintivas del arte de Hammershøi, que le sitúa entre los grandes maestros de la representación de la luz.
Una de las características más distintivas de la obra de Hammershøi es el uso de una paleta de colores limitada, dominada por tonos grises, blancos, beige y ocasionales toques de color. Esta elección estética confiere a sus obras un aspecto sobrio y refinado, que hace hincapié en la forma, la composición y la luz más que en el color.
El uso del gris no es sólo una elección estilística, sino también simbólica. El gris, color neutro por excelencia, representa el equilibrio, la calma y la reflexión. En las obras de Hammershøi, el gris contribuye a crear una atmósfera de introspección y silencio, en la que cada elemento se reduce a lo esencial.
Sin embargo, a pesar de las apariencias, los cuadros de Hammershøi están construidos sobre una paleta muy sofisticada. Los blancos se componen de transparencias y opacidades; los grises contienen reflejos azules o verdes; los negros se intensifican con pigmentos como el azul cobalto. Los resultados de los análisis científicos realizados por el Statens Museum for Kunst de Copenhague demuestran que el artista utilizaba unos pocos colores con extrema precisión. Su enfoque del color es casi musical: variaciones mínimas, pero ricas en resonancias. Al contemplar sus lienzos durante largo rato, se percibe una sutil vivacidad cromática que contribuye a la sensación de suspensión. La propia materia pictórica parece animada, como si respirara. Hammershøi no sólo pinta objetos o personas, sino el aire que los rodea.
Vilhelm Hammershøi convirtió en protagonista de sus obras un elemento que suele considerarse marginal en la pintura tradicional: el espacio vacío. En sus interiores, las paredes, las puertas entreabiertas, los pasillos y las salas comunicadas no sirven sólo de fondo, sino que se convierten en sujetos activos, en elementos cargados de tensión emocional. La arquitectura nunca es meramente funcional: es el verdadero teatro de la experiencia sensorial y psicológica.
Hammershøi pinta a menudo habitaciones vacías o casi vacías, donde la ausencia humana es tan elocuente como la presencia. Sus composiciones se basan en una rigurosa geometría de líneas verticales y horizontales, puertas secuenciales, ventanas que enmarcan la luz. El efecto es casi metafísico: una sensación de profundidad que parece abrir perspectivas no sólo físicas, sino también emocionales.
En la obra de Hammershøi se percibe claramente la influencia de la fotografía, aunque su arte no se limita a imitarla. Sus tomas tienen un filo casi cinematográfico, con destellos inesperados y planos descentrados que rompen la simetría. No es raro que el sujeto principal esté parcialmente cortado o que la mirada se dirija a rincones vacíos. Hammershøi conocía y practicaba la fotografía -la propia Ida hacía fotografías- y esta conciencia técnica se refleja en sus cuadros. Pero lo que hace únicas sus imágenes es el uso de esta gramática fotográfica para construir una pintura altamente poética. El desenfoque parcial, la iluminación natural, la ausencia de profundidad clásica... todo contribuye a crear una sensación de tiempo inmóvil, de espera.
Una de las características más fascinantes de la obra de Hammershøi es la repetición. Pinta una y otra vez la misma esquina, la misma ventana, la misma figura. No por falta de ideas, sino para explorar las infinitas variaciones de la percepción. Cada cuadro es una variación sobre un tema: cambia la luz, la hora del día, la disposición de los objetos.
Esta serialidad refleja una tensión casi musical, similar a las variaciones de Bach o los ciclos de Monet. También es una forma de explorar la subjetividad: la realidad no cambia, pero sí nuestra mirada. Hammershøi parece sugerir que la verdadera creatividad reside en observar profundamente lo que nos es familiar. Su método es a la vez riguroso y meditativo: a través de la repetición, lo ordinario se convierte en extraordinario. Su arte, como un mantra visual, nos invita a ver más allá de las apariencias.
Mientras la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX era atravesada por corrientes artísticas turbulentas y experimentales como el Impresionismo, el Simbolismo y las primeras vanguardias, Hammershøi permanecía aparentemente indefenso, ajeno a las modas. Y tras su muerte, su arte cayó pronto en el olvido. “El problema”, escribió Bolpagni, “es que a Hammershøi no se le puede encasillar, escapa a la clasificación, porque no es ni modernista ni antimodernista, y sabemos cuán frecuentes son las metodologías que parten de la teoría, es decir, de un supuesto crítico o filosófico o hermenéutico o ideológico, y tratan de adaptar a él la fenomenología de los hechos y productos artísticos, en lugar de proceder en sentido contrario, como sería lo correcto. Añadamos también, de forma un tanto provocadora, que nuestro Hammershøi también tiene el ”defecto" de ser europeo, occidental, burgués, nacido en el seno de una familia acomodada, incluso rica, nieto de un armador: un hombre privilegiado, además procedente de un país colonial (esperemos que la ideología woke no acabe perjudicándole)".
Sin embargo, su elección de permanecer recluido era en sí misma profundamente moderna. La modernidad de Hammershøi no es la del gesto pictórico, la ruptura formal o la innovación técnica. Es una modernidad de la mirada, de la interioridad. Sus cuadros pueden parecer conservadores, pero albergan una revolución silenciosa: la idea de que el arte puede reducirlo todo a lo esencial para encontrar la verdad y la autenticidad. Al centrarse en la soledad, en la identidad inasible, en el flujo imperceptible del tiempo, Hammershøi anticipa ciertas sensibilidades existencialistas del siglo XX. Sus cuadros no nos dicen nada, pero nos hacen percibirlo todo: el vacío, la expectación, lo absoluto en lo cotidiano.
Esta forma de modernidad le convierte en un artista sorprendentemente contemporáneo, capaz todavía de hablar a un espectador acostumbrado al ruido, pero en busca de silencio y profundidad. Ahí reside la verdadera fuerza de su legado: en su capacidad para hablar a todas las generaciones, porque en la contemplación silenciosa de sus figuras, en las sombras de sus estancias, cada cual puede encontrar algo de sí mismo.
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